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Información General |IMPRESIONES: ENTRE EL HUMOR Y LA REFLEXIÓN

Entre el humor y la reflexión

Entre el humor y la reflexión

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

3 de Marzo de 2019 | 02:20
Edición impresa

Japón es el país más envejecido del mundo. Casi el 30 por ciento de su población supera los 65 años. Y cada vez son más, porque las parejas jóvenes se empeñan en no tener hijos y los ancianos se empecinan en seguir viviendo. La epidemia que hace estragos tiene rótulo: la soledad de los ancianos. Un problema que no es sólo de los japoneses. El Reino Unido, según un informe encargado por la Comisión Jo Cox sobre la Soledad, indicó que tienen más de nueve millones de personas (el 13,7 por ciento de su población) que se sienten abandonadas. Unas 200 mil confesaban no haber hablado con nadie desde hacía más de un año. Como se sabe, para frenar este problema, la primera ministra británica, Theresa May, creó un Ministerio de la Soledad. Hoy, estar bien acompañado es un lujo. Y los que por alguna se han quedado desamparados, no saben dónde acudir para darle alguna compañía a esas largas noches de recuerdos y silencio.

La soledad hace estragos. Un estudio del gobierno japonés dejó al desnudo un inquietante descubrimiento: en los últimos años crecieron de manera increíble los delitos menores cometidos por personas ancianas. Tras analizar caso por caso advirtieron que, en un 90 por ciento, los ancianos y ancianas robaban no por necesidad sino para poder ir a la cárcel y sentirse menos solos. Entre 1990, los delitos cometidos por mayores de 60 años registraron un aumento del 600 por ciento según datos de la Agencia Nacional de Policía. El fenómeno es mayor en las mujeres, que se sienten cuidadas y escuchadas por las guardias.

Millones de ancianas japonesas viven solas y rara vez hablan con sus familiares o amigos. Muchas cumplen penas de hasta tres años y lo dramático es que al ser liberadas vuelven a robar para retornar a prisión. Cinco de cada diez robos cometidos en tiendas son realizados por ancianos. La ciencia ha prolongado mucho la vida y eso nos permite asomarnos a los sótanos negros y secretos de un ser humano agotado de esperas que encuentran allí, en ese encierro tan apetecido, seguridad, tres comidas diarias, atención médica y compañía.

La agencia Bloomberg habló con varias de las ancianas presas y una de estas mujeres, de 80 años, contó: “Estaba sola todo el día. La primera vez que robé lo hice en una librería y cuando me llevaron a la comisaría me interrogó un policía muy amable. Escuchó todo lo que tenía que decir. Sentí que estaba siendo escuchada por primera vez en mi vida”. Y otra, explica cómo llegó a la cárcel: “Cuando robé la primera vez, tenía 70 años y dinero en la cartera. Me puse a pensar en mi vida y no quería volver a casa. Ahora tengo un sitio adonde ir”. Es que cuando nadie espera no dan ganas de volver a casa. Cada retorno obliga a tutearse con la desolación y a revivir una rutina sombría sostenida apenas por píldoras y recuerdos.

Muchas ancianas japonesas siguen robando para poder volver a la prisión y sentirse menos solas

 

Pero qué pasa la con aquellos ancianos que no quieren llegar al recurso del delito. Japón tiene una de las tasas más altas de suicidio del mundo. Unas 25.000 personas se suicidan al año. Es la principal causa de muerte. Unas 10.000 de esas 25.000 personas suicidas son mayores de 60 años. El único remedio para mantenerse honrado y hacerle frente al desasosiego es el “alquiler de amigos”. Miles de personas le pagan a estos “trabajadores” para que pasen el tiempo con ellos y los escuchen. A veces sólo para mirar televisión juntos, pero al menos desde el sofá pueden escuchar una respiración cercana que les ahuyenta por un rato los fantasmas de siempre.

La soledad es una vieja compañía que la vejez agranda. Heidegger veía a los ancianos como un ser de lejanías. Distante y remoto. Y los japoneses saben que estos ladrones tristes andan buscando en el raterío un último traslado antes del calabozo final. Al tiempo pasado le gusta esconderse en los insomnios. Y cada noche esos abuelos prisioneros le pasan el polvo a una añoranza que crece entre pérdidas y rencores. Agotaron su paciencia y sus ilusiones. Y se cansaron de esperar algún amor tardío que les quitara aburrimiento y penas. Entonces, cuando sienten que toda la vida ha sido mirada, deciden volver a la cárcel para planear consuelos no motines.

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