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Revista Domingo |NOTA DE TAPA

Viaje a la prehistoria de los Redondos

A más de diez años de la separación de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, los orígenes platenses del grupo siguen despertando el interés y la polémica. Y alimentando la leyenda. Un libro próximo a presentarse en nuestra ciudad indaga en esos inicios, destaca el aporte de ex integrantes que no participaron del momento de éxito de la banda y recorre los espacios y los principales acontecimientos de la etapa platense del grupo

Viaje a la prehistoria de los Redondos

Patricio Rey y los Redonditos de Ricota a fines de los años 70

21 de Octubre de 2012 | 00:00

POR

OMAR GIMENEZ

El futuro llegó hace rato. ¿Y el pasado?: cuando un grupo crece hasta convertirse en uno de los más grandes y singulares de la historia del rock argentino, alrededor de sus orígenes comienza a cristalizar la leyenda. Muchas veces en la forma de una nebulosa en la que coexisten los datos certeros, precisos, verificables, con los mitos más infundados. Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota llegó a ser mucho más que una banda de rock: alcanzó la estatura de fenómeno social inédito en el mundo de la música popular, capaz de movilizar a multitudes de fans en actitud casi religiosa por las rutas del país, a veces sin un centavo para hacerle frente al costo un pasaje o una entrada. Inauguró, a su vez, una forma independiente de manejo del negocio musical en el rock, moviéndose por afuera de la industria. Con esa carta de presentación no es raro que la cuestión del origen siga despertando interés, a más de diez años de la separación de la banda. Una banda que nació en La Plata en medio de un Big Bang tan espontáneo como caótico y cuyas huellas humean acá y allá, todavía, por las calles de la ciudad. Jorge Martín Ocaña, la otra pata de esta historia, es periodista con pasado de fan ricotero de los tenaces. Los últimos ocho años de su vida, los pasó persiguiendo esas huellas, las de aquellos inicios, recorriendo la ciudad de punta a punta, entrevistando protagonistas, testigos, ex novias, otros periodistas. Todo para reconstruir un viaje a la prehistoria ricotera platense que decidió plasmar en un libro, “Los Pasajeros del Rey Patricio”, que el 29 de este mes se presentará en el auditorio del Centro Cultural Islas Malvinas.

Aunque es porteño, Ocaña estudió periodismo en la Universidad de La Plata y en su libro refleja, más allá del génesis de la banda de rock con más convocatoria nacida en la ciudad, el clima de una época que ya no existe: la del surgimiento del rock en una La Plata donde los bares todavía abrían toda la noche y en un país en que la tensión reinaba bajo una dictadura militar, el terror cotidiano a las desapariciones, la sospecha que se cernía sobre cualquier joven por el mero hecho de ser joven y el hostigamiento de todo aquel que osara vivir, lucir o pensar de una manera diferente.

La lupa de Ocaña se posa en un momento clave: el del tránsito de Los Redondos desde un temprano despertar platense, anárquico e interdisciplinario -donde los conciertos se parecían más a happenings que a recitales de rock- hacia el momento de la consolidación de la propuesta y la profesionalización en Buenos Aires, la metrópolis “adonde atiende Dios cuando de carreras musicales se trata”, según subraya una de las fuentes consultadas en el libro. En el camino, a lo largo de esos 52 kilómetros recorridos una y mil veces -y entonces, sin autopista- fue mucho lo que quedó atrás, en la geografía de las diagonales: protagonistas orgullosos de haber pertenecido a ese primer tramo de la historia ricotera, aportes insuficientemente valorados, ex integrantes indiferentes y hasta heridas que, pese al paso de los años se niegan a cicatrizar.

Ocaña pone el acento en rescatar el aporte de algunos de aquellos primeros protagonistas, sus historias y sus diversos presentes, rastreados en los pasillos de Radio Universidad, en un bar de la brasileña Bahía o hasta en una fiambrería platense de barrio.

VEAMOSLO UN POCO CON TUS OJOS

La historia se construye a partir de las miradas y las voces de quienes integraron las primeras formaciones de aquel magma multidisciplinario, sólo unido por la impronta metafísica de un inexistente Patricio Rey, del que nacerían Los Redondos: sonidistas, organizadores, músicos, artistas plásticos, performers, actores, bailarinas.

Cada uno repasa los principales jalones del tránsito platense de la banda. La influencia de la Cofradía de la Flor Solar; las primeras presentaciones en el teatro Lozano; los recitales de domingo en el cabaret Sandra Tango Club de 1 y 61 que pasaría a la historia con el mote de “El Puticlub”; la gira a Salta del año `78 con sus presentaciones también multidisciplinarias en el bar “El Polaco”; las reuniones en la casa del guitarrista Skay Beilinson en 4 y diagonal 74 o de la manager Carmen “Negra Poli” Castro, en 10 y 37; los ensayos en el Pasaje Rodrigo. Todo lo que terminaría con la decisión de emprender una segunda de etapa de la banda en Buenos Aires, ya centrada en lo musical y donde el núcleo se iría reduciendo, progresivamente a Carlos “El Indio” Solari, Skay Beillinson y Poli. Un cambio con coordenadas precisas, para Ricardo Cohen (encargado de la estética gráfica del grupo desde sus inicios): las actuaciones en Palladium, un mítico reducto porteño de principios de los `80.

“Para mi, una bisagra son las actuaciones en Palladium. Antes de hubo un grupo y después hubo otro grupo de músicos. Algunos se fueron yendo, otros fueron llegando. Lo que permanecía inalterable, lógicamente, era el dúo Skay-Solari”, dice el mítico Rocambole, autor de las tapas de los discos.

