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Festifreak: Mariano Llinás y "La Flor" en tres partes (1) El cine como aventura

"La película de 14 horas", que se verá desde hoy al domingo en el Select, viaja de Buenos Aires a Corea, Rusia y Alemania, y viaja también entre géneros y formas por el cine

Festifreak: Mariano Llinás y "La Flor" en tres partes (1) El cine como aventura
12 de Octubre de 2018 | 09:10

Estrenada en 2008, hace una década (la década que llevaría la filmación de la extraordinaria, en todo sentido, La Flor, que se proyecta desde hoy al domingo en el Festifreak), “Historias extraordinarias”, anterior obra de Mariano Llinas, cerraba sus créditos con una frase que rezaba algo así como “siempre de viaje”.

Aquella cinta se internaba en inhóspitos y desérticos parajes de la Provincia de Buenos Aires, incluia mapas, leones y ríos, y terminaba en Africa, tras extender su cine durante cuatro horas y tres aventuras. "La Flor" sube la apuesta: realizada a la manera de El Pampero, fuera del sistema de subsidios del INCAA y rebuscándosela de modos menos ortodoxos para seguir filmando, y sumando a este esfuerzo a las actrices de Piel de Lava, colectivo protagonista de las historias de la cinta, "La Flor" extiende sus viajes a diversos continentes, sus historias a seis (con mil peripecias dentro de cada una) y su metraje a 14 horas. Como una especie de continuación, incluso culminación, de esa idea del cine como aventura, como viaje.

“Algo así”, acepta Llinás en diálogo con EL DIA. “Creo que lo que se enuncia como promesa en esa frase final de ‘Historias Extraordinarias’ se vuelve algo concreto en La Flor: efectivamente, hemos estado viajando todos estos años, en una especie de movimiento permanente por la provincia de Buenos Aires, por otras provincias y por los más variados países, hasta un punto que puede resultar inimaginable a quien no haya participado del proceso. Entonces, el viaje comienza a tener otro significado: ya no es únicamente esa forma de esplendor que ‘Historias Extraordinarias’ prometía, sino que también puede ser una forma de la rutina, del cansancio, de la melancolía. Y no hay menos aventura allí, pero sí aparecen otros colores además de la euforia. No en vano ‘La Flor’ termina con un grupo de mujeres volviendo a casa después de años de errar por el desierto”.

“La Flor” se divide en tres partes: la primera, compuesta de un ejercicio en el cine clase B y de una especie de musical romántico con intrigas y conspiraciones, se verá hoy, desde las 18, en el Cine Select; la segunda instancia contiene un solo episodio y mil historias de espionaje, amores imposibles, muerte y destino (va mañana); el tercer episodio muestra a un director agobiado por su creación, una película larguísima que cuenta varias historias con las mismas cuatro actrices, luego homenajea a Jean Renoir y finalmente filma, mediante el procedimiento de la cámara oscura, a cuatro cautivas volviendo a casa. El final del viaje.

“Hay una canción de Atahualpa Yupanqui que resume la cosa de un modo extraordinariamente preciso, y que acaso debería aparecer al final de 'La Flor'. Dice, en sus versos finales: “Matrereando siempre/ ay, no puede ser/ es mejor destino ser árbol/ para florecer”. Sospecho que ese gusto que la película demuestra en su parte final por los árboles -en detrimento de los automóviles, por ejemplo, que siempre me gustó tanto filmar- tiene que ver con esa súbita alegría de quedarse quieto por un tiempo, de abrazar el sedentarismo, de tener una casa. En lo que a mí respecta, aún no lo he alcanzado”, confiesa Llinás, lo que se vuelve evidente en su itinerario, también él siempre de viaje: contesta el primer contacto desde Paris, asentado allí tras recibir el premio Premio del Jurado en el Festival de Biarritz; la entrevista tiene lugar con el en Colombia: está en camino a Nueva York, para presentar 'La Flor' en el Festival de la ciudad que nunca duerme una película que es parte de su vida, de la vida de El Pampero y de las Piel de Lava.

