

Alfredo Casero / Estudio Massa
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Tras varias semanas de polémica en polémica, el humorista llega el viernes a la Ciudad para presentar su show, que desde el título, “De qué no se puede hablar”, anuncia sus intenciones
Alfredo Casero / Estudio Massa
Han sido semanas movidas para Alfredo Casero. Tras dejar atrás sus problemas de salud, el humorista regresó a las giras con “De qué no se puede hablar”, su show humorístico, y se paseó por la tele y la radio brindando entrevistas en las que, fiel a su estilo, opinó sin medias tintas sobre la realidad del país, metiéndose con algunas “vacas sagradas”, como las denomina, y generando una ola de repudio desde algunos sectores que terminó con la suspensión de un show.
“Yo tengo que decir lo que pienso, porque para eso soy yo”, se defiende Casero, que en medio del bochinche llega a la Ciudad, el viernes, para presentar en el Teatro Metro un show sobre el que no quiere adelantar demasiado “porque sería como enseñar karate por el diario”.
El propio nombre de la obra, sin embargo, preanuncia que uno de los ejes será promover esta voluntad del humorista de decir lo que se piensa en tiempos donde, opina Casero, “no se puede hablar de nada”. Por eso, para Casero la suspensión de su show y las críticas terminan ejemplificando lo que él denuncia. “Fijate lo que pasó en Tucumán”, dice en diálogo con EL DIA; “una Universidad que se jacta de los Derechos Humanos levanta una función que se llama ‘De qué no se puede hablar’ porque el artista dijo algo que no se debía. Realmente es una porquería, pero es graciosísimo también: no hay forma de encontrarle raciocinio”.
“Esto no tenía que ver con lo político, y terminaron convirtiéndolo en un mitín político, y tengo que salir a aclarar que no es un mitín político. Lo que hicieron fue peor, porque demostraron que viven con una idea de que hay que callar al que habla: es un régimen, y ya vivimos en régimen, y no lo voy a permitir en mi vida y para el país”, lanza la mente detrás de “Cha Cha Cha”, el colectivo de humor televisivo que cambió la escena en los 90.
“Ellos también de alguna manera picaron. Fue como una gran carnada para que de una vez por todas, todo lo que no se puede hablar se hable, porque no existe nada de lo que no se puede hablar. No existe pagar un precio por lo que uno piensa”, insiste Casero: ellos son los “micromilitantes”, como los denomina, personas alineadas con el gobierno de Cristina Kirchner, con quienes sostiene una dura batalla.
“Soy muy crítico de este gobierno, pero tenemos que parar con esta grieta de odio: creo que hablando, diciéndolo todo, terminando con esta cuestión de que somos niños que no tenemos permitido decir ciertas cosas”, dice. “Estoy recontra fogueado, me fumé los militares, recuerdo muy bien por mi situación familiar lo que fue la época de la Triple A. Lo único que quiero es que se diga la verdad, sino seguimos siempre dando vueltas en que ‘pobrecitos unos, que malos los otros’”.
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“Si te saltan 200 personas a putearte en Twitter, no pasa nada, pero ya cuando empiezan a amenazar, es porque les dolió”, agrega Casero. “Les dolió lo del flan, que fue explicar en muy poquitas palabras las vacas sagradas: la resistencia social, las Madres y Abuelas, son vacas sagradas que durante mucho tiempo detuvieron que la gente pudiera hablar de lo que quería”.
El “flan-gate” apareció por primera vez en “Animales sueltos”, hace ya tres semanas: Casero intentó reflejar la postura de cierta parte de la sociedad que, sostiene, piden cosas todo el tiempo, sin escuchar a razones.
En aquel programa el actor expresó también dudas sobre los nietos recuperados: “Yo quiero saber toda la verdad. ¿Estás seguro que el último señor es un nieto recuperado? Quiero estar seguro de todos los nietos. No hablan como si estuvieran a cargo de un organismo de Derechos Humanos”, disparó. La frase determinó la suspensión de su show en Tucumán y el repudio de la Asociación Argentina de Actores, contra la cual también arremetió Casero, defendiendo su derecho a expresar lo que quiera: “Tienen que darse cuenta que están respondiendo a una sola manera de ver, cuando no todos los actores pensarán igual”, tiró.
Y las palabras de Casero también generaron rebote en la Ciudad, donde el lunes se realizó una manifestación en repudio a su visita. “Nunca en mi vida reivindiqué la dictadura, lo que yo digo es que desconfío de las voluntades pagas porque tienen dinero en el medio y de los Sueños Compartidos”, había aclarado Casero sobre sus dichos, aunque, consultado, insiste: “Si a alguien no le gusta lo que digo, no le gusta: yo más jugado no puedo estar en lo mío, y si me van a poner en el lugar que quieran, fascista, nazi, que me pongan. ¿Vos hasta donde te podés jugar por lo que pensás?”.
“¿Por qué voy a vivir pensando que me van a llamar por teléfono para decirme que me van a matar? Esto tiene que cambiar, y yo lo único que ofrezco es hacer reír y decir de qué no se puede hablar”, se defiende el humorista, e insiste con que “uno es libre de pensar y decir lo que sea”.
“Y también existe la posibilidad de que uno se pueda retractar, mejorar lo que uno ha dicho e incluso ahondar lo que uno dice”, profundiza Casero. “Y si alguien se enoja, es bueno pedir disculpas. Porque esto no es contra nadie más que contra esta especie de censura de la micromilitancia: yo no estoy seguro de nada, y hasta pedí disculpas y dije que tendría que haber sido más cauto. Pero yo no le creo nada a nadie: este es un país donde sube un tipo cagado al colectivo, y los demás dicen que no está cagado, y él dice que no es su caca, y entonces hay que mandarla a analizar, a ver si es verdad, si no es verdad, y mientras tanto el tipo se baña... ya sabemos que es así”.
“Pero ya no somos boludos”, dice, haciendo referencia a otra de sus ideas ya célebres presentadas en lo de Fantino: el movimiento NSB (“No somos boludos”). “Ya sabemos cómo es la movida: en otro momento Duhalde presentaba dos muñecos y volteaba un gobierno, pero hoy es más jodido, está toda la gente atenta”.
¿Le duele el lugar donde se lo coloca a causa de este escándalo? “Me importa un pedo”, confiesa. “Mi verdad es mi verdad: y si no le gusta a alguien, bueno, que chille, patalee. Yo voy a hacer mi trabajo, voy a hacerlos reír, y lamento que vivan amargados: yo trato de hacer lo mejor que puedo para salir de la tristeza, y del ostracismo de que no se pueda hablar. Si el humor sirve nada más que para que se te ría un ministro, o para ver si se ríe Marcelo, es una pelotudez: el humor forma parte del líquido que moviliza los corazones y los cerebros de las personas”.
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