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“La película de 14 horas”, que ocupó diez años en la vida de su realizador, se mostrará esta tarde, desde las 18, en el Cine Select, en el marco de la 14º edición del Festifreak
Hace una década se estrenaba “Historias Extraordinarias”: desde aquel 2008 hasta acá, Mariano Llinás dedicaría su vida a la filmación de la extraordinaria, en todo sentido, “La Flor”, ese dispositivo de crear sueños que se proyecta desde hoy al domingo, a razón de una parte cada día, en el FestiFreak.
La consigna, sin embargo, permaneció inmóvil durante esos diez años: tras cuatro horas de cine que iba de la Provincia hasta África, “Historias extraordinarias” cerraba sus créditos con una frase que rezaba “siempre de viaje”. Y “La Flor” cumple con ese mandato: realizada como todos los proyectos de El Pampero, fuera del sistema de subsidios del INCAA y rebuscándosela para seguir filmando de modos poco ortodoxos, y sumando a este esfuerzo a las actrices de Piel de Lava, colectivo protagonista de las historias de la cinta, “La Flor” extiende sus viajes a diversos continentes, sus historias a seis (con mil peripecias dentro de cada una) y su metraje a 14 horas. Como una especie de continuación, incluso culminación, de esa idea del cine como aventura, como viaje.
“Algo así”, acepta Llinás en diálogo con EL DIA. “Creo que lo que se enuncia como promesa en esa frase final de ‘Historias Extraordinarias’ se vuelve algo concreto en ‘La Flor’: efectivamente, hemos estado viajando todos estos años, en una especie de movimiento permanente por la provincia de Buenos Aires, por otras provincias y por los más variados países, hasta un punto que puede resultar inimaginable a quien no haya participado del proceso. Entonces, el viaje comienza a tener otro significado: ya no es únicamente esa forma de esplendor que ‘Historias Extraordinarias’ prometía, sino que también puede ser una forma de la rutina, del cansancio, de la melancolía. Y no hay menos aventura allí, pero sí aparecen otros colores además de la euforia. No en vano ‘La Flor’ termina con un grupo de mujeres volviendo a casa después de años de errar por el desierto”.
“La Flor” se divide en tres partes: la primera, compuesta de un ejercicio en el cine clase B y de una especie de musical romántico con intrigas y conspiraciones, se verá hoy, desde las 18, en el Cine Select; la segunda instancia contiene un solo episodio y mil historias de espionaje, amores imposibles, muerte y destino (va mañana); el tercer episodio muestra a un director agobiado por su creación, una película larguísima que cuenta varias historias con las mismas cuatro actrices, luego homenajea a Jean Renoir y finalmente filma, mediante el procedimiento de la cámara oscura, a cuatro cautivas volviendo a casa. El final de un viaje que es también una exploración de formas de filmar, de cámaras, de estéticas.
“‘La Flor’ implicó una especie de ampliación formidable en términos de lenguaje”, dice Llinás, quien aspiraba “a redescubrir procedimientos cinematográficos más complejos, que hoy en día están bastante en desuso”.
“La película intenta recuperar aquello para lo que el cine servía hasta hace unos años, y que ahora a todo el mundo parece haber dejado de importarle. No es un objeto nostálgico, sin embargo: aspira a recuperar ese vigor de un modo brioso y gallardo, aún con la conciencia de que la meta es acaso imposible”, define Llinás, que “siento que su principal desobediencia a los mandatos de la contemporaneidad es que sus preocupaciones centrales son la forma y la materia del cine, en tiempos en donde desde los más sofisticados hasta los más brutos desdeñan la materia a favor del concepto”.
