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Séptimo Día |LAS DOS CANCIONES CLÁSICAS Y DE ALCANCE PLANETARIO: “NOCHE DE PAZ” Y “JINGLE BELLS”

Suenan las campanas

La Navidad en la literatura. Los primeros villancicos criollos y los grandes escritores anglosajones. Los festejos y cánticos en la ciencia ficción y en la cabina de cohetes espaciales. Una costumbre de la actualidad

Suenan las campanas

La gente visita el árbol de Navidad y la decoración de luces en el Castillo Real de Varsovia, Polonia / AFP

MARCELO ORTALE

23 de Diciembre de 2018 | 08:45
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El primer villancico navideño compuesto en esta parte de América data de la segunda mitad del siglo XVII y tuvo como autor a Luis José de Tejeda y Guzmán (1604-1680), nacido en la provincia argentina de Córdoba. En realidad, su inclinación a las letras y su indudable talento se vieron en su juventud y madurez eclipsados por una vida pasional tormentosa –además de aventuras, tuvo diez hijos antes de enviudar- aunque en la vejez, ya retirado como tenorio, se hizo fraile dominico.

Tejeda y Guzmán fue considerado el primer poeta nativo de nuestro país y en su obra –elogiada por Ricardo Rojas- apareció este villancico, tan inaugural como arqueológico: “Belén, portal dichoso,/ casa de pan que ciñes/ aquel cándido trigo/ nacido en tierra virgen,/ deja que tus umbrales/ no palacios sublimes,/ no edificios soberbios/ de Babilonia envidie./ Oh cómo está la madre/ agradeciendo humilde/ el abrigo a las bestias/ que el hombre le prohíbe...”. El poema se encuentra incluido en su libro “Soliloquios al Niño Dios, en el Día de Navidad, en su pesebre”.

Lo cierto es que, ahora, un primer rasgo saliente de la Navidad en el mundo es que desde hace décadas dejó de ser una celebración exclusiva de los cristianos y se convirtió en universal, en la que seguidores de otras religiones o, inclusive, ateos convencidos, rinden en la fecha homenaje a la condición humana y chocan copas para brindar por valores que hacen a una mejor convivencia.

En el caso de nuestro país, las letras navideñas descienden del romancero español que se desgranó siempre en cánticos, elogios e inflamados piropos a la Virgen. Un siglo antes que en América los villanos –campesinos españoles- cantaban a la Navidad con este tipo de coplas: “En el portal de Belén/ hay un arca chiquitita/ donde se viste el Señor/ para salir de visita/ Bailad pastorcillos/ bailad en Belén/ que Dios ha nacido/ para nuestro bien”.

En su “Introducción al estudio del villancico en Latinoamérica” dice la investigadora María Ester Grebe: “El villancico, género entroncado en la más genuina tradición hispánica, se proyecta en la historia de la música latinoamericana en dos cauces paralelos: la música folklórica y la docta. Durante la era colonial, los músicos profesionales adscritos a las grandes catedrales e iglesias urbanas impulsan su desarrollo como forma artística. Paralelamente, prolifera como forma folklórica en las zonas rurales, siendo propagado por misioneros y curas párrocos y cultivado por el campesinado indígena, mestizo y criollo. El término villancico proviene de villanus o villano, canción popular de de las aldeas medievales cultivada posteriormente por poetas y músicos cortesanos del Renacimiento”.

En el caso de nuestro país, las letras navideñas descienden del romancero español

 

Una segunda y nítida diferencia es la que puede encontrarse entre los grandes escritores de habla hispana y los anglosajones, cuando de escribir sobre la Navidad se trata. Los primeros fueron parcos y muy pocos en hacerlo; los segundos, en cambio, fueron muchos, enriquecieron a la literatura con historias de maravilla sobre la Navidad y poblaron al mundo con paisajes nevados, renos, trineos y el muy polémico, tintineante y ubicuo Papa Noel.

Los hispano hablantes eligieron, en cambio, la sobriedad casi anónima de los villancicos; en tanto que los escritores del Norte apabullaron las librerías con sus relatos nevados, llevándolos incluso hasta la ciencia ficción y el espacio como lo hizo Ray Bradbury con su conocido cuento “El regalo”, que transcurre en un cohete que viaja hacia Marte. Como sostén principal de esa suma, hicieron eje dos canciones clásicas: “Noche de Paz” y “Jingle bells”, de las más cantadas en el planeta.

Un ejemplo contrastante es el que presentó allá por 1993 el colombiano Gabriel García Márquez, que escribió un cuento cuyo título ya preavisa -”Estas navidades siniestras”- publicado en la Revista de Cubana de Aviación. El relato de Gabo concluye con una proclama lapidaria: “954 millones de cristianos creen que ese niño era Dios encarnado, pero muchos lo celebran como si en realidad no lo creyeran. Lo celebran además muchos millones que no lo han creído nunca, pero les gusta la parranda, y muchos otros que estarían dispuestos a voltear el mundo al revés para que nadie lo siguiera creyendo. Sería interesante averiguar cuántos de ellos creen también en el fondo de su alma que la Navidad de ahora es una fiesta abominable, y no se atreven a decirlo por un prejuicio que ya no es religioso sino social”.

