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El Mundo |mensajes cifrados, reuniones en hangares caribeños y promesas millonarias

Traicionar a Nicolás Maduro: el complot para subirlo a un avión y llevarlo a EE. UU.

Un agente norteamericano intentó convencer al piloto del presidente venezolano para que lo traslade a territorio estadounidense

Traicionar a Nicolás Maduro: el complot para subirlo a un avión y llevarlo a EE. UU.
28 de Octubre de 2025 | 17:11

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El plan se cocinó entre sombras, a mitad de un Caribe que fingía calma. No fue una operación oficial, ni un encargo de manual: fue el intento solitario —y casi cinematográfico— de un agente norteamericano dispuesto a cambiar la historia de Venezuela con una sola conversación.

Edwin López, veterano de las Investigaciones de Seguridad Nacional, llevaba años moviéndose entre despachos diplomáticos y hangares silenciosos. En mayo de 2024, su mirada se detuvo sobre dos jets privados que habían aterrizado discretamente en Santo Domingo. No eran aviones cualquiera: transportaban a Nicolás Maduro, el hombre más buscado del hemisferio. Y esta vez, estaban en tierra, vulnerables, con sus motores apagados.

López olió la oportunidad. Pidió permiso para acercarse a los técnicos venezolanos que habían llegado a recoger las aeronaves. Entre ellos estaba el teniente coronel Bitner Villegas, piloto de la escolta presidencial. En él, el agente creyó ver la grieta perfecta.

El encuentro

El 18 de mayo, dentro de un hangar en penumbra del aeropuerto ejecutivo de Santo Domingo, López desplegó su carta más audaz. No hubo amenazas ni gritos, solo una promesa: “Si desviás el vuelo del presidente hacia donde te indiquemos… serás un hombre libre, rico y admirado por millones”.

Le habló de destinos posibles: Puerto Rico, Guantánamo, la misma República Dominicana. Lugares donde Estados Unidos podría capturar a Maduro sin disparar un solo tiro. Villegas escuchó sin pestañear. No aceptó. Pero tampoco rompió el contacto.

A partir de entonces, los mensajes cifrados comenzaron a cruzar el Caribe. Textos breves, a veces en clave. Uno de ellos, el 7 de agosto, decía: “Sigo pendiente a su respuesta”.

Junto al texto, un enlace: el comunicado del Departamento de Justicia que duplicaba la recompensa por la captura de Maduro a 50 millones de dólares. Días después, López insistió: “Todavía te queda tiempo para ser el héroe de Venezuela”.

La sombra de Washington

El plan tenía la impronta del viejo espionaje: improvisado, ambicioso y con respaldo tácito. En Washington, la administración de Donald Trump había redoblado la presión sobre Caracas. En paralelo al intento de reclutar al piloto, el presidente había desplegado buques de guerra en el Caribe y helicópteros de ataque para frenar el tráfico de cocaína que —según la Casa Blanca— partía desde Venezuela.

El mensaje era claro: si Maduro no caía por dentro, lo harían caer desde afuera. Y si un hombre podía hacerlo volar hacia una trampa perfecta, Washington lo recibiría con los brazos abiertos.

El cumpleaños maldito

Cuando Villegas se replegó, la operación se volvió un juego de sombras. Desde la oposición venezolana se desató una campaña para sembrar dudas sobre su lealtad. Y entonces apareció un nombre conocido: Marshall Billingslea, ex funcionario de seguridad nacional de Estados Unidos, curtido en operaciones de presión psicológica.

El día en que Villegas cumplió 48 años, Billingslea publicó en redes un mensaje de cumpleaños cargado de veneno. Dos fotos: una del piloto en un sofá rojo del hangar de Santo Domingo —donde había hablado con López—, y otra de su ascenso oficial a general. La publicación se difundió a las 3:01 de la tarde, apenas un minuto antes de que un Airbus sancionado de Maduro despegara de Caracas. Veinte minutos después, el avión regresó.

En las redes venezolanas, el rumor corrió como fuego: ¿había sido detenido el piloto? ¿Había confesado? Durante días, nadie lo vio. Nadie lo oyó.

El desenlace televisado

El 24 de septiembre, el misterio terminó frente a las cámaras. Bitner Villegas apareció en un set iluminado, vestido con su traje de vuelo. A su lado, el ministro del Interior Diosdado Cabello lo presentaba al país entre risas y sarcasmo.

“Aquí nadie se vende —dijo—. En nuestra Fuerza Aérea hay patriotas vergatarios a toda prueba”.

El piloto levantó el puño, silencioso, mirando fijo a la cámara. En su rostro no había euforia ni miedo. Solo la expresión de quien ha visto demasiado y ya no puede hablar.

La operación había muerto antes de nacer. Pero el eco de aquella reunión en el hangar —y de un mensaje cifrado que prometía millones— seguía vibrando en los despachos de inteligencia de Washington y Caracas. Porque en el mundo del espionaje, las traiciones nunca se confiesan: solo se posponen.

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