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Una sociedad crispada que no saluda, no mira de frente al hablar, no cede asientos a quienes los necesitan, no saluda al entrar o al retirarse, no atiende bien a los clientes
¿Duerme o se hace el dormido? Una embarazada, sin asiendo, viaja de pie en el micro, al lado del joven / web
MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE
Hace no mucho tiempo los jóvenes argentinos cedían los asientos en los micros y trenes a las personas mayores, a las mujeres y sobre todo a las embarazadas. No se vivía en una perfección suiza, en la inexistente isla de Utopía, pero sí en una sociedad que no estaba crispada, que tenía mayoritaria conciencia de la existencia de valores para defender la convivencia social. Al margen de toda mirada ideológica, era una población que, vista en su horizontalidad y en gran medida, guardaba y cultivaba las buenas maneras.
Hace también relativamente poco tiempo la mayoría de la gente se miraba a los ojos al hablar, se estrechaba las manos sin bajar la vista y agradecía los favores recibidos. Y a partir de esa suma de gestos personales, a nadie se le ocurría arrojar su basura en el frente del vecino o hacer sonar atronadores parlantes de música hasta la madrugada, escalando de ese modo hacia una anomia generalizada, en la que ya no se sabe dónde está el Norte y dónde el Sur.
Son ya demasiados los que no saludan al entrar o salir de distintos lugares. Demasiados los portadores de malos tratos. Demasiados los automovilistas, motociclistas ciclistas y peatones que andan por las calles con el insulto a flor de piel. Demasiados los que ingresan a un lugar como zombies y así se retiran, mudos, cargados de una íntima hosquedad. Al llegar a los mostradores subsistentes en algunas oficinas, se suele percibir la mala disposición del que atiende. Si es que atiende y no permanece en su escritorio, tomando mate. El malhumor campea, la impaciencia y la falta de amabilidad son reinas.
El 22 de mayo pasado jugaron en el Estadio Único de La Plata las selecciones de fútbol Sub-20 de Japón y Senegal. Y los hinchas japoneses “dieron la nota de color”, como dijo una crónica periodística: una vez terminado el partido se colocaron guantes, tomaron bolsas de plástico, barrieron y retiraron los papeles y demás restos caídos en la tribuna que habían ocupado. Hasta no dejar todo limpio no abandonaron el estadio. Lo mismo hicieron al final de todos los partidos que jugó la selección de Japón en nuestra ciudad.
No se vivía en una perfección suiza, pero sí en una sociedad que no estaba crispada
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No fue justo que se calificara ese gesto como una “nota de color”. En realidad, se trata de una costumbre sustantiva que reiteran desde hace muchos años. Para algunos, la tradición se habría iniciado en 2002 cuando Japón fue designado como sede conjunta a la de Corea del Sur para la copa mundial de ese año.
Sin embargo, en 1998 en el mundial disputado en Francia -y a pesar de haber perdido todos sus compromisos (contra Argentina, Croacia y Jamaica)-, los hinchas japoneses ya dejaron limpias sus tribunas y asombrados a muchos testigos.
Como se verá, ese ritual y muchos otros se enseñan desde las guarderías, sigue por todos los niveles educativos de Japón y es, tan solo, una mínima muestra del culto a las buenas formas y contenidos de esa sociedad.
Algunos suelen suponer que la cortesía, el comportamiento amable y respetuoso, forman parte de una cultura poco pragmática, casi nostálgica. Ocurre que Japón, que es el imperio de los buenos modales, exhibe un crecimiento económico que deslumbra. Las formas fortalecen.
Un grupo de hinchas de Japón limpia el sector que ocupó en el estadio ciudad de La Plata, tras un partido del mundial Sub 20 / Video
Las escuelas japonesas -y aquí puede hablarse de la existente en la zona florícola de Las Banderitas, a pocos kilómetros de La Plata- apuntan a inculcarle a los chicos, ya desde los jardines de infantes, sólidos principios de respeto a las formas y fondos de la vida social. Se les enseña humidad, disciplina y voluntad de trabajo. Quien haya estado en Japón habrá visto que es muy raro encontrar en las ciudades algo ruidoso, fuera de lugar o caído en el suelo.
