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“Bien bohemio”, el tango que Macri no cantó

12 de Mayo de 2018 | 02:42
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Por ALEJANDRO FONTENLA
Escritor

El presidente Macri, para explicar los alcances de su política económica, pide a los argentinos un “cambio cultural”. Un esfuerzo de todos. El cambio cultural que, una vez alcanzado, permitiría comprender un futuro pletórico de expectativas. Sin embargo, esa apelación no alcanza a todos los argentinos. Están eximidos de la tarea los beneficiarios de la política oficial que, desde luego, comprenden todo fácilmente, sin necesidad de esfuerzos y menos de cultura.

Los que, en cambio, deberían lograr ese nuevo y desconocido estadio, son aquellos perjudicados por las medidas económicas, aproximadamente dos tercios de la población: trabajadores, jubilados, docentes, comerciantes, pequeños empresarios, y los sectores informales, los pobres y los indigentes. Este colectivo parece renuente a entender ese nuevo paradigma, según el cual debería aceptar privaciones y sufrimientos, porque al final del difícil camino vendría la unión de todos en un porvenir maravilloso. A todos ellos les cuesta entenderlo, y al presidente Macri, rodeado de semejante incomprensión, acaso lo esté alcanzando un soplo de frustración.

La retórica presidencial gusta de generalizaciones. Desde los tiempos de la campaña, y aún ahora, utiliza la palabra “juntos” como una exhortación: “vamos juntos”. Pero ¿juntos quién con quién? ¿Pueden estar juntos los que padecen las tarifas impagables con los propietarios de las empresas energéticas? ¿Pueden los jubilados estar junto a los diputados que votaron la reforma previsional? ¿Los trabajadores junto a los dirigentes gremiales que acuerdan paritarias denigrantes, pueden estar?

Otra generalización frecuente: “la Argentina que soñamos”. ¿Soñamos quiénes? ¿A quiénes alude ese plural? Los ocho millones de niños pobres tienen clausurada toda posibilidad de soñar.

“La retórica presidencial gusta de las generalizaciones. ‘Vamos juntos’, dice. Pero ¿juntos con quién?”

 

La clase media, que sí tiene capacidad de soñar, debe postergarlos para mejores días, mientras se devana los sesos para ver cómo paga las cuentas.

Cuando escucho estas generalizaciones en el discurso presidencial, salpicado de un optimismo inconsistente, experimento una suerte de regresión hasta una época que no puedo precisar. Tampoco puedo precisar una comparación. Este gobierno de empresarios no puede asimilarse al discurso autoritario clásico, dictatorial, ni tampoco a un populismo a lo Trump, ni a la derecha democrática europea. Pero su comunicación es de una arrogancia que apenas puede encubrir la subestimación de los ciudadanos. El ministro Aranguren, en los recientes días de mayor agitación política a raíz de los tarifazos, afirmó que los mismos tenían el objetivo de que no haya más pobreza. Un ejemplo de cinismo difícil de igualar.

“Bien bohemio”, es un tango con letra de Sebastián Rainer y música de Ernesto Rossi que en 1954 grabó la orquesta de Francisco Rotundo, en la voz de Julio Sosa. Fragmentos de la letra se implican caprichosamente en la escritura de esta nota. El “varón del tango” arremete con “estoy en pampa y la vía / como viola en el empeño / enfundao en mi tristeza / porque tengo corazón”. Insiste en el contraste entre el afán de lucro, y valores como la empatía con los que sufren, eso es “tener corazón”. Más adelante, aclara: “porque a mí me importa poco / la ventaja que da el oro. / Soy amigo del que tiene / una pena y un dolor”. Y si fuera poco, subraya: “porque no mido al amigo / por los billetes que tenga…”. No pude menos que pensar en los amigos del Presidente, con sus rentas y sus cuentas en el exterior. Y en el vacío moral y cultural que, salvo excepciones, arrastra a la clase dirigente, en los tres poderes del Estado.

Exigir a la población, en este momento, un cambio cultural, parece una burla. Las promesas de un nuevo decoro en la política, de sinceridad (“decirnos la verdad”), de eliminar la corrupción, y en última instancia dar vuelta la página a muchos años de decadencia, quedaron ahogadas en un mar de pobreza, tristeza y decepción.

Macri y sobretodo muchos de sus funcionarios, ahítos de soberbia apelan a cifras ubicadas en un futuro incomprobable en el cual bajaría la inflación, deberían ellos intentar el módico cambio cultural. Y si se animaran, pensar que gobernar un país, por más elemental que parezca, es gobernar para todos y no para un solo sector.

 

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