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Stop motion: un arte de la paciencia que prospera en la era digital

El corto argentino “Luminaris” se convirtió en el más premiado del mundo, en un momento donde el cine vuelve a lo artesanal

Stop motion: un arte de la paciencia que prospera en la era digital

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11 de Marzo de 2018 | 04:50
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A los curiosos récords argentinos que figuran en el libro Guinness (desde el mosaico más grande de caramelos al show de tango bailado a mayor altura) se agregó esta semana uno nuevo, relacionado al cine: el filme de animación stop motion “Luminaris”, de Juan Pablo Zaramella, figura como el cortometraje más premiado en el mundo, con un total de 324 galardones hasta el 6 de marzo pasado.

“Luminaris”, que recibió los premios del Público y el de la Crítica en el Festival de Annecy, la muestra de animación más importante del mundo, tardó dos años en filmarse: la ciudad de la historia se iluminaba a medida que el sol avanzaba, motivo por el cual hubo que esperar dos temporadas para completar los seis minutos de material.

Y esa es solo una de las historias de paciencia que acompañan a una forma de la animación que, lejos de estar en retirada en tiempos de animación digital y ansiedad 2.0, atraviesa un resurgir en los últimos años, con películas de stop motion de alto perfil en el mercado.

Ahora, un espectador no avezado en las sutilezas de la forma que vea “Luminaris” no lo emparentará inmediatamente con el stop motion, un modo de animar que remite inmediatamente a “El extraño mundo de Jack” y las animaciones de plastilina del estudio Aardman (“Pollitos en fuga”, “Wallace y Groomit”). Estas obras son exponentes célebres de dos variaciones del stop motion, los muñecos articulados y el claymation, respectivamente, mientras que la animación de Zaramella, uno de los principales exponentes de la animación en Argentina, responde al formato de “pixilación”, que utiliza a los humanos y su entorno como si fueran marionetas.

El stop motion es una técnica de animación artesanal que se diferencia del dibujo animado y la de la animación por ordenador: fotograma por fotograma (cada segundo de cine se compone de 24 cuadros que, vistos de corrido, generan la ilusión de movimiento), el realizador mueve los objetos que componen su cuadro (juguetes, bloques de construcción, muñecos articulados, personajes creados con plastilina o humanos) para “animar”, que, explica el docente egresado de la Facultad de Bellas Artes Pablo Ceccarelli, es una palabra que proviene del latín “anima”, que significa alma.

Animar es entonces dar vida, pero en animación stop motion, “no se anima de dibujos, sino a través de fotografías que toman un espacio tridimensional y generan una ilusión de movimiento. El stop motion comienza así con algo corpóreo, algo tridimensional que fotografiamos”, explica.

“En esta técnica, se requiere mucho talento artesanal”, afirman María Fernanda Torrera, Javier Luna Crook e Iván Stur, estudio de animación porteño que ha trabajado la forma. “Como se filma progresivamente, un cuadro después de otro, antes de empezar una toma hay que tener todo resuelto”.

“El 75% de un Stopmotion es pre-producción”, dice en este sentido el realizador Igor Gopkalo Streiff. Y agrega Matías Paradela, parte del estudio platense Celeste que se encuentra trabajando en Bolivia: “Tenés que construir todo lo que ves, iluminar la escena, estar dispuesto a atar con alambre cosas que no queres que se muevan, improvisar herramientas y reparar cualquier objeto en escena, incluso personajes que se dañan, haciéndoles más de doctor”.

“Un día en el taller es comparable a una fábrica de juguetes, pintando armando piezas, algunas seriadas con moldes o impresas en 3D, otras piezas son únicas, que se realizan una por una pintadas a mano con mucho cuidado. Tenés artistas que se especializan en manos, o solo hacen el cabello de los personajes. Es un trabajo sumamente colaborativo”, afirma.

Pero “el desafío de este modo de trabajo”, dicen los Tamandua, “es una de las cosas que más nos atrapan a los que nos dedicamos a esta técnica. Ver una toma terminada genera muchísima satisfacción”.

“El stop motion te obliga a salir de la cadena de consumo, por un rato no sos una máquina, los errores son preciosos y se valoran cada día que vas al taller. Sos responsable directamente de lo que se ve en cámara y la sensación que eso va a transmitir al público, porque no estas imitando nada con un dibujo o simulando partículas en tu ordenador, estas creando un lenguaje que tiene de cómplice directo al espectador a través de la materialización de un mundo totalmente nuevo. Cada proyecto es un nuevo desafío, requiere una nueva poesía con el material, y ese compromiso es tan alto que empezás a ver toda tu vida en miniatura”, opina Paradela, apasionado. “Cada textura que ves en la calle es un aporte más a tu banco interno de imágenes. La respuesta a cómo lograr que un pedazo de tela se comporte como el mar o cómo construir un telescopio miniatura con chatarra no está en un software, y eso vuelve tu taller en un laboratorio constante para locas ideas”.

