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La Ciudad |EL TRABAJO DE UNA VIDA DESTRUIDO POR UN TEMPORAL DE VEINTE MINUTOS

Empezar de cero: el duro desafío de los productores que perdieron todo

Unos 600 quinteros y floricultores se quedaron sin nada tras la tormenta de febrero. La solidaridad, la base para salir adelante

Empezar de cero: el duro desafío de los productores que perdieron todo

Luis Fernández (27) es un trabajador golondrina. Se va a Paraguay y vuelve en temporada alta. Esta vez le tocó “reconstruir” / Sebastián Casali

Carlos Altavista

Carlos Altavista
caltavista@eldia.com

17 de Marzo de 2019 | 03:34
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Los bulbos de fresias ya deberían estar bajo tierra. Y los crisantemos, creciendo de cara a mayo y junio. Pero en la colonia de floricultores que se extiende en torno a 202 y 472, en Abasto, los primeros están en cajones y los segundos, en su inmensa mayoría, arrasados. Es que el 22 de febrero una tormenta llamada “supercelda” impactó de lleno sobre la Ciudad. Y en las afueras, casi 600 productores flori-frutihortícolas lo perdieron todo.

Cuando desde las asociaciones de productores, al día siguiente del temporal, reportaron que “cientos de familias se quedaron sin nada”, no era sencillo tomar dimensión del desastre. “Hicimos una asamblea y muchos venían llorando, diciendo que abandonaban todo”, contaron.

El jueves último, a las tres de la tarde, Silvio Pérez (31) estaba tomando medidas para reconstruir uno de los tantos invernáculos que el (furioso) viento les llevó. A sus espaldas, uno en pie ya cuidaba a las rosas del oídio y la mancha negra, dos enfermedades en cuyo origen, entre otras cosas, están la humedad y los suelos encharcados. Desde su posición hacia adelante, pedazos de nylon, maderas rotas apiladas, tierra con restos de plantas -o ni eso- que tendrá que ser trabajada nuevamente por un tractor, palas, rastrillos y muchas manos.

Silvio se acercó con una sonrisa. “Volver a empezar se llama esto”, dijo, extendiendo su mano.

Llegó de Paraguay a los 11 años “para trabajar en las medianeras”. Creció entre la escuela de Colonia Urquiza y las vidrieras (como aún llaman a los invernáculos por su antigua estructura de vidrio), ayudando a su padre, un “trabajador golondrina hasta que el patrón se fundió en el 2001 y las familias nos hicimos cargo de las plantaciones”, alquilando las parcelas hasta hoy.

En esa colonia hay ocho familias. Todos son parientes. Algunos llegaron a La Plata hace 40 años. Otros, como Silvio, hace veinte. “Nunca sufrimos una tormenta como la del 22 de febrero. Jamás se quebró un árbol como ahora”, aseguró, señalando una enorme casuarina partida al medio.

Esas ocho familias pertenecen a la Asociación Tierra Fértil Abastense, integrada por unos 50 productores y nucleada, a su vez, en el Frente Agropecuario Rural Campesino, que cuenta con 3.500 asociados pertenecientes a 19 asociaciones de La Plata, Berazategui y Florencio Varela.

¿Cuánto perdieron? “¿En plata?”, repreguntó Silvio. “Un millón de pesos cada familia de productores”, respondió. En tanto, el alquiler de cada hectárea continúa a entre 6 y 7 mil pesos promedio, así como siguen en pie o subiendo los precios de las semillas, el abono, el agua. “El valor de la mano de obra nunca lo contabilizamos. Si lo hacemos perdemos siempre”, afirmó entre risas.

Cada familia tiene, en promedio, quince invernáculos. “Y se necesitan siete u ocho solamente para comer”, subrayó Lugo Alcídes Pérez (48), productor que pisó la Ciudad hace 23 años.

Las “vidrieras” de Lugo están separadas de las de Silvio por una hilera de casuarinas y una zona de viviendas. Mientras reconstruía una de rosas, trabajando a la par de cuatro muchachos, explicó la fórmula para recomenzar. “Tenés que agarrarte fuerte de lo poquito que te quedó, y con la minga, pegarle para adelante. No queda otra”, resumió.

¿La minga? “Así le decimos a la costumbre de ayudarnos entre todos. Hoy trabajamos para uno, mañana para otro, y así”, explicó Aníbal Pérez (61), quien hizo pie en la región en 1986. “Es por eso que de hambre no nos vamos a morir a nunca. Siempre tenés quien te ayude. Además, acá están todos tan orgullosos de su trabajo que nadie quiere un plan. Queremos seguir trabajando”, enfatizó.

