Comemos cada vez peor: la mala nutrición y el sobrepeso, en alza

Un ritmo de vida acelerado y una agenda vertiginosa, a veces imprevisible. Condicionamientos económicos y sociales. Cambio de hábitos cotidianos. Pérdida de tradiciones culinarias. Secuelas de modalidades y costumbres adoptadas en cuarentena. El deterioro en las rutinas alimentarias que detectan los especialistas en el plano nacional, y que tiene su correlato local, tiene múltiples causas y consecuencias inquietantes, como el avance del sobrepeso, en particular el infantil, y de otras patologías que pueden resultar severas si la tendencia no se corrige.

“Nos estamos alimentando peor que hace cinco años. La diversidad de nuestra alimentación, y la calidad en términos de combinación en distintos tipos de alimentos en nuestra dieta es bastante deficitaria y desequilibrada. Tenemos mucha carencia en el consumo de alimentos de buena calidad y excesos en lo contrario. Esto le sucede al 90% de la población” revela Sergio Britos, investigador de la carrera de Nutrición en la UBA, y director del CEPEA (Centro de Estudios sobre Políticas y Economía de la Alimentación, creado en 2009).

El experto señala que “la alimentación de los argentinos ha empeorado en los últimos años, debido a la monotonía y mala combinación de la dieta, y a que comer de manera más saludable es más caro, aproximadamente un 30 por ciento”.

Las conclusiones del CEPEA están en sintonía con los datos oficiales: de acuerdo con el ministerio de Salud nacional, seis de cada diez adultos padecen exceso de peso, lo mismo que tres de cada diez niños en edad escolar, de los que el seis por ciento tiene obesidad.

“Nos alimentamos peor que hace 5 años, y mantener una dieta saludable es cada vez más caro”

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En cuanto a la situación de los precios, el director de CEPEA afirmó que “desde enero de 2018 a marzo de 2023 vimos que el costo de los alimentos más deficitarios en las dietas, que son los más saludables, crecieron un 1.300%, y los menos saludables crecieron 1.140%. Esto quiere decir que los precios relativos de los alimentos que tienen que ver con mejores valores nutricionales se vienen encareciendo de manera sistemática”.

Entre los aportes beneficiosos que no alcanzan el umbral de consumo, se pone en relieve el de los lácteos. Y allí otra encuesta pone en blanco sobre negro una situación que sorprende: el 85% de la población del país no ingiere más de dos productos lácteos al día, y únicamente el 25% conoce que esa cantidad es la recomendada por las Guías Alimentarias del Ministerio de Salud de la Nación.

El dato surge de una iniciativa concretada por la empresa Mastellone, fabricante de la marca La Serenísima, junto a una consultora especializada. En ese dossier se destaca que en una nación “lechera”, no se alcanzan los parámetros de consumo establecidos en el plano internacional ni el autóctono. Los responsables del documento puntualizan que “los lácteos aportan calcio y vitamina D para la salud ósea, proteínas de buena calidad para la recuperación muscular y vitamina A, sustancial para la piel y visión”. Y que “un solo vaso de leche cubre el 20% de la recomendación diaria de calcio”.

Otro de los informes elaborados post-pandemia, en este caso por el programa Comer Mejor, una movida que busca fogonear la educación alimentaria y nutricional, de la que participan la Universidad Católica Argentina (UCA), la Red Argentina de Bancos de Alimentos (RedBdeA) y el CEPEA, concluyó que apenas el 11% de la población se alimenta correctamente, y como contrapartida, el 39% tiene deficiencias importantes en ese aspecto. La conclusión de los especialistas que presentaron el plan Comer Mejor es que los argentinos tienen una dieta bastante uniforme en cuanto a la elección de sus alimentos, ya que el 80% de su consumo energético proviene de sólo 40 productos, sobre un total de casi 400 que consigna la Encuesta Nacional de Hogares.

“La escasa variedad en la dieta se acentúa en los hogares de menores ingresos”, se advierte en el análisis, que además destaca las “brechas alimentarias” existentes por déficit y por exceso, atento cada nivel socioeconómico.

El estudio advierte que en “la mesa de los argentinos” faltan hortalizas y frutas, cereales, harinas integrales, legumbres, granos y yogures, al tiempo que sobran grasas, almidones y féculas -papa, harinas-, panificados y bebidas dulces.

“Lo que más se consume es harina de trigo, pan y galletitas, fideos, arroz blanco -que comparado con el integral tiene pocos nutrientes-, azúcar y bebidas azucaradas, y papas y carne, que tienen un componente positivo, pero en el caso de las carnes deberían ser más magras”, lamenta el doctor Alberto Cormillot, y pone énfasis en el concepto de “comer bien”, a su juicio: “significa hacerlo siguiendo una combinación de alimentos. Todo lo que sale de la tierra sin procesar, frutas, verduras, legumbres, granos integrales, semillas, frutos secos y especias, consumir mucho de eso. Todo lo que sale del mar, consumir mucho de eso. La parte magra de la vaca y su producto, de ser posible los lácteos y los quesos descremados. Todo lo que sale de la gallina, su carne y el huevo. Y básicamente, evitar la sal. Eso, a grandes rasgos”.

El sedentarismo en los lugares de trabajo, y una situación económica que exige dedicarle más horas a la obtención del sustento, son algunos de los cambios de hábitos que van a contramano de lo ideal; cambios que se dan también en la dinámica hogareña, por ejemplo, con el cada vez más difundido “picoteo” a toda hora, y la pérdida de la “comensalidad”, especialmente entre niños y adolescentes.

El concepto de comensalidad alude al hecho de comer y beber juntos en torno a la misma mesa, y hasta hace poco era innegociable y prácticamente inalterable en cualquier casa. La médica especialista en Psiquiatría General e Infanto-Juvenil Laura Rosales Arozarena indica que “es importante mantener un espacio donde todos compartan la comida. La comensalidad es un acto básicamente humano. Los adolescentes que comen aislados, en distintos horarios o en la pieza, pueden denotar una alteración en la conducta; la habitación es un lugar para descansar. Es importante el hecho de la familia comiendo alrededor de la mesa, compartiendo los alimentos, comidas variadas. Cuando se desvirtúa el espacio de encuentro, aparecen dificultades”.

La médica platense especialista en nutrición Cecilia Bandiera suma su mirada: “a todas las deficiencias actuales se suma el consumo excesivo de bebidas alcohólicas en los chicos adolescentes, que compromete la óptima formación de hueso tan necesaria en esa etapa. Hay que advertir que el consumo crónico de alcohol puede generar un impacto en la función renal, riesgo de cirrosis y cáncer hepático a edades cada vez más tempranas. También los energizantes han sido incorporados por los adolescentes a la dieta cotidiana, y entrañan riesgo no sólo por su toxicidad farmacológica en combinación con alcohol o anfetaminas, sino por la toxicidad del estilo de vida que les están imponiendo a los jóvenes. Un informe del área de Toxicología del Sor María Ludovica advierte que estas sustancias están presentes en más del 20% de las intoxicaciones alcohólicas agudas graves en menores de 25 años”.