Ceccarelli explica que si bien puede crearse stop motion “por el stop motion”, el uso de la técnica suele tener justificación: el tipo de animación permite “generar cosas con el live action que no podrías generar”, explica, y agrega que “el dibujo animado y el 3D no pueden generar la corporeidad que el stop motion provoca, esa sensación de artesanalidad”.

Y a esa artesanalidad parecen regresar, tímidamente, algunos estudios. Actualmente está en cartel “El cavernícola”, nueva obra de Nick Park (Aardman), y en el reciente Festival de Berlín se vio la cinta chilena “La casa lobo” y fue premiado Wes Anderson como mejor director por “Isla de perros”. Ceccarelli observa que puede haber algo de nostalgia en este regreso: en un tiempo, todos los efectos especiales eran animados a través de stop motion, desde los seminales efectos de Willis O’Brien para “King Kong”, en 1933, hasta “Jurassic Park”, la cinta que cambió el juego e introdujo los efectos por computadora que hoy proliferan.

“Lo artesanal siempre va a ser vigente porque sus cualidades visuales siempre se diferencian de las digitales, y en esto cada mundo técnico tiene su riqueza”, agregan los animadores de Tamandua, que se encuentran trabajando en el cortometraje “Quma y las Bestias” y en “Mi Otro Hijo”, de Gustavo Alonso.

¿Es entonces el stop motion una forma de resistencia frente a una industria crecientemente digital? Los entrevistados mantienen la cautela. “Que existan nuevas tecnologías no hace que desaparezcan técnicas de épocas anteriores. Lo notable es como las técnicas de animación ya existentes se fortifican o se producen más eficientemente de lo que antes. Estas nuevas tecnologías se involucran agilizando el proceso o todavía mejor se usan para ampliar sus lenguajes. La era de las computadoras no es otra cosa que tecnologías nuevas al servicio del stop motion”, opina al respecto Streiff.

Y revela que “ahora las piezas de un personaje o de una escenografía se pueden imprimir en 3D, hay materiales y herramientas nuevas para hacer modelados y moldes más perfectos, etc. El trabajo estrictamente artesanal casi que queda a elección de cada cual, aunque la cuestión es que lo hecho a mano muchísimas veces es lo que da resultados increíblemente únicos y el tiempo dedicado en ello lo vale porque hace diferenciar al stop motion de otras técnicas”.

Paradela, que se encuentra junto a los Celeste en la preproducción de un nuevo corto animado, “Cholita Sunrise”, que contará con la dirección de Alex Juhasz (“El Principito”) y el animador legendario Anthony Scott (“El extraño mundo de Jack”), agrega que “no creo” que se trate de una resistencia: “Al contrario, el stop motion conjuga y se adapta a nuevas tecnologías justamente por esta capacidad de experimentación. Sin ir más lejos el 3D printing fue ampliamente asimilado y muchas soluciones como borrado de grúas entre otras se consiguen gracias a esta alianza con el CGI”.

El gran hijo de esa alianza es Laika, el estudio de animación creado por Phil Knight, dueño de Nike, que se especializa en stop motion pero lo combina con otras formas. Se trata de uno de los principales estudios de animación hoy, responsable de “Kubo”, “Coraline” y “Paranorman”, que trabajan a un nivel industrial tal que tienen una persona encargada de borrar las líneas que los muñecos tienen en las subdivisiones de la cara, que permiten reemplazar un gesto por otro y agilizar la animación.

En Argentina, siempre, todo es más artesanal. Y allí otra belleza del stop motion, dice Streiff: “Es una técnica que depende únicamente de una cámara el resto de los recursos no tiene limite mínimo o máximo”. Zaramella, o el estudio Can Can Club, financian sus proyectos con lo que consiguen trabajando para publicidades. Los cordobeses de El Birque trabajan utilizando solo lo que se consigue en la ferretería del barrio.

Esa idea es la que pretende introducir Ceccarelli en el taller de stop motion que dictará el próximo mes junto a Matías Fiandrino en el Centro de Arte de la UNLP, que tiene todavía su inscripción abierta (también lo dicta en la Escuela Taller Municipal del Pasaje Dardo Rocha).

El taller hará una presentación a la forma, pero también “queremos instar a la gente que por ahí tiene miedo porque el stop motion asoma como algo que requiere de prolijidad, mucha paciencia, cuadro a cuadro, a que no piensen así, a que cada clase se haga una animación, con los elementos que tengan”.

“Luminaris”, de Juan Pablo Zaramella, es el corto más premiado en el mundo

Bajo la técnica del stop motion se puede ver en cines “El Cavernícola”, de Nick Park

 

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