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“El cine ya no es lo que fue en sus primeros cien años de vida; no lo es para nadie, como si de repente el cine fuera Pompeya y hubiera hecho erupción el volcán y todo el mundo hubiera salido corriendo. ¿Quién es ese volcán? ¿Las redes sociales? ¿Netflix? ¿Los teléfonos celulares? ¿Todo eso junto? Quien sabe. En cualquier caso, creo que La Flor es un film que lamenta esa catástrofe e intenta ver qué se puede hacer con los restos que han quedado después de la evacuación”, dice Llinás, que sale al rescate de este pasado junto a El Pampero, productora acostumbrada a las hazañas desde el bajo presupuesto, y las Piel de Lava, la compañía de actrices y dramaturgas conformado por Laura Paredes, Valeria Correa, Elisa Carricajo y Pilar Gamboa que durante 14 horas serán espías, cautivas, mujeres fatales, brujas, amantes y cantantes. La película, insiste Llinas en pantalla, es de y para ellas.
Esa alianza entre El Pampero y las Piel de Lava para llevar adelante esta película, algo de esa amistad o de ese sudor forjados durante diez años, se impregna en la pantalla y magnetiza al espectador: “Todo lo que pensamos acerca del cine está sostenido en esa idea: que el vértigo, la alegría, la audacia y el juego con el que un filme ha sido fabricado aparece milagrosamente en las imágenes”.
Pero las amistades del cine se extienden mas allá de la pantalla: durante los intervalos de las funciones que tuvieron lugar de “La Flor”, en Trenque Lauquen, en el BAFICI, en el exterior, el publico charla de cine, del clima, de la vida, comparte alguna bebida ingresada al cine de contrabando. Surgen historias, amistades. Y por que no, dice Llinás, amores.
“El verdadero estreno de La Flor –más allá de la proyección sorpresa en el Festifreak (en 2017, se mostró la Primera Parte)- fue en una sala de Trenque Lauquen, y en esa oportunidad mucha gente viajó hasta allá para ver el film. Yo creo que ese fue un acontecimiento único, al que no se le dio la trascendencia que tuvo. Los críticos y los comentaristas de cine, en su mayoría, lo ignoraron o hicieron bromas tontas al respecto, cuando en realidad representaba por parte de los espectadores una demostración de fe en el poder del cinematógrafo que acaso ellos mismos habían perdido. ¡Cuatrocientos kilómetros para ver una película!”, dispara Llinás.
“Creo que ahí comprendimos que la particularidad de la duración de la película era algo que los que la vieran iban a agradecer: el filme no sólo era una acción anómala por parte de quienes la habían hecho, sino que se convertía en una experiencia extraordinaria también para los que la vieran. La emoción de sentir que un grupo de pibes podía subirse a un ómnibus sin saber adónde iba sólo para meterse en un cine fue absolutamente revolucionario en nuestra vida de gente que hace películas: imaginate la cantidad de amistades o de amores que van a estar signados por esos viajes o por esas proyecciones de tres días. Esa condición artesanal en lo que hace a la exhibición me entusiasma como nada, y es la gran novedad que el final de ‘La Flor’ me ha deparado. Pensar cada proyección como algo único e irrepetible”, agrega el cineasta.
Una idea rupturista en los tiempos que corren, donde la experiencia del cine y las series está confinada a los espacios privados del living y la tablet. “Hoy la gente piensa en las películas como pasatiempos, como algo que uno utiliza al llegar a casa para olvidarse de las penas que ha tenido durante el día y ver algo que lo haga pensar en otra cosa. En otras palabras, la televisión. Nadie ve películas para cambiar su vida. ‘La Flor’ está pensada en el sentido inverso, como un objeto revulsivo, como algo llamado a sacudir los espíritus y no a ayudar a que el tiempo pase”.
Quizás por todo esto es que, tras mas de 14 horas de cine, el publico no se levanta durante los créditos, que forman una especie de mediometraje mientras el equipo desarma y carga en los autos los equipos tras rodar el episodio final de “La Flor”. Mientras comienzan las despedidas, un personaje se queda allí, mirando. Y permanece, como el publico, aun cuando el resto del equipo se ha ido. Para Llinás, “misteriosamente, el espectador dice: ‘Hasta que él no se vaya, yo no me voy’”.
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Llinás, rodeado de las Piel de Lava durante el rodaje del Primer Episodio de “La Flor”, diez años atrás / El Pampero cine
Las Piel de Lava, en el último episodio de “La Flor” / El Pampero cine
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