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Una política con cronómetro

Una política con cronómetro

Miguel Gómez Goldin

20 de Junio de 2025 | 01:48
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eleconomista.com.ar

Europa está en guerra. Ya no cuenta con el apoyo de Estados Unidos. Su incondicionalidad está en jaque por lo que define una nueva estrategia. Así, Europa se rearma. Pero atención. Su rearme, esta vez, no es solo armamentista. Para nada. Intentará ser, como lo denominó Macron, también un rearme demográfico. Se trata de un problema que no se limita a los países desarrollados cuyo esquema poblacional atraviesa serias dificultades. No. Argentina padece de un silencioso pero serio desafío muy por encima de las posibilidades del abordaje de nuestra clase dirigente. Y más aún, se traduce en múltiples aristas cuyas consecuencias pueden ser determinantes.

Hay cambios que se ven, hay cambios que se viven pero hay transformaciones que son tan paulatinas que pasan tan desapercibidas, como las caras de los jueces argentinos más influyentes. Nuestros políticos carecen de herramientas para detenerlas pero si poseen formas para encararlas.

La cuestión demográfica nos golpea más seriamente de lo que podemos a simple vista percibir y el problema radica precisamente en que no es evidente a primera vista. Se manifiesta financiera, comercial, política y previsionalmente,

¿Recuerdan cuando Macri hacía campaña tanto en Ciudad de Buenos Aires como luego en Nación en base a los logros relativos a la cantidad de jardines de primera infancia construidos? ¿Y de cómo el problema en CABA se configuraba en torno a las plazas que eran ocupadas por los niños y jóvenes del Conurbano en lugar de los porteños? Hoy cuesta llenarlas. Las aulas se van vaciando.

Hace 35 años más de la mitad de los hogares tenía hijos menores de edad (el 56% de los hogares para 1991). Hoy, esa cifra cayo al 45% mientras que el 57% ya no tiene menores en su núcleo.

Nadie tiene por qué ni debería meterse en la planificación familiar. Es un asunto privado. Pero visto en perspectiva se observa que no se trata meramente de una elección de vida. En muchos casos constituye una respuesta a la incertidumbre económica, la precariedad laboral o la falta de condiciones para formar familia. Tan es así que lo resaltado por el recientemente fallecido papa Francisco respecto a los “peririjos” es verdad: en CABA hay más gente con perros que con niños.

Más concretamente, la tasa de fecundidad en Argentina cayó a 1,33 hijos por mujer en 2023, la cifra más baja en medio siglo y muy por debajo del nivel de reemplazo poblacional (2,1), según datos del Ministerio de Salud de la Nación. Esta caída representa más del 40% respecto a 2014. El año pasado hubo apenas 460.902 nacimientos en todo el país.

Esto no es solo una estadística: es una bomba de tiempo para cualquier sistema basado en la solidaridad intergeneracional.

Rafael Rofman, uno de los máximos referentes y expertos en la materia de nuestro país, aclara que, no obstante, la caída abrupta en la fecundidad desde el 2015 no resulta del todo negativa. Responde, por el contrario, a la efectividad de las políticas de educación sexual y prevención de embarazo adolescente, propio de los países que comienzan a transitar el lento y sinuoso camino al desarrollo.

El envejecimiento no solo afecta al equilibrio previsional. Afecta al mercado de trabajo, la demanda educativa, al patrón de consumo, la política pública de cuidados, al sistema de salud y la distribución geográfica de la población. Se trata de un verdadero reordenamiento del tejido social. Solo que este es drástico.

Un país informal que envejece

¿Quiénes aportan para sostener a cada vez más jubilados? ¿Cómo se afrontan las moratorias? ¿Cómo se sostiene el dispositivo educativo donde existen cada vez más docentes para menos alumnos? ¿El desarrollo inmobiliario y habitacional será el mismo? ¿Qué incentivos existen para desconcertar la macroencefálica área metropolitana y distribuir federalmente la población? ¿Bajo qué incentivos? ¿Con qué gente? ¿De dónde se obtendrán los enfermeros y cuidadores para los jóvenes adultos de hoy?

Pero lo más dramático es que el sistema está sostenido por una base que se erosiona. En las últimas dos décadas, el número de jubilados se duplicó, mientras que la cantidad de aportantes se mantuvo prácticamente estable. El 45% del empleo es informal. Hay 8 millones de trabajadores que no pueden hacer aportes, pero que en el futuro demandarán cobertura. La ecuación no cierra.

Según cifras expuestas también por Rafael Rofman en abril de este año, Argentina gasta entre el 10,5% y el 12% del PBI en pensiones, una de las cifras más altas del mundo para un país que todavía tiene una pirámide poblacional joven. A su vez, casi la mitad de ese gasto se destina a regímenes especiales o no contributivos. De ahí la urgencia de que el Congreso aborde reformas.

