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El feminismo se cargó al tango y ahora va tras las milongas

El feminismo se cargó al tango y ahora va tras las milongas

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

6 de Octubre de 2019 | 02:33
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El tango pide disculpas y se recicla frente a un auditorio quisquilloso y mal pensado. Hoy, lo políticamente correcto acapara letra y música. El machismo ramplón y chocante de ciertos poetas del suburbio fue puesto en el arcón de lo vergonzoso por esas seguidoras interesadas que le exigen al tango unos modales de bolero y unos cornudos menos vengativos. Las chicas van por todo en todas las canchas. Y hasta el baile, que nació como una expresión atorranta y esquinera, ahora, a pedido de ellas, va a tener que rehacer intenciones, liderazgo y coreografías.

Las milongueras justicieras, tras mandar al calabozo a varios letristas, decidieron salir a cazar bailarines aprovechadores. Primero pusieron en tela de juicio el abrazo. Vieron mala intención detrás de ese gesto que nació para darle un poco de piel a una música tan estricta y señorona. Lo consideran un exceso machista que le deja al varón tantear otros relieves y poner a prueba su hombría aprovechando proximidades tentadoras. Y de paso cargan contra la pareja como vinculo fundante al pregonar la necesidad de bailar entre ellas, para que el abrazo recupere su condición de ayudante inocente, sin pretensiones subsidiarias.

Ellas le exigen al tango unos modales de bolero y unos cornudos menos vengativos

 

El 3 de junio de 2018, milongueras y cantantes marcharon juntas al grito de NiUnaMenos. En marzo de este año se armó el primer festival internacional feminista Tango Hembra. Y hace unas semanas el Movimiento Feminista de Tango presentó el primer Protocolo para Milongas en el Centro Cultural Tierra Violeta. “Nos sentíamos incómodas porque el tango es particularmente machista. No sólo por las letras sino por el baile”, -explica Ana Zeliz, una vocera del grupo. “Queremos que la danza deje de estar marcada por órdenes del varón y pase a ser más bien un diálogo”. La idea “es que ninguna mujer tenga que soportar que nadie la apriete demasiado ni le toque las tetas, porque eso nada tiene que ver con la milonga”.

El tango así examinado va dejando en el camino parte de sus viejos atributos. Hace unos años, desde los consultorios se había exaltado la fuerza sanadora del bailongo. Primero lo recomendaron los médicos para combatir sedentarismo y azuzar coronarias y tabas. Después lo aconsejaron los preparadores físicos como alternativa festiva ante tanta caminata aburridora. Y al final los psicólogos le dieron más poderes curativos, al aclarar que también repara desperfectos emocionales (no muy graves), mejora la memoria y hasta ajusta la pareja.

Consideran que el abrazo es un exceso machista que le deja al varón tantear otros relieves

 

Mientras añoran tiempos mejores, los viejos milongueros de a poco van asumiendo que la sentada y el ocho ya fueron y que habrá que dejar de rondar escotes y permitir que cada tanto ellas marquen el paso. La cosa se ha puesto muy difícil para ese bailarín de tranco firme y aire altanero, que elegía a su gusto una compañera desconocida y a la que apretaba con ganas para honrar a una danza que, desde el abrazo y las mejillas pegadas, parecía reclamar más cercanías que firuletes.

Hace tiempo, la Fundacion Favaloro, después de vigilar electros y quebradas, llegó a la conclusión de que “el baile de tango ofrecería una alternativa confiable a los ejercicios habituales de rehabilitación cardiovascular y serviría también para prevenir la osteoporosis y otras patologías”. Los milongueros sacaron pecho. Pero el feminismo considera peligroso que el hombre crea que, al apretar, cura. Ellas apelan al flamante protocolo para poder sacar de la pista a esos bailarines que alardean con los pies y disfrutan con las manos. Por eso las chicas, sin meterse en los consultorios, empezaron a diagnosticar desde otra orilla. Dicen que los abrazos suelen ser demasiados exagerados, que es intolerable que el hombre siempre marque el paso y que es injusto que la mujer se limite a seguir como pueda las ocurrencias de un milonguero que las saca a bailar, las obliga a seguirlo y al final la devuelve a su mesa como si fuera un paquete que se entrega y se recoge. ¿Sera tan así? A veces ir a la milonga, abrazar y bailar puede ser la única forma de engañar la soledad, esa pareja indeseable que a cierta altura de la vida abraza más que el mejor compañero.

 

 

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