Los chicos japoneses deben limpiar sus escuelas. Ante cada fiesta de fin de año, todas las casas son también limpiadas en profundidad, para que el año nuevo las encuentre renovadas, dignas de ser vividas.
En la mayoría de los países las madres y padres cuando llevan a sus chicos al colegio cargan sus valijas y demás útiles. En Japón, por más pequeño que sea, cada chico debe transportar algo y, de esa manera, se busca que aprenda a ser responsable de sus cosas.
Los japoneses tienen en claro que la vida social no puede sustentarse sin reglas que cuiden la armonía, que respeten los derechos de todos.
El arrebato, la toma de acciones individuales, los actos que intentan eximir a cualquiera de las obligaciones colectivas, están muy mal vistos y quien así no lo entienda recibirá muy duros castigos legales o sociales. Y ante todo, inclinarse para saludar, ser obsequioso.
Un educador de la escuela japonesa meditó uno segundos y dijo: “Bueno...la cultura japonesa apunta esencialmente a favorecer a la sociedad. La argentina, en cambio, le da más importancia a lo individual...”.
Los buenos modales no deberían pasar de moda, sino estar siempre presentes / Web
En la Argentina y en muchos otros países las buenas maneras se encuentran como en vías de extinción. Los estudiantes ya no se ponen de pie cuando el profesor ingresa a las aulas. La persona que le cede el paso a una mujer ante una puerta es como una rara-avis. Las propias mujeres ya no saben cómo actuar si las dejan pasar, se ponen nerviosas. El que saluda a todos al entrar o al salir, hace la diferencia. Lo miran como a un oso panda.
¿Dar las gracias? ¿Sacarse las gorras, sombreros o guantes para saludar? ¿Pedir por favor? ¿A quién se le ocurren semejantes antigüedades?
La mayoría de esos gestos vienen de la más lejana antigüedad. Se daba las manos o se quitaba el sombrero y aún los zapatos –como sigue ocurriendo en las mezquitas musulmanas- para demostrar que uno estaba desarmado, que no escondía ningún elemento belicoso, que buscaba estar en paz con el otro.
Son ya demasiados los que no saludan al entrar o salir de distintos lugares
¿Qué fue lo que ocurrió, quién creó la idea de que se trata de costumbres burguesas, cuando -todo lo contrario- intentan mostrar la fraternidad humana, la igualdad entre personas?
En la Grecia antigua se sostenía que “la forma nace del fondo, como el calor del fuego”. Si no hay valores formales, es porque antes se careció de contenidos. La solución la gestaron los filósofos en las plazas de Atenas: profundizar la cultura, democratizarla.
Una errónea concepción desvalorizó primero a las formas, pero el ataque a fondo, en realidad, fue contra los contenidos, contra los cimientos sustantivos de la ética social. Mucho de la humanidad contemporánea transita en forma errante, vacía y huérfana de contenidos y formas. La docencia auténtica debe ser una de las actividades más insalubres. Antes que mal pago, la docencia quedó mal ubicada en el escalafón social. La degradaron, cuando tendrían que ponerla en la cima.
Hay un proverbio chino que también merece ser reflejado. Dice: “Los grandes problemas deben ser tomados a la ligera. En cambio, a las cosas más pequeñas hay que prestarles la mayor de las atenciones. Porque en ellas y en la mejor manera de tratarlas radica el sentido de la vida”.
En su estudio casi fisiológico sobre el estilo literario, el escritor francés Gustave Flaubert sostuvo que “no hay pensamientos hermosos sin formas bellas, y recíprocamente. La belleza rezuma de la forma en el mundo del Arte, como en nuestro mundo salen de ella la tentación, el amor”.
Agregó que la idea no existe sino en virtud de la forma... “Allá donde falta la forma, ya no hay idea. Buscar lo uno es buscar lo otro. Son tan inseparables como lo es la sustancia del color, y por eso el Arte es la verdad misma... La forma sale del fondo, como el calor del fuego”.
En la vida también, como en el arte que la imita, si no hay un buen estilo, si no se pulen las formas, no hay casi nada que valga la pena.
Saludar a todos al entrar o al salir puede hacer la diferencia / Blake Wisz, Unsplash
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