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La Ciudad |No pasan de moda

Casas de antigüedades en La Plata: entre las crisis y las “ventas de garaje”

Muchas surgieron con el nuevo siglo, los sacudones económicos y la moda del trueque. Cómo funcionan y regulan los precios, en un mercado en el que conviven obras de arte, piezas únicas, auge “vintage” y el apremio por vender todo lo que se pueda

Casas de antigüedades en La Plata: entre las crisis y las “ventas de garaje”

Magdalena Salotti, en su casona de la calle 10

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

28 de Mayo de 2023 | 04:08
Edición impresa

Nada es más subjetivo que la mirada de una persona en relación con un objeto, ni la historia que hilos invisibles tejen entre esa cosa y quien la mira. El valor sentimental no tiene nada que ver con el económico, aunque muchas veces los dos sean importantes, y algo parecido pasa con el arte y con la moda. Sí van de la mano, siempre, las crisis y las oportunidades de negocio. Y si hay un ramo comercial en el que confluyen todos los axiomas anteriores, es el de las casas de antigüedades.

Mientras en La Plata crece la popularidad de las llamadas “ventas de garaje”, con clientes haciendo cola para comprar y vender lo que sea, presencial o por redes social, aquel rubro acusó el impacto de una crisis que obliga a más personas a desprenderse de objetos valiosos (económica o sentimentalmente), mientras cada vez son menos quienes están en condiciones de adquirirlos.

Sin embargo, siempre hay una veta. Margarita Calandra (45), sus padres y sus tres hermanos conforman una suerte de “clan”, que tiene como capitana indiscutida a su madre Alicia, comerciante “de toda la vida”, con negocios de venta de muebles, ceramista y fuertemente ligada al arte.

“Empezamos hace mil años”, cuenta Margarita; “mis padres y un grupo de vecinos de City Bell armaron un centro cultural en 2000, en la época del trueque, al que cada uno podía llevar sus cosas” para intercambiarlas o venderlas. Casi en simultáneo, un amigo de la familia le pidió a Alicia que lo ayudara a montar un “garaje sale” parecido a los que resurgieron ahora, sólo que en su propia casa y con objetos que, en su mayoría, eran suyos.

De esa época, recuerda Margarita que “todo era muy divertido. Nosotros íbamos a ayudar y le propusimos a mi vieja que se dedicara a eso. Y así empezamos. Nos contrataban para vender todo lo que había adentro de una casa. Nos llevaba tres días preparar la serie. Es lo mismo que hacemos hoy”.

Además de organizar esas ferias, en las que ponen a la venta desde muebles hasta baldes, pasando por la vajilla y la ropa, la familia es dueña una casa de antigüedades en Tolosa que abre los fines de semana, porque todos tienen sus propias actividades. Margarita es empleada pública, su hermana Carola se ocupa de las redes sociales desde Bahía Blanca, y sus otros dos hermanos, Catriel y Paine, tienen un restaurante. El padre suele ir a “cuidar la puerta”, apunta, y sus hijos los acompañan en todas las actividades desde que nacieron, porque “nuestra esencia es la familia”, resume; “cuando no estamos en feria nos vamos de vacaciones todos juntos”.

Básicamente, los contratan personas que se van del país; que se mudan a espacios más reducidos o a otra ciudad; o familiares de personas fallecidas. “Hay un montón de historias”, reconoce Margarita, tantas como reacciones al desprenderse de las cosas. “Tenés al que dice ‘me quiero sacar todo de encima, tomá la llave, hablamos cuando esto termine’ y tenés al que le cuesta mucho y hay que acompañarlo”, en particular cuando se trata de objetos que pertenecían a personas queridas. “Es que en las casas vestidas -reflexiona Margarita- permanece la esencia de la persona”.

No tirar nada

Lo primero que les recomiendan a los clientes es que “no tiren nada”. Luego se dedican a inventariar todo lo que está en la propiedad, fijan los precios estimativos, y, una vez acordado este asunto con los dueños, sacan las fotos y las publican en las redes sociales, con el anuncio de los horarios de las ferias durante el fin de semana. “Les decimos que no tiren nada porque siempre hay clientes para todo”, dice Margarita; o un “novio” -así lo llama- para cada cosa.

La semana previa preparan la casa para recibir a los compradores y, en general, en tres días “vendemos todo”. Cuando recién arrancaron, cuenta Margarita que prácticamente “vivíamos con quienes nos contrataban”. En tiempos de pandemia ajustaron la mecánica a los protocolos del encierro, con reservas y transacciones online. Ellos cobran el 20 por ciento de la totalidad de la venta.

Magdalena Salotti (45) y su esposo abrieron una casa de antigüedades en pleno centro de La Plata hace aproximadamente 20 años, a instancias de un amigo que tenía un negocio en San Telmo. “En esa época venían muchos comerciantes de Estados Unidos o de algunos países de Latinoamérica y compraban en cantidad de container, con un comisionista que los llevaba a todas las casas de antigüedades de Buenos Aires, de La Plata y afines”, explica ella, antes de detallar que el fenómeno duró hasta mediados de esa década por una cuestión de conveniencia económica, no por condiciones o calidad de las piezas. De hecho, aclara, “se llevaban cosas que acá eran invendibles”.