Una cinta que documenta embarazos, los cortes de pelo, momentos. También documenta diez años de ideas sobre el cine, de experimentación narrativa, con géneros diversos, y formal, con cámaras y formatos diversos. “La Flor” funciona asi también como una especie de escuela de cine, una exploración de las posibilidades de la forma: allí también hay un “siempre de viaje”, siempre explorando.

“Ciertamente”, acepta Llinás. “Sospecho que debe ser interesante una lectura del film desde ese punto de vista. 'La Flor' implicó para nosotros una especie de ampliación formidable en términos de lenguaje. ‘Historias Extraordinarias’ estaba filmada correctamente, con “buen gusto”, digamos, pero de un modo un tanto rústico. En general se hacían dos planos por escena: uno correspondía al registro directo y otro al relato en off. Ambos planos debían hacer posibles la elipsis y el corte. 'La Flor', que abandona en numerosos momentos el sistema de la voz en off, aspira a redescubrir procedimientos cinematográficos más complejos, que hoy en día están bastante en desuso”.

El cineasta ejemplifica: ya casi nadie filma “secuencias en raccord, en las que la acción y el espacio estén determinadas por la planificación del encuadre y no por lo que pasa adentro”, dice, y afirma que “allí se advierte la influencia de Hugo Santiago, quien fue el gran padrino de 'La Flor' y de todo El Pampero a lo largo de estos diez años. Con su muerte, se fue el último –en lo que a mí respecta- de los grandes cineastas con consciencia de la forma. Ya nadie filma así”.

Santiago fue un mito del cine nacional. Fue discípulo de Robert Bresson y realizó el filme de culto “Invasión", con guion de Borges y Bioy, que parecía inaugurar otra forma de cine nacional posible, y finalmente poco explorada. Santiago rodó la que seria su ultima cinta, “El Cielo del Centauro”, tercera parte en la trilogía de Aquilea inaugurada por “Invasion”, con El Pampero. Y murió este año, al igual que el padre de Llinás, el poeta Julio Llinás.

Borges aparece en el cine de Llinás tanto como Santiago. Y en "La Flor", la mirada también se posa en Renoir, en el cine clase B, en Hitchcock. Pero no se trata del gesto de la nostalgia, conservador, y mucho menos a la ironía, dos acercamientos habituales hoy a las tradiciones pasadas.

“'La Flor' participa de una idea godardiana: aquella que indica que el cinematógrafo es la conclusión natural del arte occidental. Siento que el film asume esa tradición y busca qué hacer con ese legado”, explica.

¿Es un gesto de desobediencia, de desafiliación respecto al siglo XXI? “'La Flor' es un film que intenta recuperar aquello para lo que el cine servía hasta hace unos años, y que ahora a todo el mundo parece haber dejado de importarle. No es un objeto nostálgico, sin embargo: aspira a recuperar ese vigor de un modo brioso y gallardo, aún con la conciencia de que la meta es acaso imposible”, define Llinás, que “siento que su principal desobediencia a los mandatos de la contemporaneidad es que sus preocupaciones centrales son la forma y la materia del cine, en tiempos en donde desde los más sofisticados hasta los más brutos desdeñan la materia a favor del concepto”.

“El conceptualismo y el marketing, esos socios brutales que parecen haber conquistado el mundo de las formas, son ontológicamente enemigos de la materia. Importa qué se puede decir sobre tal o cual objeto poético, infinitamente más que aquello que el objeto es. En ese sentido, no se me escapa que hay mucha gente que ha de pensar en el film como una obra conceptual -e incluso como un golpe de marketing- sólo por el hecho de durar catorce horas”, lanza. “Creo que es un pensamiento snob, propio de mercachifles y charlatanes, que no tiene nada que ver con nuestra hermosa película, hecha básicamente para ser vista”.

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