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Séptimo Día |LA IGLESIA DE HOY

Institución de la Misa

DR. JOSE LUIS KAUFMANN (*)

10 de Marzo de 2019 | 08:31
Edición impresa

Queridos hermanos y hermanas.

Durante el rito de la última cena pascual judía, que Jesús celebró con sus discípulos, tuvo lugar la institución de la Misa, que es la entrega de su Cuerpo y de su Sangre bajo signos sacramentales por la Salvación de la humanidad.

Jesús fue el que celebró la Primera Misa al anochecer del Jueves anterior a su Muerte. Él iba a ser traicionado y entregado a cambio de unas monedas por uno de sus amigos; pero sabiendo que se acercaba un final temporal, se ofrece a sí mismo como Sacrificio - anticipando su Pasión, Muerte y Resurrección - y, por la entrega de su Cuerpo y de su Sangre permanece con nosotros hasta el fin de los tiempos, recomendando: “Hagan esto en memoria mía” (Lc. 22, 19). Desde entonces los cristianos, en respuesta al mandato de Jesús, comienzan a reunirse para celebrar la Eucaristía, sobre todo el día Domingo, día de la Resurrección de Jesús.

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: “El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13, 1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, ‘constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento’ (Concilio de Trento: DS 1740)” (1337).

“Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”

 

San Pablo afirma: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía’. De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: ‘Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía’. Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva. Por eso, el que coma el pan y beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come o bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación” (1 Cor 11, 22-28).

La importancia y trascendencia de la institución de este Sacramento quedan manifiestos en los relatos de los Evangelios, en esta referencia del Apóstol y en la tradición de la Iglesia desde su mismo origen divino. Junto al hecho histórico de esta muestra del Amor Infinito de Dios, en que se invita a vivirlo en una participación activa, se advierte la necesidad de una disposición adecuada a fin de no ser reo de condenación.

En las últimas décadas se ha favorecido mucho la participación en la Misa por la Comunión con el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, puede advertirse que en muchos casos pareciera haber ligereza, rutina, frivolidad, costumbre y… hasta irreverencia y sacrilegio.

La fidelidad a la institución de la Divina Eucaristía implica una fe sincera, un amor intenso, una profunda humildad en cada uno de quienes se acercan a la Mesa del Altar para comulgar. Quiera Dios concedernos a todos su ayuda y que sepamos reconocerla y aceptarla a fin de que nuestra vida cristiana se acreciente, se afiance y se proyecte, en el silencio gozoso, para gloria de Dios, nuestra propia salvación y la de todo la humanidad.

 

(*) Monseñor

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