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Información General |EL INSOSPECHADO RECORRIDO DE UN “ANDINO GT”

Un deportivo fabricado en La Plata hace medio siglo renace en las pistas de Japón

Al salir a la venta en 1970 costaba tanto como un Torino. Se hicieron apenas 120 unidades y la mayoría se perdió; uno acaba de aparecer en Japón

30 de Junio de 2016 | 23:53

Cuando hace unos días un coleccionista le contó que había visto un auto suyo compitiendo junto a una Ferrari en Japón, Luis Varela volvió a experimentar un viejo orgullo que con el tiempo había dejado atrás. Y es que tenía apenas 19 años y acababa de ingresar a la facultad de Bellas Artes cuando en 1964 diseñó el Andino GT, un deportivo del que sólo se fabricaron poco más de un centenar de unidades en un galpón de Meridiano Vº, pero que medio siglo después aún encuentra fanáticos en todo el mundo, como prueban diversos sitios web.

La forma en que nació el Andino es acaso tan azarosa como la que pudo haber llevado a uno de ellos hasta Japón. “Había comprado una revista italiana donde aparecía una nota sobre el turismo carretera en Argentina que me indignó porque nos presentaba como si fuéramos indios cuando en ese momento había no menos de quince fábricas de autos en el país. Así que decidí escribirle una carta al editor para hacérselo saber. Y para mi sorpresa, un mes más tarde recibí a vuelta de correo un ejemplar donde aparecía publicada mi nota y un pequeño giro bancario por la colaboración”, cuenta Luis.

Convertido involuntariamente en corresponsal de una prestigiosa revista de automovilismo europea, Luis comenzó a tener contacto con las automotrices; y entre el material de promoción que le enviaban regularmente a su casa le llegó cierto día un manual técnico del Renault Dauphine. Fue entonces que se le ocurrió la idea de diseñar un auto para la categoría Gran Turismo sobre la base de esa mecánica. Poco tiempo más tarde acumulaba no sólo decenas de bocetos, sino una maqueta de arcilla y hasta un modelo de alambre a escala real.

El resultado de sus desvelos era un auto deportivo de trompa muy baja y cola tipo fastback que no dudó en presentarle a IKA-Renault. “Viajé con mis dibujos hasta Córdoba, donde estaba la fábrica, y logré que me atendiera el presidente, que se llamaba James McCloud. Esperaba sacarle por lo menos un motor y una caja para armar un prototipo, pero lo único que me dio fueron unas palmaditas en la espalda”, cuenta Luis.

Dos meses más tarde lo contactaban sin embargo desde la empresa para decirle que había un señor interesado en fabricar su auto. “Se trataba de Roberto Lui, dueño de una concesionaria de 9 de Julio, que en ese entones era el presidente de la Comisión que apoyaba a los corredores de IKA- Renault. Fue mi mecenas. Gracias a él se fabricaron los primeros diez Alpinos con chapa batida a mano, en forma totalmente artesanal”, recuerda el diseñador.

El lanzamiento del Alpino, en enero de 1970, encontró eco en los principales diarios del país. El presidente de IKA-Renault, que garantizaba su calidad, y hasta el propio Juan Manuel Fangio asistieron a la presentación oficial que se realizó en una concesionaria de la avenida Libertador. Con su diseño ultra moderno, el nuevo deportivo aspiraba a conquistar un lugar en el incipiente y reducido mercado de los “fuori serie” argentinos.

Pero lo cierto es que la categoría para la cual había sido diseñado no había prosperado, y como auto de calle competía en precio con uno de los modelos más cotizados por aquellos días: la coupé Torino. “El Alpino salía más del doble que el Renault Dauphine sobre el que estaba hecho”, reconoce Luis Varela al comentar que aquellos primeros diez autos tardaron tanto en venderse, que se resolvió discontinuar su fabricación.

UN GALPON EN MERIDIANO Vº

Lejos de desanimarse, Varela decidió seguir fabricando él mismo su auto desde La Plata en pequeñas series. Y es que si bien “no era económicamente rentable a gran escala, en aquel momento se veía como un plato volador y había gente interesada en comprarlo”, explica Luis, quien junto a un equipo reducido de colaboradores montó su fábrica en un galpón de 72 entre 12 y 13 y comenzó la fabricación.

“Un herrero hacía el chasis sobre la base del Dauphine; fabricábamos la carrocería en fibra de vidrio y la pintábamos ahí mismo. El instrumental era de Siap, que en ese momento estaba en La Plata; y tratábamos de aprovechar la mayor cantidad de piezas posibles de Renault”, cuenta Luis, que llegó a tener hasta cuatro encargos por mes.

“Había puesto un pequeño aviso en la revista Corsa y recibía pedidos de todos lados porque era un diseño muy novedoso para el momento. Vendimos autos desde Tierra del Fuego a Tucumán; en la mayoría de los casos a profesionales con dinero, pero también a coleccionistas y nenes de papá. Calculo que habíamos llegado a fabricar unas 110 unidades en La Plata cuando en el 80 la apertura del mercado nos barrió”.

Con la “plata dulce” y la llegada al mercado argentino de autos importados, en su gran mayoría japoneses, más modernos y económicos que las opciones nacionales, los encargos del Alpino comenzaron a volverse cada vez más esporádicas hasta que en 1980 Varela decidió poner fin a su fabricación.

A aquella aventura, que no le dejó dinero pero le permitió construirse su casa, le siguieron otras parecidas. Durante los años siguientes, Varela diseñó varios autos sobre mecánicas existentes que llegaron a fabricarse en pequeñas series, como es el caso del buggy Puelche, hecho también en base a un Renault Dauphine, y los modelos Barchetta y Berlinetta, basados en el Fiat 600, entre otras creaciones. Sin embargo para él, el Alpino, su primogénito, siempre tuvo un valor especial.

El lanzamiento del Alpino encontró eco en los principales diarios del país. Con su diseño ultra moderno, el nuevo deportivo aspiraba a conquistar un lugar en el incipiente y reducido mercado de los “fuori serie” argentinos.

“Sé que sobrevivieron unos veinte autos, que están en su mayoría en manos de coleccionistas: de hecho un médico de La Plata tiene tres. Pero cada tanto me llegan también noticias de él de los lugares más insospechados del mundo a través de internet: Rusia, Indonesia y bueno... ahora Japón”, cuenta Luis al reconocer que para él “siempre es algo insólito volver a comprobar lo lejos que llegó”.

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