Pero ayuda para volver a empezar se necesita. Y llegó en cuentagotas, apuntaron. “Vinieron seis o siete veces a relevar la zona. Pero todo lo que entregaron fue nylon para un invernadero por productor, a ocho mil pesos a devolver en un año y medio. Sin embargo, no todos lo recibieron. Lo dijimos, y alguno se enojó”, resaltó Silvio, haciendo referencia a funcionarios nacionales, provinciales y municipales que se presentaron en conjunto.

Además de aferrarse a lo poquito que cada uno tiene y apostar a la minga, Lugo Alcídes aclaró que “si eso no alcanza para comer, se hacen changas. Lo que sea. Porque solamente para ordenar todo esto vamos a necesitar unos tres meses”.

Para entonces, ya estarán en junio. Con apenas un puñado de crisantemos y fresias tardías. Las dos flores fuertes de los meses por venir. Es por ello que Silvio, retomando las palabras de Aníbal, anticipó que “hambre no vamos a pasar, pero sí un invierno muy, muy duro”.

LOS HOMBRES SÍ LLORAN

Un joven, cual equilibrista, caminaba sobre los tirantes más elevados de un invernáculo en reconstrucción, tirando del nylon. Trabajo duro. Peligroso. “Luis, ¿cuántas veces te caíste?”, preguntó Silvio a un joven que se bajó de la escalera para contar su experiencia con la tormenta. “Un montón”, contestó sonriendo Luis.

Luis Fernández tiene 27 años. “Yo voy (a Paraguay) y vengo (para la temporada alta)”, describió. Aunque esta vez se topó con una tormenta que nunca vivenció.

“Debo haber pasado por tres. Pero como la última, ninguna. Nos protegimos todos en el baño”, contó, señalando el único espacio de material de la casilla más cercana. El resto, de madera, se salvó de milagro. El techo, se voló. “Y ahí nos quedamos. Con Cristian y dos amigos más”, relató. Era noche cerrada. Cuando amaneció, su vista se perdió entre trozos de nylon, flores aplastadas, o simplemente tierra arrasada y encharcada.

Silvio contó su camino para empezar de cero. “Te sentás y llorás. Pero llorás bien, bien. Y desde ahí sacás coraje para volver a comenzar. Acá, si alguien se hace el macho y dice que no lloró, miente. Porque este es el esfuerzo de una vida... Después viene la minga”, reiteró.

Aníbal acotó: “Nosotros somos cinco hermanos. Y a uno, Oscar, le quedó un palo. Apenas un palo en pie”, exclamó el hombre que, de joven, supo vivir de changas “entre Formosa y Paraguay” hasta que llegó a Abasto. “Y me gustó tanto que me quedé”, dijo.

Fueron unos 600 los productores platenses que se quedaron sin nada. Es el cálculo que hacen en la colonia de 202 y 472. Muchos de ellos aún se estaban terminando de recuperar de los efectos de la tormenta del 5 de febrero de 2017.

“Aquella fue terrible. Pero mucho más leve que esta. Además pegó en forma más pareja. Ahora tuvimos la sensación de estar ante un tornado que, por donde pasó, no dejó planta ni vidriera en pie”, reseñó Silvio Pérez, para diferenciar las consecuencias en dos tramos: “De 522 a 493, pegó el granizo. De 493 a 448, aplastó todo”.

LA MISMA HISTORIA

Así como los quinteros ven que sus jaulas de lechuga o tomate se van de la tierra por unos pocos pesos para luego ser vendidas en una góndola a 500, 700 ó 1.000 por ciento más por kilo, a los floricultores les pasa lo mismo.

“El precio de la rosa varía según el largo”, explicó Aníbal. “Pero haciendo un promedio, podríamos decir que las dos docenas las vendemos a 150 pesos promedio”, acotó, y aseguró que “hay lugares donde te venden la rosa larga, la de 70 centímetros, a 100 pesos”.

¿Y las fresias? “Las vendemos a 30 pesos el paquete. Es decir que necesitamos vender cuatro paquetes para comprar un kilo de clavos”, comentó.

Se avecina un duro, durísimo invierno en el cordón flori-frutihortícola platense.

 

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Luis Fernández (27) es un trabajador golondrina. Se va a Paraguay y vuelve en temporada alta. Esta vez le tocó “reconstruir” / Sebastián Casali

Silvio Pérez (31), productor.- “¿Cómo hacés para empezar de cero? Primero te sentás y llorás. Pero llorás bien, bien. Y desde ahí sacás coraje para volver a comenzar. Acá, si alguien se hace el macho y dice que no lloró, miente. Porque este es el esfuerzo de toda una vida”

Aníbal Pérez (61), productor.- “Acá es clave la minga. Así le decimos a la costumbre de ayudarnos entre todos. Hoy trabajamos para uno, mañana para otro, y así. Es por eso que de hambre no nos vamos a morir nunca. Siempre tenés quien te ayude. Y estamos todos muy orgullosos de nuestro trabajo”

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