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Asambleas barriales: historia de un furor que se disolvió

De las más de veinte que había en La Plata, ahora quedan poco menos de diez.

25 de Mayo de 2003 | 00:00
Algunos se habían cruzado en la vereda, paseando el perro o comprando en el mismo almacén. Otros no se habían visto nunca pero vivían en la cuadra de enfrente o a dos o tres casas de distancia. Sin embargo, cuando explotó el boom de las asambleas barriales a principios del año pasado, no hubo vecino que no entrara en contacto con el otro para debatir sobre algún problema en común. Se juntaban en cualquier esquina, club, plaza o escuela y, desde ahí, en conjunto, buscaban soluciones a sus dramas más cotidianos y repetidos. Sin embargo, a poco más de un año de aquellos encuentros, el furor vecinal parece haberse apagado. De las más de veinte asambleas que había en la región, ahora quedan poco menos de diez. Y mientras antes cada una juntaba a 200 o 300 vecinos, en la actualidad las que quedan en pie suman en cada reunión a no más de 30 personas.
Para algunos, todo empezó a desinflarse durante el segundo semestre del año pasado con la intervención de militantes partidarios, los cuales generaron que muchos independientes se sintieran infiltrados y resolvieran alejarse. Algunas asambleas terminaron dividiéndose; otras, en cambio, los incorporaron como a cualquier vecino pero debieron pagar el costo de una importante deserción vecinal.
"Las asambleas barriales se están muriendo porque ya no persiguen el fin con el que fueron creadas", dispara Carlos Benito, quien hasta el año pasado participaba de la asamblea del barrio Hipódromo. "Yo me alejé porque se dejaron de tratar temas vecinales. Empezaron a aparecer algunos militantes de izquierda y los encuentros se politizaron. Convocaban a los vecinos ya no para hablar del barrio y de cuestiones cotidianas, sino para debatir y despotricar contra el FMI. No hay dudas de que por eso muchos como yo dejamos de participar".
Tal vez la asamblea de barrio Norte sea un ejemplo de la decadencia del fenómeno. Mientras que a principios de 2002 llegó a reunir a unos 200 vecinos preocupados por el drama de las inundaciones, ahora apenas juntan a 25 o 30 personas.
Algo parecido sucede en City Bell, donde de los 300 vecinos que había ahora sólo quedan 15 que se siguen juntando en la Escuela Nº34. "No es que la gente haya encontrado nuevos canales de comunicación -explica Mariano Puentes, uno de los tantos que decidió alejarse-, sino que muchos perdieron credibilidad respecto a lo que se podía llegar a conseguir".
En estos primeros meses del año, con mayor o menor protagonismo de los partidos de izquierda, las asambleas locales que aún pelean por no disolverse llevan adelante otras tareas que tal vez no se habían propuesto en el comienzo, como manifestarse contra los camiones que llegan al CEAMSE (tal como hace la asamblea barrial de Ensenada), juntar comida para los comedores infantiles de la zona y, en este último tiempo, recaudar donaciones para los inundados de Santa Fe.
En algunas, incluso, se vienen haciendo ciclos de cine dedicados a las revoluciones, charlas sobre la historia del movimiento obrero y debates sobre los alcances positivos y negativos que puede traer un piquete.
Para el sociólogo Saúl Casas, que hasta hace unos meses integraba la asamblea popular de Ringuelet, "es cierto que el sentido original se disolvió, pero no creo que haya sido por la aparición de militantes de izquierda, sino más bien por la presencia de representantes de fuertes estructuras partidarias. De todas maneras, estoy convencido de que se trató de una experiencia positiva, ya que dejó una impronta en la gente que servirá para posicionarse de otro modo ante futuros problemas en el barrio".

AYER Y HOY
Como se sabe, todo empezó con los cacerolazos de diciembre de 2001 y se "institucionalizó" con el temporal de enero del año siguiente, tras el cual decenas de barrios quedaron bajo el agua y cientos de vecinos contando sus pérdidas. "Las reuniones en Ringuelet arrancaron con la inundación del 27 de enero de 2002", recuerda Casas, aunque reconoce que de las 500 personas que llegaron a juntarse en ese entonces, "en el último tiempo apenas quedaron cuatro".
En su mejor época, las asambleas de cada barrio también supieron unirse y confluir en los encuentros interbarriales. En ellos, como en los vecinales, había un orador que se encargaba de armar una lista con los puntos a reclamar y, sobre todo, con las modalidades en que se haría el reclamo.
"En ese entonces había mucho entusiasmo -asegura Roberto Leima, quien a mediados del año pasado decidió abandonar las reuniones de la asamblea de Villa Elisa-. Pero poco a poco los vecinos nos fuimos alejando. No es que nuestros conflictos se hubiesen solucionado, para nada; pero empezamos a advertir que el espíritu primario de los encuentros se habían desvirtuado".
Al igual que la mayoría de los vecinos que en este último tiempo desistieron de seguir participando en las asambleas, Roberto apuntó que "puede ser interesante incluir distintas opiniones, sean de grupos de izquierda o no, pero si yo me junto con el vecino de enfrente no va a ser para debatir sobre las políticas imperialistas de Estados Unidos, sino para encontrarle una solución al problema de mi barrio. Y como eso ya no pasaba, lo mejor era dar un paso al costado".

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