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Alejandro Castañeda
La justicia califica abrazos dudosos y besos atajados
afcastab@gmail.com
Los cariñosos la tienen bien complicada. El reciente fallo de la Cámara Nacional de Casación, que calificó como abuso sexual la conducta de un superior que abrazó e intentó besar a una subordinada en el lugar de trabajo, obliga a reconocer que estamos a la sombra de un nuevo código de compostura. Es cierto que hay jefes que tratan de sacar partido y que muchas mujeres, por inercia, lo dejaban pasar, como si ese accionar fuera parte del contrato laboral. Pero eso no va más. Ahora la justicia las escucha y saca tarjeta roja a los afectuosos sin permiso.
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La cultura de la sospecha cada vez gana más terreno. El abrazo, un viejo conocido, cayó bajo la lupa de los forenses. Todo empezó con un protocolo que salió al cruce de esos bailarines tangueros que, al estrechar demasiado a la compañera, buscan beneficiarse en zonas menos danzantes. Pero ahora la justicia empieza a tipificar los abrazos dudosos. Algo esperable. Muchos ademanes van quedando arrumbados bajo el foco de la suspicacia y el empoderamiento femenino. Es cierto: no todo abrazo es baboso, pero tampoco todo abrazo es inocente. Las mujeres seguramente lo saben decodificar al centímetro. Y saben alentarlos o desalentarnos según quién los dé. Por eso ahora han salido a la caza de esos abrazadores recargados que, detrás de cada apretón, guardan propósitos menos cordiales. Es cierto, muchas denuncias suenan exageradas y se les debería sacar tarjeta amarilla a las simuladoras. En este caso, la justicia acabó condenando a ese jefe de lengua y mano larga, pero no hizo lugar al planteo de la defensa que consideraba que la conducta del agresor habría constituido una “situación displacentera” y “no deseada” por la mujer y que había “afectado su libertad y desarrollo sexual”. Mucho trastorno por un abrazo y un beso que se quedó en el apronte. Pero como el Código tampoco exige que las víctimas sufran una consecuencia para que el delito se configure, el abrazador acabó recibiendo el cartelito de culpable. Las mujeres tienen esperanzas de que al tomar nota de este fallo, muchos jefes saludadores hagan a un lado abrazos y expectativas.
A los lanceros se les va achicando mucho la cancha. Deben quedarse quietos y esperar algún guiño de ellas para animarse. Lo de dar el primer paso, ya fue. La iniciativa ha pasado a ser un impulso repartido. Es difícil descifrar el margen de maniobra que tiene la hombría en medio de un arsenal de advertencias que obligan a mirar el código antes de invitarla a salir. Cada vez es más sutil la diferencia entre la galantería bien inspirada y el halago que busca algún vuelto. Los viejos donjuanes andan confundidos y cabizbajos. El tipo en un par de años pasó del beso obligatorio al abrazo culpable. Y no sabe cómo ubicarse. Cuando ya se había acostumbrado a besar todo lo que se moviera, apareció la justicia para cuantificar las expresiones de simpatía y sumarle nuevos recelos una vida social que a fuerza de sentencias va ir atrofiando sus expresiones. El fallo ha cosechado a su paso, adhesiones, quejas y asombro: Para Flavia Centurión, presidenta de ONG platense Las Mirabal, “es muy acertado”, porque “los tocamientos, los pellizcos, los roces deliberados y los abrazos en contextos laborales donde existe desigualdad de poder son muy frecuentes, sólo que las mujeres que los sufren no tienen dónde denunciarlos y la Justicia los suele rechazar”. Para otros, no: “Como tocar –dice el español Javier Marías- se ha convertido en algo pecaminoso o agresivo, la gente debe pagar para que el tacto no desaparezca enteramente de sus vidas”. El pasado agosto, el diario El País de España publicó un reportaje sobre la conversión de la “epidemia de soledad en un negocio”. La nota informaba: hoy se ofrece “comprar abrazos, paseos en compañía o ‘actividades familiares’ para adultos solitarios”. Y agregaba Marías: “Se trata de encuentros para charlar” y —atención— “fiestas de abrazos” por 20 dólares la hora. “Los participantes se pueden tocar unos a otros, pero eso sí, sin intenciones sexuales”.
Habrá que dar la mano en los cumpleaños y aprender a tocar sin intenciones.
Hay que diferenciar entre la galantería bien inspirada y el halago que busca algún vuelto
Ahora la justicia las escucha a ellas y le saca tarjeta roja a los afectuosos sin permiso
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