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Séptimo Día |PERSPECTIVAS

Y a Seguro lo llevaron preso

15 de Abril de 2018 | 09:29
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Por SERGIO SINAY
sergiosinay@gmail.com

En la villa de Jaen, en España, el Castillo de Segura funcionó durante muchos años como cárcel. No resultaba, por cierto, de las más rigurosas, y quienes eran destinados allí solían salir pronto en libertad. Se decía entonces que cuando a alguien lo llevaban preso a Segura no sufriría demasiado. “A Segura se lo llevaron preso”, era una frase que transmitía desconfianza en la justicia. Con el paso del tiempo y con su extensión en la geografía, hasta llegar incluso a nuestro continente, aquel refrán sufrió algunos cambios y hoy se lo recita como “A Seguro lo llevaron preso”. El cambio en la vocal final significó también una transformación en el significado. La frase se usa actualmente para señalar que nadie está a salvo de nada.

“A Seguro lo llevaron preso” puede considerarse en estos días como la frase insignia de la inseguridad. Y ya no solo de la que atañe a cuestiones criminales o a la irrupción de la violencia, sino a cualquier tipo de certeza en cualquier ámbito de la vida. Vialidad, salud, uso de la tecnología, transportes, relaciones humanas. Se mire por donde se mire, pareciera que vivimos rodeados de peligros y acechanzas. No deja de resultar paradójico en un tiempo en que la tecnología y sus gurúes prometen seguridades que, al parecer, no pueden brindar. El ensayista e investigador libanés Nassim Nicholas Taleb, miembro del Instituto de Ciencias Matemáticas de la Universidad de Nueva York, advierte en su libro “Antifrágil” que habitamos un mundo en el que predominan los “fragilistas”. Así denomina a quienes necesitan orden y previsibilidad para funcionar en cualquier plano de la vida. Los que huyen despavoridos del imponderable, de lo que está fuera de cálculos, de lo aleatorio y, ni hablar, del azar.

ASTRÓLOGOS Y DEMIURGOS

Los “fragilistas”, piensa Taleb, creen ciegamente en cálculos y previsiones que ellos consideran “científicos” y “racionales” y en los que fundan su ilusión de que la realidad es predecible y dominable. Aunque se ríen de prácticas que consideran “no científicas”, como podría ser la astrología, se dedican a esto mismo, solo que lo llaman de una manera diferente. De ese modo nacen disciplinas como la llamada “gestión de riesgos”, a la que se suele definir como una serie de procesos que cuantifican y predicen peligros que se ciernen en el camino de un proyecto (generalmente de orden económico, tecnológico, organizacional, laboral, sanitario y, últimamente, también político). Los gurúes de esta práctica aseguran que pueden anticiparse a los hechos y desbaratar cualquier albur. Serían, entonces, modernos demiurgos, término conque se denominaba en la antigua Grecia a las divinidades creadoras del universo y capaces de manejar sus leyes. Para muchos conocedores, la astrología suele pretender menos que esto y obtener radiografías más precisas sobre lo que puede ocurrir a lo largo de ese viaje existencial cuyo mapa es la carta natal.

Una de las razones más sencillas por las cuales no se pueden plantear seguridades absolutas sobre el futuro, ni montarse en la pretensión de prever todos los riesgos posibles, es que solo conocemos lo que ha ocurrido, pero no lo que ocurrirá. La experiencia de cualquier humano se remite al pasado. Es cierto que algunas cosas se repiten en ciertas circunstancias, pero muchas otras ocurren por primera (y a veces única) vez y no se sabía nada de ellas ni eran esperables. Son las que el propio Taleb definió como “cisnes negros”. Y toda declaración de certeza o ilusión de seguridad total están siempre bajo la sombra de un “cisne negro”.

Por mucho que lo prolonguemos, todo lo que está compuesto debe descomponerse”

 

A la quimera de una vida segura y a salvo de riesgos, el autor de “Antifrágil” la llama “turistización”. Con ese término define a la conversión de toda actividad en algo guionado y programado hasta en sus mínimos detalles, para que no haya sobresaltos y se pueda saber de antemano qué va a pasar. Es una vida que nunca se ve en perspectiva y profundidad, holísticamente, sino que se vive de breves tramos, como quien se va sosteniendo de agarraderas. Así viajan los turistas, dice Taleb, a diferencia de los viajeros, que se aventuran a explorar territorios con la expectativa de ampliar horizontes geográficos y existenciales más allá del andador. Esta última actitud es la que permitió al ser humano sobrevivir y expandir su mirada y sus experiencias, descubrir lo desconocido, integrar culturas, saber en dónde vive y para qué. Y lo hizo siempre, en todos los tiempos, corriendo riesgos y rodeado de peligros conocidos y desconocidos.

Hay inseguridades e inseguridades. Algunas son controlables o reducibles, como las vinculadas al crimen y la violencia, a las conductas viales, al manejo de herramientas y artefactos, a la manipulación científica y tecnológica (Chernobyl, los embriones humanos), al comportamiento doméstico y en eventos públicos. En todos esos casos existen responsables, y cuando estos fallan por error, especulación u omisión, se convierten en culpables.

LA ÚNICA VERDAD

El filósofo y teólogo británico Alan Watts (1915-1973) escribió, a su vez, un inspirado ensayo titulado “La sabiduría de la inseguridad”, en el que define a la actual como la era de la ansiedad. Y relaciona esa ansiedad desbocada con el deseo de vivir en el futuro, de adelantarse a los hechos, de tener seguridad sobre lo que vendrá. Buena parte de la inseguridad que padecemos no obedece a factores externos y objetivos, sino a procesos internos y subjetivos. Por eso no hay seguros, blindajes, cámaras, horóscopos, predicciones, disciplinas presuntamente científicas ni descubrimientos tecnológicos que establezcan cierta calma y tranquilidad. Por mucho que se le ofrezca a la razón y a la lógica, dice Watts, el corazón está hambriento. Quiere todo el futuro y lo quiere seguro. No es posible.

El filósofo escribe: “La ciencia, lenta e inciertamente puede darnos un futuro mejor…durante algunos años. Luego todo terminará para cada uno de nosotros. Por mucho que lo prolonguemos, todo lo que está compuesto debe descomponerse”. Esa es la verdadera certeza. ¿Qué hacer ante ella? Allí aparece lo que este pensador llamó la sabiduría de la inseguridad. Al recordarnos que no tenemos el control sobre todo, que no somos dioses, que la incertidumbre nos rodeó, nos rodea y nos rodeará siempre, la inseguridad nos inclina a pensar en lo que de veras importa. El sentido de nuestra vida. ¿Para qué vivimos? ¿Qué huella dejará nuestra existencia en otros y en el mundo? ¿Qué habremos hecho para dejar el mundo un poco mejor de como lo encontramos? ¿Vivimos para algo? ¿Nuestra vida mejora la vida de alguien?

Es difícil explorar las respuestas a estas preguntas decisivas si toda nuestra atención está puesta en el control, en la búsqueda de anticipar el futuro, en la obsesión por adelantarse a todos los riesgos, reales o imaginarios. Watts propone dejar de convertir la vida en una huida y el mundo en un refugio. No alejarnos de la experiencia de vivir, de fluir con suavidad y adaptabilidad en el mar de las circunstancias. Huir, escondernos, atajarnos, prevenirnos permanentemente nos hace rígidos, dice. Nos hace perder integridad. Y nada nos garantiza. Porque, como se sabe, a Seguro lo llevaron preso.

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