SUENAN LAS CAMPANAS

Pero la literatura navideña dominante fue y sigue siendo la anglosajona, que ha hecho cascabeles con los poemas y relatos dedicados a la fiesta. Entre los primeros en ser nombrados están los austríacos Joseph Mohr y Franz Gruber, autores de la música y letra, respectivamente, de la canción más cantada del mundo “Stille nacht” (Noche de paz).

La canción fue compuesta en 1816 y presentada la noche de Navidad de 1818 en la iglesia de San Nicolás (Nikolauskirche) de Oberndorf, Austria. La leyenda dice que Mohr le pidió a Gruber –porque el órgano de la iglesia estaba inutilizable- que compusiera una canción para que el coro pudiera cantar acompañado sólo por una guitarra. Lo cierto es que la canción se interpreta desde hace exactamente dos siglos en los cinco continentes.

Otra letra y música navideñas que obtuvo repercusión ilimitada es “Jingle bells” (Suenan las campanas), compuesta por el taciturno y siempre necesitado de dinero James Pierpont. En agosto de 1857 fue publicada su canción, titulada como “The One Horse Open Sleigh”. Esta canción fue fue relanzada dos años después con el el título “Jingle Bells, or The One Horse Open Sleigh”. La canción no fue un éxito; sin embargo su popularidad crecería con el paso el tiempo al punto de que se convirtió en una de las más populares y reconocibles canciones navideñas.

Sólo para hablar de su repercusión en distintos ámbitos, puede recordarse que a mediados del siglo pasado la grabaron a dúo Frank Sinatra con Bing Crosby, con millones de copias vendidas, y que, hasta ahora, es la única canción popular interpretada en el espacio. Ello ocurrió el 16 de diciembre de 1965, cuando los astronautas Wally Schirra y Tom Stafford cantaron a dúo el ·Jingle bells” durante el vuelo del Geminis 6 que tripulaban.

Pero fueron numerosos los grandes escritores anglosajones que hablaron del primer regalo navideño –el oro, incienso y mirra de los Reyes Magos- y agudizaron después su imaginación con renos, trineos y estrellas que dan el rumbo. En alguna oportunidad Jorge Luis Borges tuvo que elegir para una antología los doce mejores o imprescindibles cuentos y allí incluyó al del inglés O. Henry (seudónimo de William Sydney Porter) (1862-1910) –”Los regalos perfectos”- dedicado a la Navidad. Borges dijo de este autor: “O. Henry nos ha dejado más de una breve y patética obra maestra, como ‘The Gift of the Magi’. O. Henry conoció la fama y ganó bastante dinero que despilfarró sin tregua”.

Pero también debe citarse al casi único humorista católico, el londinense Gilbert K. Chesterton (1874-1936), una de cuyas frases navideñas deja tela para cortar: “La Navidad está construida sobre una hermosa e intencional paradoja: que el nacimiento de las personas sin hogar se debe celebrar en cada hogar”.

La revista de un diario metropolitano publicó en los últimos días tres cuentos de Navidad de otros tantos escritores contemporáneos: Ray Bradbury (El regalo); Paul Auster (”El cuento de Navidad de Auggie Wren”) y Truman Capote (”Un recuerdo navideño”). A raíz de que le dijeron alguna vez que Papa Noel no existe, Capote escribe en su cuento: “Por supuesto que existe Papá Noel. Sólo que es imposible que una sola persona haga todo lo que hace él. Por eso el Señor ha distribuido el trabajo entre todos nosotros. Por eso todo el mundo es Papá Noel. Yo lo soy. Tú lo eres. Incluso tu primo Billy Bob. Ahora ponte a dormir. Cuenta estrellas. Piensa en la cosa más apacible. Como la nieve. Siento que no llegaras a verla. Pero ahora la nieve cae por entre las estrellas”.

La literatura navideña dominante fue y sigue siendo la anglosajona

 

Claro, cómo no hablar de “Cuento de Navidad” (o Canción de Navidad) del inglés Charles Dickens (1812-1870), escrito en 1843, que cuenta la historia del avaro Ebenezer Scrooge que en Navidad, de pronto, aprende a sonreir por primera vez. También debe hablarse de “Navidad para un niño en Gales” del legendario poeta galés Dylan Thomas (1914-1953) que convierte a todo lector adulto en el niño que fue.

Desde luego que hay escritores no hispánicos ni anglosajones que hablaron de la Navidad, entre ellos los rusos Anton Chejov (1860-1904), Fiodor Dostoyevski (1821-1861) y Nicolás Gogol (1809-1852), pero cómo dejar sin mención a los navideños hermanos Grimm, a Hans Christian Andersen y al relato “El deseo de Navidad de Pat Hobby”, de Francis Scott Fitzgerald.

Tampoco debería omitirse la calidez mediterránea y latina del Luiggi Pirandello (1867-1936), el dramaturgo italiano que en 1896 escribió un relato olvidado, “Navidad en el Rhin”, en donde el intelectual complejo, psicologista y siempre polémico se desarmó y dijo: “Volvámonos buenos todos, ahora que se acerca la Santa Noche, y perdonemos...”.

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La gente visita el árbol de Navidad y la decoración de luces en el Castillo Real de Varsovia, Polonia / AFP

Festejos de Navidad en Moscú/AFP

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