El interés por otras formas del arte estaba presente en varios integrantes del grupo

Entre las voces que van hilando la historia se cuentan las mencionadas, más las de Carlos Mariño (afectado a la organización de los primeros recitales y sonidista), Sergio “Mufercho” Martínez (monologuista, presentador y uno de los primeros participantes del colectivo inicial); el guitarrista Ricky Rodrigo; el baterista J.C Barbieri; el baterista Guillermo “Guimo” Migoya; el bajista Néstor Madrid; el guitarrista Gabriel “Conejo” Jolivet; las bailarinas María Isabel de la Canal; Silvia Fainbloch y Cecilia Elías; el productor José Luis Luzzi. Las voces que llevan el relato hacen notoria la ausencia de otras, ausentes y permanentemente referenciadas: las de Carlos “el Indio” Solari, Skay Beilinson y la “Negra” Poli. “Se negaron de manera cordial en más de una oportunidad aduciendo diferentes motivos, respetables todos”, dice Ocaña.

PARA TIPOS QUE NO DUERMEN POR LA NOCHE

Los distintos relatos van dibujando el perfil de un grupo que se inició como una movida contracultural en tiempos de opresión. Una iniciativa tan inclasificable que pudo concretarse en varias ocasiones, en tiempos oscuros y en una ciudad vigilada.

“En las presentaciones de Patricio Rey había todo un circo mágico, psicodélico, que incluía a Edgardo `El Docente` Gaudini (asesinado en Claypole en 2010) con los buñuelitos de ricota y tronos pintados, gente disfrazada, personas que hacían cualquier cosa. Era la manifestación cruda, espontánea de que algo podía ser identificado como vida en una época lapidaria, en plena dictadura militar, en el momento en que los militares estaban fuertes y te mataban por cualquier cosa. Nosotros íbamos y le metíamos los dedos con ácido adentro de la ametralladora, se miraban entre ellos y no nos podían hacer nada. Era tal el sacamiento que teníamos que era inclasificable, no podían decir que éramos subversivos, era agarrar un carro y llevarnos a Melchor Romero”, opina Sergio “Mufercho” Martínez. Para la bailarina Cecilia Elías, “los milicos nos veían como a hippies tarados. Ellos buscaban a los estudiantes universitarios que estaban militando”.

Como fuera, las razzias eran reales y los golpes también. Entre los recuerdos se menciona que era común que los recitales terminaran con un micro llevándose músicos y público presos.

Para Roberto “Fenton” Fuentes, uno de los bajistas de las formaciones iniciales de los Redondos, lo del espectáculo multimedia era una estrategia para lograr que los shows fueran autorizados y aceptados en los teatros, cosa que no sucedía si se anunciaban como recitales de rock: “la cuestión teatral era un engaño. El núcleo de la cosa era la banda. Era engañar a todo el mundo para que te dejaran hacerlo, de hecho no se podía de otra manera”.

Lo que no era un engaño era el interés multicultural de la movida llevada adelante por el colectivo. El espíritu era espontáneo y anárquico y compartieron el escenario con la banda a lo largo de aquella primera etapa desde la proyección de películas independientes hasta espectáculos de strip tease.

El interés por otras formas del arte estaba presente en varios integrantes del grupo: Ricky Rodrigo recuerda que en el pasaje donde ensayaban y que pertenecía a su familia (el que lleva su nombre y que hoy es un paseo de compras, en 51 entre 4 y 5) se llegaron a filmar escenas de una película de ciencia ficción cuyo guión había sido escrito por el Indio Solari. Las lecturas del grupo eran igualmente fluidas. Iban desde The Psychodelic Experience, un manual de 1964 basado en el Libro tibetano de los Muertos escrito por el gurú de los alucinógenos Timothy Leary, Ralph Metzner y Ruchard Alpert, hasta la sensualidad del Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell, según apuntan las distintas fuentes consultadas.

Y CUANTO VALE SER LA BANDA NUEVA

La decisión de centrar el espectáculo en el grupo musical, desprendiéndose de los otros elementos artísticos, se fue tomando de a poco y con el grupo ya instalado en Buenos Aires (las primeras presentaciones porteñas contaban con presentador y monologuista, primero Sergio Martínez y luego Enrique Symns, director de la revista Cerdos y Peces, que lo reemplazó). Para algunos se trató de un proceso natural y necesario para que el grupo comenzara a tener una actividad más regular y se abrieran las puertas de la popularidad y el rédito económico. Pero otros, integrantes de aquellas primeras experiencias multiartísticas, lo vivieron como una traición a aquel espíritu aglutinante y abstracto: Patricio Rey. El grupo comenzó a actuar con resonante suceso en Buenos Aires, con músicos contratados que reemplazaban a los antiguos integrantes platenses y con la trinidad Solari-Beilinson-Castro, como únicos integrantes estables con poder de decisión.

Ese cambio dejó orgullos heridos y ex protagonistas dolidos en algunos casos que rescata el libro de Ocaña. En otros, la comprensión de quienes entendían que los cambios de integrantes eran una característica del rock del momento y aún de quienes comprendían que la banda quisiera pasar a otra instancia a costa de dejar atrás su historia bohemia platense, que nunca llegó a reunir en sus recitales más de 200 personas, según el testimonio de Ricardo Cohen.

“Todas fueron mutaciones. Podemos hablar de muchos Patricio Rey. Patricio Rey fue mutando y eso pienso que fue el gran meollo de su permanencia, porque estas situaciones así, tipo performances o tipo happenings eran efímeras, era muy difícil volver a reunir a todos los que habían hecho tal cosa, tal día, alguno quizá decía, no, ya lo hice eso, se acabó, fue un momento, una chispa. Eso no se podía organizar”, dice Cohen en un pasaje del libro.

El debate entere los protagonistas de la historia sigue, no descansa. Mientras tanto, se consolida la leyenda.

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