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Patitas de pollo: ricas y prácticas... ¿Pero qué tan buenas son en verdad para los chicos?

Aunque muchas mamás las tienen como una buena opción nutricional, los nutricionistas no opinan lo mismo

2 de Diciembre de 2012 | 00:00

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Las paquetes grandes de patitas de pollo tienen en su heladera una vida efímera, admite Soledad Aguirre, mamá de Gerónimo (7), Agustín (5) y Sofía (4). Desde que ella comenzó a comprarlas hace cerca de dos años se han convertido en un menú ineludible para sus chicos, que las comen entre cuatro o cinco veces por semana. “Les preparo pastel de papas, carne al horno y otras cosas que a mí me encantaba comer de chica pero con ellos no hay caso. Las patitas son casi lo único que comen sin que tenga que ponerme al lado a retarlos para que traguen la comida”, cuenta Soledad.

Por la gran aceptación que encuentran entre los chicos, pero también por lo prácticas que resultan para una generación de mamás que cada vez tiene menos tiempo de cocinar, las patitas de pollo han llegado a convertirse en un verdadero boom. De las 2.500 toneladas de ellas que se consumían en el país en 2006, el año pasado llegaron a venderse 4300 toneladas y su mercado continúa en alza, según observan desde la industria alimentaria.

A la par de ese aumento en el consumo, durante los últimos años han venido creciendo también tanto el número de marcas que las producen como su variedad de presentaciones comerciales (rellenas con queso, crocantes, con vegetales, de pescado...). Hasta tal punto se instalaron como una opción habitual que hoy no sólo se venden sueltas en carnicerías sino que conforman el menú infantil de muchas casas de cumpleaños y restaurantes.

Pero lo cierto es que si las patitas han logrado instalarse tanto en los hogares de clase media no es solamente porque resultan ricas y prácticas. Existe además una creencia generalizada (que la industria se ha encargado de alentar), de que constituyen una opción nutricional de calidad para los chicos. De ahí que ”muchas mamás que se cuidan de no alimentar a sus hijos con salchichas y hamburguesas, les dan patitas de pollos como si fuera lo más sano del mundo”, cuentan los nutricionistas, que observan el fenómeno con preocupación. Y es que para ellos tiene relación directa con la epidemia de obesidad.

“OTRA COMIDA CHATARRA”

“No es difícil entender por qué aumentó tanto el consumo de patitas: resultan prácticas para mamás que cada vez cocinan menos; pero sobre todo tienen un alto contenido de grasas y sodio que las hace casi adictivas para los chicos”, señala la licenciada en Nutrición Soledad Bertolotto, quien asegura que lejos de una opción nutricional de calidad, son en realidad “otra comida chatarra”.

Algo parecido resalta la médica nutricionista Victoria Di Marco Entío, especialista en obesidad. “La gran aceptación que encuentran las patitas en los chicos tiene que ver con el hecho de que poseen un alto contenido de grasas y de sal, dos elementos clave que aumentan la palatabilidad, haciéndolas muy atractivas para el paladar”, explica.

Al analizar el fenómeno, tanto una como otra especialista mencionan el peso que tiene la creencia de que las patitas de pollo son un muy buen alimento para los chicos; o, en todo caso,” mucho mejor que darles hamburguesas y salchichas, cuando en realidad no es así”, comenta Bertolotto.

“Aunque se las promociona como una alternativa que aporta suficientes nutrientes para una dieta variada y equilibrada, la realidad es otra: lo mejor que tienen es proteína animal y ésta se encuentran en una cantidad tan reducida que para que un chico reciba el equivalente a medio bife tendría que comer casi la mitad de un paquete de patitas, y eso implica muchísimas grasas y muchísimo sodio”, detalla la licenciada en Nutrición.

“Por eso, si es por practicidad, siempre resulta preferible darles a los chicos una milanesa de pollo al horno y, mucho mejor, acompañada con alguna ensalada. De esa forma nos garantizamos de que coman más proteínas, pero además sin tantas grasas y aditivos”, sostiene Bertolotto.

“TE GANAN POR CANSANCIO”

El de las patitas no es sin embargo un fenómeno aislado. “Con los años hemos venido disminuyendo el consumo de alimentos naturales para reemplazarlos cada vez más por productos elaborados. Vivimos sacando comida de cajas y latas, y podríamos contar con los dedos de una mano los alimentos naturales que comemos de manera habitual”, dice la doctora Di Marco Entío, que integra el grupo BAROS del Hospital Español de La Plata.

Como observa ella desde su práctica diaria, “la elección de este tipo de comidas tiene una relación directa con la epidemia de obesidad que nos atraviesa, o de la que formamos parte. Por eso no es aconsejable darle patitas a los chicos más de una vez por semana, si no ocasionalmente”.

“Es necesario que los padres se organicen mejor y se ocupen un poco más de la alimentación de los chicos, porque así como vamos está creciendo el sobrepeso infantil como nunca antes”, señala por su parte la licenciada Bertolotto.

“Resultan prácticas para mamás que cada vez cocinan menos; pero sobre todo tienen un alto contenido de grasas y sodio que las hace casi adictivas para los chicos”

Soledad Aguirre, mamá de Gerónimo, Agustín y Sofía, se defiende contando una realidad que hoy se ha vuelto común entre madres de niños pequeños. “No tengo problema en cocinar y trato de hacerles siempre que puedo alguna comida rica, pero termino tirando más de la mitad del plato a la basura porque no aceptan nada que les resulte raro. Al final, entre mandarlos a la escuela con la panza vacía o darles algo que al menos comen con gusto, muchas veces termino cediendo para no renegar”, dice.

Pero el esfuerzo de lograr que los chicos tengan una alimentación más amplia y variada no pasa sólo por ofrecerles una mayor diversidad de platos, explican los nutricionistas, sino sobre todo por lograr que los prueben. Y para eso, aseguran, existen estrategias que ayudan.

En el caso de los chicos que se resisten a comer cosas que no conocen, “lo que se aconseja es incorporar el alimento nuevo junto a otro que ya es aceptado, idealmente en el marco de la mesa familiar, e ir aumentando sus proporciones gradualmente”, explica la doctora Di Marco.

“En general se considera necesario que un chico pruebe al menos nueve veces un alimento nuevo y siga sin aceptarlo para afirmar que realmente no es de su preferencia. Por supuesto -dice la médica- también hay que generar en el proceso un ambiente placentero y favorable para su aceptación”.

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