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“La chica enmascarada”: el reino de la belleza y la autoexplotación

El último fenómeno surcoreano de Netflix, una historia de sangre y búsqueda de fama, resonó en los últimos días del país, de luto por Silvina Luna y con incertidumbre hacia el futuro

“La chica enmascarada”: el reino de la belleza y la autoexplotación

“La chica enmascaradA”, nuevo fenómeno surcoreano en la pantalla de Netflix

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

10 de Septiembre de 2023 | 05:13
Edición impresa

Un nuevo fenómeno se ha instalado desde Corea del Sur en las pantallas de Netflix: “La chica enmascarada” es la sensación de la temporada, como el año pasado lo fue “El juego del calamar”. Se suponía que la cultura surcoreana debía quedarnos algo lejos, pero, bueno, se sabe, globalización y demás: aunque hablen otro idioma, un idioma totalmente ajeno a nuestra vida cotidiana, aunque hagan otros gestos, aunque tengan costumbres y cordialidades difíciles de desentrañar desde América latina, los problemas parecen ser similares.

De hecho, los problemas que tiene la pobre chica enmascarada de “La chica enmascarada”, su desesperación por ser vista, por existir, obligada para ello a obedecer a exigencias imposibles, atrapada en una búsqueda de la perfección estética para pertenecer a una elite, para alcanzar el éxito, la fama, atrapada en una espiral de violencias que engendran violencia, resonaron esta semana, mientras Argentina lloraba a Silvina Luna.

Silvina, desde ya, fue víctima ante todo del accionar de Aníbal Lotocki, a todas luces un inescrupuloso cirujano que lucró con el anhelo, casi desesperado, de las mujeres que, lanzadas al centro de la industria de la fama, sintieron en la carne las exigencias imposibles para seguir siendo vistas. Lotocki, primero. Pero, en el fondo, destacaron muchos la pasada semana, esa industria como problema.

“La chica enmascarada” (Netflix) retrata el desesperado intento de una mujer por alcanzar la fama en la industria pop coreana, donde no importa tanto saber bailar o cantar como obedecer a ciertos cánones de belleza. Se tapa el rostro porque no obedece a ese mandato, y como no consigue entrar al mundo del espectáculo, “streamea” su cuerpo (enmascarado) para un puñado de libidinosos. En los primeros dos episodios, su sueño concluye en violencia y sangre: es, desde ya, una alegoría de la ferocidad de este mundo hecho a la manera surcoreana, con ese desparpajo audiovisual que se volvió mainstream con producciones como “Oldboy” o la oscarizada “Parasite”. Es decir: es, desde ya, una exageración.

Pero no tanto. El universo del k-pop está llena de muertos, suicidados, caídos del sistema: detrás del glamour de neón, del colorinche pop y los pasitos para Tik Tok, del brillo de Instagram y la promoción de las grandes marcas, la sangre brota. También han empezado a brotar las denuncias de abuso sexual y los relatos, increíbles, de maltrato laboral. En Corea del Sur, y también en Japón, donde nació el modelo “idol”: jóvenes que bailan, cantan y son descartables. Son miles, buscando una oportunidad. La película animada “Perfect Blue”, de Satoshi Kon, retrató de manera descarnada ese uso y abuso de las artistas, una manipulación, un control sobre esos cuerpos que termina generando su fractura mental, total. Se estrenó en 1997: un cuarto de siglo ha pasado desde aquel aviso.

LA METAFORA DEL “IDOL”

Idols japoneses y surcoreanos son un ejército de miles viviendo en pequeñísimos departamentos vidas lúgubres, vidas que esconden bajo sonrisas forzadas en miles de castings en los que buscan su sueño. Parecen pertenecer a una sociedad que creemos algo ajena: el éxtasis del capitalismo salvaje. Acá, donde el capitalismo no está tan avanzado, nos gustaría pensar que no explotamos como mercancías a las personas. Además, quizás creemos colectivamente que mientras aquel sistema es un multimillonario aparato global que promete fama en todos los rincones de la tierra, nuestra farándula es, como dijo Moria alguna vez, poco más que una pizzería, sin tanto en juego al fin y al cabo.

Pero los sueños perseguidos que impulsan la autoexplotación no son tan diferentes. La promesa del oro es la misma que lleva a tantos a participar de “Gran Hermano”, como Silvina Luna, a exponerse al escrutinio constante de manera voluntaria. O del “Bailando”, que acaba de iniciar una nueva temporada con la propuesta de siempre, escándalos jugosos y movimientos juzgados con voracidad por jueces capaces de señalar alguna vez que a Luna le pesaba la cola que le puso Lotocki. Hizo 15 puntos de rating.

Tampoco es tan diferente su búsqueda a la de aquellos que se rompen el lomo y las piernas pedaleando pero siendo sus propios jefes, mientras apuestan para adivinar cuántos laterales habrá en Flandria-All Boys. Zanahorias: todos autoexplotados, pero pocos famosos y adinerados.

El fotógrafo Sebastiao Salgado viajó alguna vez, hacia fines de los 70, a Serra Pelada, Brasil, donde miles de personas, como hormigas, bajaban un peligrosísimo camino y trabajaban durante horas: es que allí, en la sierra, habían descubierto oro. La fiebre del oro desorbitaba sus ojos, volvía infernal su mirada: en las imágenes capturadas por Salgado, que pueden verse en el documental “La sal de la tierra”, en Netflix, rostros chupados y cuerpos cubiertos de suciedad persiguen, la mirada febril, endemoniada, lo que los salve.

AUTOEXPLOTACIÓN Y APOCALIPSIS

Este año se estrenó en la pantalla de Crunchyroll “Zom 100”. Otro anime de zombies, otra serie de zombies, pero que propone un giro novedoso: la epidemia de los muertos vivos resulta liberador para el protagonista, explotado en una empresa para la cual es “ejemplar” trabajar hasta la madrugada, sin dormir, sin volver a casa. No se paga el esfuerzo, pero se sugiere que esforzarse inhumanamente es lo que hay que hacer. “Mentalidad de tiburón”.

 

“La chica enmascarada” retrata el desesperado intento de una mujer por alcanzar la fama

 

Los muertos llegan a la vida de nuestro protagonista, quien supo tener sueños de una vida profesional satisfactoria, para romper ese orden: lo primero que piensa al ver la muerte alrededor es que no tendrá que ir más a trabajar. El fin del mundo es su salvación.

Suena mucho en estos días una frase adjudicada a Fredric Jameson: “Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Solo el apocalipsis nos salvará del capitalismo, plantea “Zom 100” bajo capas de comedia animada. También parecen plantearlo algunos votantes en Argentina. Los teóricos llaman aceleracionismo a la filosofía que sugiere que no hay más escape al actual sistema que hacia delante: profundizar el capital, no intentar moderarlo o cambiarlo, profundizarlo hasta su colapso. El sistema está en crisis, pero ya hemos visto todos los intentos por controlarlo. Ninguno ha funcionado: ¿llegó la hora de ver que hay del otro lado de este apocalipsis capitalista donde nos movemos como zombies por las oficinas? Un candidato a presidente que promueve esa profundización del capital utilizó alguna vez “Se viene el estallido” como su canción de campaña.

“Zom 100” plantea un apocalipsis zombie feliz: ya no hay que ir más a trabajar

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