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Aviones y milagros

Aviones y milagros

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

18 de Junio de 2023 | 05:14
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La odisea que vivieron los cuatro hermanitos indígenas que anduvieron 40 días deambulando por la selva amazónica es una de esas proezas que trasciende lo humano. Como el caso de los rugbiers uruguayos, fue otra historia de aviones caídos, muertes cercanas y reencuentros milagrosos. Aquí también, lo providencial tomó las riendas de esas cuatro vidas chiquitas que no se quedaban quietas por querer alejarse de la tragedia. No hace falta describir los hechos. Todos saben del martirio que pasaron en la selva, del instinto maternal de Lesly, esa hermana de 13 que convirtió a esa jungla tenebrosa en cuna y esperanza, en casa y comida.

Primero, la caída del avión, después la conmovedora agonía de esa madre que, mientras se moría, pidió que la abandonaran y se vayan a buscar la vida, al final ese peregrinaje por un horror acechado por peligros de toda especie, con hambre, frío, sed y el dolor.

La desolación, la intuición y el miedo los fue empujando. Milagro y hazaña. Los milagros de alguna manera invocan lo celestial, aquello que está más allá de las posibilidades del hombre, las hazañas en cambio necesitan de un colosal esfuerzo humano.

Lo inimaginable y grandioso es que los cuatro salieron con vida, tras esas caminatas interminables que los obligaban a seguir y parar a cada rato.

Este ejército en miniatura libró una batalla contra el destino en medio de un infierno inacabable. Su epopeya, como la de los Andes, llegó en avión y su caminata es otro heroico ejemplo de supervivencia.

Cuatro chicos huyendo hacia la nada, tras dejar a su mamá agonizando. Y una hermanita de 13 que administraba la comida, los terrores y la esperanza. Un viaje por el infierno para encontrar el cielo.

La búsqueda de sobrevivientes de una tragedia es un capitulo entrañable de la obstinación y el espíritu humano. Carlos Páez Vilaró, padre de uno de los sobrevivientes del avión caído en la cordillera, contaba que durante los 72 días en que lo buscó, a caballo, en mula o a pie, a solas en la vasta precordillera, jamás dudó que su hijo estaba vivo. Algo de eso se revivió ahora en la selva amazónica.

Un batallón de seguidores y un perro alerta fueron descifrando los restos que dejaban los chicos en cada lugarcito donde acampaban. ¿Por qué los hermanitos no se detenían? Nunca explicaron porqué. La impaciencia, la desesperación y las ganas de dejar atrás tanto dolor, quizá los hacía marchar sin rumbo. Buscaban a quienes los buscaban. Encontrarlos, dicen los rastreadores, fue más una sensación inexplicable. Allí estaban esos cuatro nenitos tristes y hambrientos, que no tenían fuerza ni para llorar a su mami porque la muerte también los rastreaba.

Los buscadores de sobrevivientes ganaron otra batalla. Escépticos o esperanzados, pero siempre incansables, al fin se rinden ante una evidencia que corona su entrega: estas hazañas muestran la fuerza de la vida, esa “tentación de existir”, como dice Cioran, que mora en el ser humano.

El niño es sagrado porque no conoce la muerte. Cuando uno es chico piensa que estaremos aquí para siempre. Estos hermanitos quizá se alimentaron de ese instinto invencible y se hicieron grandes de golpe. Detrás, dejaron un avión hecho trizas y una madre desfalleciente que los habrá visto marcharse por última vez, con su cuerpo quebrado y su alma rota.

Cuando al fin los encontraron, estremecen las primeras palabras que dijo el nene frente a los rescatistas: “Tengo hambre, mi mamá se murió”.

Hay pocas cosas más inquietantes que escuchar la vocecita de un niño pronunciando la palabra “muerte”. Los cuatro enterraron su inocencia junto a esa madre que se quedó viéndolos alejarse para siempre.

El único juguete que les dejó el destino era tratar de subsistir, no entregarse, obedecer el ruego de esa mami moribunda que les dio el último mandado: salgan de aquí y sálvense. Y Lesly, madre en ciernes y con esa cualidad tan femenina para el cuidado, los fue criando en plena selva, guiados por dos amores: el de esa abuela que los acompañaba desde los altoparlantes y el de esa madre que los empujaba desde el recuerdo.

Aviones caídos y muerte derrotada. Ayer fue la nieve. Hoy, la selva. La vida, siempre.

Lesly, esa hermana de 13 que convirtió a esa jungla tenebrosa en cuna y esperanza, en casa y comida

Este ejército en miniatura libró una batalla contra el destino en medio de un infierno inacabable

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