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Una alternativa al plan económico de Milei

Una alternativa al plan económico de Milei

Roberto Arias

8 de Diciembre de 2025 | 04:39
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eleconomista.com.ar

En los últimos días se mencionó con frecuencia el ejemplo de Tony Blair en el Reino Unido, el joven dirigente que modernizó el Partido Laborista durante la larga noche conservadora de Margaret Thatcher. El paralelismo no es menor: Milei se reconoce admirador de Thatcher, que tuvo una agenda enfocada en privatizaciones, desregulación y una guerra frontal contra la inflación (¿les suena?). Blair construyó un nuevo liderazgo renovando desde las bases la propuesta económica y social laborista, y logró no sólo derrotar a Thatcher, sino gobernar una década con amplio apoyo popular.

Me parece útil el ejemplo para pensar una alternativa económica moderna a la visión de Milei. Esta alternativa puede estar anclada en nuestras tradiciones de desarrollo industrial y justicia social, pero debe implicar una renovación de nuestro ideario económico y no ser sólamente un ejercicio nostálgico.

El primer punto es poner la estabilidad -baja inflación- como prioridad absoluta. Milei entendió que la sociedad estaba dispuesta a tolerar grandes sacrificios a cambio de un objetivo claro: terminar con la inflación. Fue el primer candidato que gana una elección presidencial hablando explícitamente de ajuste, de hecho no había espacio alguno para la duda: usaba una motosierra como símbolo. Esto indica un consenso social amplio: la inflación alta aparece como el peor de los mundos, porque destruye salarios, acorta horizontes, paraliza inversiones y golpea especialmente a los trabajadores y a los sectores más vulnerables.

Prioridades

Una agenda alternativa debe sostener los tres objetivos clásicos de la política económica -estabilidad, crecimiento y distribución- pero en ese orden. Sin estabilidad no habrá crecimiento, y sin crecimiento la distribución se vuelve un conflicto permanente. En última instancia, cuando se busca repartir una torta que no crece, la consecuencia es más inflación.

Una política económica que priorice la estabilidad es fácil de diseñar pero costosa de aplicar: exige evitar a toda costa los desequilibrios macroeconómicos (fiscal y externo) y no tomar los atajos que ya fracasaron y que los países capitalistas modernos no aplican, por ejemplo controles de precios, cepo en el mercado cambiario, subsidios energéticos sin focalización, retenciones a las exportaciones y restricciones al comercio.

El segundo punto es la construcción de un nuevo orden social que combine solidaridad con mérito, inclusión con responsabilidad. En los últimos años se tomaron medidas bien intencionadas que terminaron generando incentivos perversos, debilitando la cultura del trabajo y el esfuerzo. Un ejemplo claro son las moratorias previsionales: al garantizar jubilaciones sin aportes suficientes, destruyeron la motivación para que autónomos y monotributistas cumplan con sus obligaciones.

La inclusión es un principio irrenunciable, pero las herramientas deben diseñarse con inteligencia: los incentivos importan, y mucho. Un país que quiera crecer necesita que cada persona tenga motivos para desplegar su potencial, formarse, trabajar y aportar. Debemos volver a la movilidad social ascendente como eje central del progreso en comunidad, que combina el rol del Estado al igualar oportunidades (con inversiones en educación y salud pública) pero también el esfuerzo individual.

Estado y sociedad

Vinculado con esto, hay un tercer elemento central que es repensar el rol del Estado y su relación con la sociedad. El desorden en este ámbito durante las últimas décadas fue mayúsculo, reflejando falta de visión y de coraje para reorganizar el Estado y sus instituciones. No tiene ningún sentido que el Estado Nacional construya viviendas, escuelas o administre rutas completamente provinciales como la autopista Ezeiza-Cañuelas. Esas responsabilidades deben pasar a las provincias, y éstas a su vez a los municipios cuando corresponda. Asimismo, el Estado no debe producir bienes y servicios: casi siempre termina siendo caro, ineficiente y capturado. La agenda de desregulación y reforma del Estado del gobierno de Milei tiene puntos muy valiosos. Revisarla punto por punto desde la oposición y admitir lo que está bien sería un gesto de madurez y una señal clara de renovación.

En síntesis, si no se piensa fuera de la caja, como Blair en su momento, no habrá renovación real. Y sin renovación será difícil convencer a las mayorías de que existe algo nuevo, sólido y creíble para superar esta etapa. La alternativa económica al actual rumbo no puede ser un regreso al pasado, sino una propuesta moderna, compatible con el trabajo, la producción y el ascenso social.

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