Salotti y su esposo también comercializan objetos usados que personas ponen a la venta para vaciar una casa, aunque ellos suelen comprar el lote completo. Y, en algunos casos, se manejan a consignación. De cualquier modo, la mayoría de las piezas que se exhiben en los abarrotados ambientes de la casona, son antigüedades. Hay que abrirse paso entre muñecas de cera, sillones estilo inglés, instrumentos musicales e imponentes arañas que enredan sus caireles en el piso. Por encima, cuadros; a los lados, vajillas, candelabros y hasta una mesa de roble macizo que, dicen, usó Hipólito Yrigoyen.

¿Qué diferencia hay entre una antigüedad y un objeto viejo?

“Hay cosas que son viejas nada más y otras que tienen un valor por sí mismas; porque son obras de arte, o porque un autor las firmó, o por su singularidad”, dice Magdalena. Como sea, en estos días de “vacas flacas”, lo que sobran son vendedores: “De diez personas que entran (al negocio) seis o siete vienen a vender; lamentablemente cosas malas, que no sirven” para un mercado de antigüedades.

En este ambiente tan particular San Telmo es una referencia obligada, entre otras cosas, como mercado formador de precios.

Jorge Alberto Achilea (64) tiene en esa zona un negocio que atiende los fines de semana, ya que de lunes a viernes trabaja en su casa de antigüedades situada a un par de cuadras de la estación de trenes de La Plata. Alquiló ese local hace menos de cuatro años, aunque se dedica al rubro desde hace poco más de dos décadas, después de cerrar su comercio de ropa y calzado en la misma zona.

“Me fundí en 1999 y arranqué en la calle. Me parecía más fácil esto que abrir de nuevo una zapatería”, recuerda. Se instaló en 6 y 48, “en la puerta de la facultad. Me llevaban mercadería o iba a domicilio y hasta he comprado interiores completos, para venderlos a diferentes casas de contraventa”, explica. Del “continente” de cosas que las personas acumulan en su vida, Jorge rescataba las antigüedades que hubieran sido hechas antes de 1970. Esa es la mercadería que expone y vende ahora en su comercio, en especial vajilla de porcelana, losas, cristales y arañas, entre muchísimos otros objetos irresistibles para los ojos que gustan de la materia inoxidable al tiempo.

Dice Achilea que el origen de las cosas también incide en su precio: “Todo lo que está acá es usado, pero hay marcas inglesas, francesas o checoslovacas. El ramo es amplio; tengo cosas japonesas, chinas y de diferentes nacionalidades con un valor extra, lo que sucede es que ahora nada tiene valor. Lo que único que vale es comer y pagar el gas y la luz. He vendido muebles por 2.700 dólares y ahora pido 300.000 pesos y me da vergüenza, porque sé que la gente no tiene esa plata”.

Jorge admite que esta nueva crisis le pegó de lleno, otra vez: “Es como si se hubiese cerrado todo, cuando yo estaba en la calle vendía diez veces más que acá adentro”. Asegura que desde hace siete meses ya no compra mercadería, para dedicarse a vender la que tiene, como se pueda. Es que “un juego de té completo es impagable, por eso lo vendo por piezas”. En este contexto, sus planes se reducen a esperar “unos meses para jubilarme, vender todo y seguir en San Telmo”, aunque las cosas por allá no están mucho mejor, según dice.

Por lo pronto, a él no lo preocupa el auge de las ventas de garaje: “Es negocio; si les va bien, mejor. Incluso si hay muchas casas de antigüedades, en todas hay cosas distintas”.

Magdalena Salotti coincide en que “todo (el mercado) está mucho más parado” y sí considera que impacta en su rubro el boom de los “garaje sale”, en particular por “los precios irrisorios en cosas lindas y buenas. No sé si lo venden así por ignorancia o para sacárselas de encima, pero por esa plata no se consigue ni una silla de pino”.

Plataformas

Las plataformas de venta online, como Mercado Libre, también son formadoras de precio, aunque en muchos casos lo encarecen. Como sea, termina siendo relativo y permeable a la vieja ley de la oferta y la demanda, excepto en piezas exclusivas con valores estipulados por catálogo, igual que el oro o las divisas. “Cuando aparece algo así verificamos que no sea imitación y directamente hacemos un pasamanos con San Telmo. Si es algo muy bueno suele venderse al exterior, porque acá ya no hay mercado para eso”, reconoce Magdalena.

En el caso de la familia Calandra, tanto en las ferias como en su galpón de Tolosa regulan los precios por el valor que circula en las plataformas de venta, los “mercados de pulga” y su experiencia en la comercialización de muebles nuevos y usados, aunque siempre, si es por consignación, se acuerdan con el dueño. La única diferencia es que en su negocio no exponen cualquier objeto: “No tomamos cosas que no queden lindas en el espacio”, refiere Margarita. Si es para vender el interior de una casa, nada se queda afuera de la oferta.

“Es que hoy por una cuestión de espacios o de arquitectura ya no se venden los muebles grandes, pero se puede conseguir mucho más dinero vendiendo las tazas, los platos, las ollas y todo el chiquitaje”, comenta la mujer, quien es fanática de las antigüedades, igual que sus hermanos. “Catriel es directamente un chatarrero; para nosotros todo esto es divertido porque nacimos alrededor de esto. Nuestras casas son un cúmulo de cosas”, cierra, totalmente convencida de que “todos los objetos tienen alguna historia linda”. A todos, alguna vez, alguien los amó.

 

 

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