Si la cobertura jubilatoria supera el 90%, es por la vía de moratorias o asignaciones no contributivas. Eso hace que el sistema sea progresivamente más universal, pero también más insostenible. La cobertura se mantuvo, pero la legitimidad contributiva se diluyó. Ese es tan solo el primer problema acuciante de la trampa demográfica.

¿Qué coalición política se animará y tiene resto para a liderar una reforma previsional con perspectiva demográfica sin pagar el costo electoral inmediato?

El espejo del mundo: Argentina no está sola

Una vez más, el fenómeno no es exclusivamente local. En la Unión Europea, en 2023 se registró la caída más pronunciada de nacimientos en 60 años, según Eurostat. La tasa de fertilidad en el continente fue de 1,38 nacimientos por mujer. Francia, con uno de los esquemas de política familiar más ambiciosos del mundo, cayó a 1,66. Japón y Corea del Sur batieron récords históricos: Corea llegó a 0,72 en 2023. A ese ritmo, su población se reducirá a la mitad en este siglo.

La dimensión territorial también condensa tensiones estructurales invisibles. En contraste, África es el único continente que seguirá creciendo en términos poblacionales. Hacia el año 1900 Europa contenía el triple de población que África mientras que hoy Europa apenas dobla a África; y para 2047 se espera que África triplique a Europa. Mientras Occidente envejece y se achica, el sur global crece, se desplaza y reordena el mapa demográfico del siglo XXI.

Una imagen proyectada por el politólogo Andrés Malamud sintetiza esta mutación: “Hoy, dentro de un solo círculo en Asia vive más gente que en todo el resto del mundo combinado”. Esa periferización demográfica de Occidente no es un simple dato simbólico, sino una advertencia sobre las nuevas geografías de poder, consumo y movilidad. En ese marco ¿hacia dónde está mirando y con quién comercia Argentina? ¿Cuál es su estrategia? ¿Piensa en clave poblacional?

60% de la humanidad vive en Asia

Las interrogantes suscitadas son tan solo algunas por las que el geopolitólogo George Friedman arguye que Estados Unidos continuará siendo la gran potencia mundial en este siglo, ya que cuenta con el mayor recurso natural: latinos -principalmente mexicanos- que le proveen de mano de obra barata. Sí nos detendremos en esta variable poblacional, todo nos indica que podemos relajarnos ante el alza de las extremas derechas en el mundo ya que luego del 2030 Europa competirá por atraer inmigrantes que le provean fuerza laboral.

¿Y ahora qué?

¿Desde donde piensa el país su prospectiva? Argentina está constantemente hundida en la urgencia y la coyuntura. Se da poco lugar a pensar en la estrategia. Pero es poco el margen para a hacer vista gorda al futuro en términos demográficos.

La demografía es política con cronómetro. ¿Mover la capital a Viedma? Delirio absurdo. ¿Desconcentrar? Urgentemente ya. No es romper, sino de rediseñar un Estado que proteja mejor con menos improvisación.

Se aborda multidimensionalmente. Por ejemplo, este proceso tiene también un profundo sesgo de género. Según datos del Conicet, en los hogares donde hay niños o adultos mayores, la jefatura femenina es dominante: 8 de cada 10 hogares monoparentales son monomarentales. La carga de cuidado y la presión económica recaen sobre mujeres que deben conciliar crianza, trabajo e ingreso en un escenario cada vez más exigente. Si se quiere hablar de reforma del sistema previsional, no se puede ignorar la dimensión de género para que el incentivo económico exista sin una amenaza a provocar interrupciones graves en el desarrollo profesional de las mujeres o sin la dependencia de terceros en cuidados.

En materia federal, mientras más profesionales y recursos falten en la periferia más incentivo habrá para seguir invirtiendo y mudándose al AMBA.

Algunas políticas argentinas han alzado la voz el tema tanto en eventos como en su comunicación en redes pero lamentablemente desde una óptica convencional, poco eficaz y errada.

Más aún, el sistema previsional argentino es caro, injusto e ineficiente, como ya se ha señalado. Pero lo que se discute poco es que ese diagnóstico se basa en una demografía que ya no existe. Es hora de repensar los esquemas institucionales -e incentivos- a la luz de la nueva estructura poblacional. Discutir edad jubilatoria, sí. Pero también rediseñar el contrato entre generaciones.

La verdadera pregunta no es técnica, sino política: ¿quién se atreve a decirle a Argentina que está envejeciendo sin recursos y sin reemplazo? ¿Quién se anima a plantear reformas en serio cuando el electorado joven está mayoritariamente fuera del sistema formal y el adulto mayor es mayoría entre los votantes? Precisamos espacios oficiales de consenso prospectivo. No se trata de menos contenido erótico y más citas. Se trata de proponer una visión.

La respuesta, si la hay, será incómoda pero necesaria. Porque la demografía no esperó y el rearme, como en Europa, tampoco.

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