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¡Larga vida a Su Majestad!

La reina Isabel II del Reino Unido de Gran Bretaña y soberana de Canadá, Australia, Nueva Zelanda y unos cuantos pequeños estados más desparramados por Centroamérica y Oceanía, hoy cumple 93 años

¡Larga vida a Su Majestad!

La reina Isabel II y su esposo, el príncipe Felipe

VIRGINIA BLONDEAU / Fotos CASA REAL INGLESA
Por VIRGINIA BLONDEAU / Fotos CASA REAL INGLESA

21 de Abril de 2019 | 07:39
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Aunque camina más lento y hace pocos días renunció al derecho de manejar su camioneta (es la única ciudadana de su país que no necesita registro para hacerlo), aún la podemos ver cumpliendo funciones reales y cabalgando por los jardines de Windsor.

Es la más longeva de los monarcas ingleses y también la que más tiempo ha estado en el trono. Hace exactamente 67 años, 2 meses y 14 días que es reina. De hecho, el 85% de sus súbditos han nacido durante su reinado. Cuando ya no esté se sentirán un poco huérfanos.

Cuando ya no esté… lo que sucederá es la gran incógnita que año a año llena las páginas de la prensa en búsqueda de una respuesta.

El príncipe Carlos, su hijo y heredero, tiene 70 años. Si la reina vive tanto como su madre le quedan aún ocho años de vida. ¿Tendrá salud? Y lo que es más importante ¿tendrá salud el heredero? Es posible. Después de todo lleva no sólo los genes de su madre sino también los de su padre, el príncipe consorte Felipe, que a sus casi 98 años aún anda dando juego por el palacio. Un poco encorvado y retirado de sus deberes reales pero tan elegante como siempre.

Por más especulaciones que haya sobre Guillermo, hijo mayor de Carlos y Diana, es al actual príncipe de Gales a quien le corresponde heredar el trono. Un salto de generación sería muy triste para alguien que, desde su nacimiento, no ha hecho otra cosa que prepararse para ser rey. Al contrario que la opinión pública, la Constitución inglesa no sobrevalora juventud ni belleza, de modo que sería más lógico ver como reina consorte a Camila, la malquerida, que a Kate, esposa de Guillermo. El pasado está lleno de futuros que nunca se cumplieron, dijo un pensador español, así que habrá que esperar.

Contrariamente a Carlos, la princesa nacida el 21 de abril de 1926 en Londres durante el reinado de su abuelo, no estaba destinada a reinar. Por empezar, era mujer. Se suponía que sus padres, los duques de York, iban a tener una larga descendencia y, seguro, algún varoncito que relegara a la pequeña Lilibet (así, escrito sin hache final era como firmaba sus cartas) a un segundo lugar en el camino al trono.

Pero, lo más importante, es que su padre, Jorge, no era el heredero y, de hecho, ni quería ni se esperaba que fuera rey. El heredero era Eduardo, su hermano mayor; el príncipe de Gales más apuesto que Inglaterra hubiera conocido. Tenía 32 años cuando nació su sobrina y pronto tendría que elegir esposa entre las tantas princesas que el mundo le ofrecía. Sin embargo, y a medida que pasaban los años, el príncipe dio muestras de haber salido calavera.

La prensa lo adoraba. En su primera visita a Argentina, en 1925, había disfrutado más del polo, el campo y el recital de Carlos Gardel que de la ópera y los discursos, pero fue vitoreado a cada paso. Repitió visita en 1931 y ya dio muestras de que no estaba hecho para el sacrificio: le tocó uno de esos marzos tórridos que cada tanto hay en Buenos Aires y, agotado, a los pocos días huyó despavorido.

Pero lo peor estaba por llegar: se enamoró perdidamente de una mujer estadounidense casada, divorciada y vuelta a casar. La señora Wallis Simpson ya estaba bien instalada en aposentos reales y el príncipe barajaba la posibilidad de que se divorciara para poder casarse con ella. El rey Jorge V, padre de Eduardo y de Jorge, fue quien vislumbró el futuro y, sin timideces, una de sus últimas frases fue: “Espero que nada se interponga entre Lilibet y el trono. Cuando yo muera, el muchacho se arruinará en menos de un año”. Y así fue: el rey murió, Eduardo lo sucedió, el Parlamento no permitió su matrimonio con Wallis y, finalmente, abdicó en su hermano quién reinó con el nombre de Jorge VI. Y, a falta de hermanos varones, Lilibet se convirtió en princesa heredera.

Eduardo pasó a la historia como el duque de Windsor, el que abdicó por amor. Pero la realidad fue mucho menos romántica. Él y Wallis, con la que finalmente se casó, veían con muy buenos ojos al movimiento liderado por Adolf Hitler y estaban decididos a propiciar, desde el trono, un acercamiento de Inglaterra con Alemania. Ni el Parlamento ni el pueblo inglés deseaba algo semejante y ésta fue la principal razón de su forzada abdicación, palabra que pasó a ser sinónimo de traición a la patria.

Cuando el 6 de febrero de 1952 falleció el rey Jorge VI, Isabel estaba en Kenia. Exactamente en el Treetops del Parque Aberdare, un hotel construido sobre árboles. De ahí la leyenda que dice que subió al árbol princesa y bajó reina.

De todos los monarcas es, tal vez, quien mejor representa el sentido de trascendencia y permanencia que tan bien define a la institución monárquica. Mientras ella se mantiene como jefa de estado, incólume, ha visto pasar a trece primeros ministros, catorce presidentes de Estados Unidos, siete Papas y, vaya cifra, veinticinco presidentes argentinos.

En esta ocasión su cumpleaños coincide con la Pascua de Resurrección y, como todos los años, la reina y su familia asistirán al servicio religioso en Windsor. Para la celebración oficial habrá que esperar a junio en que, como todos los años, las calles de Londres se vestirán de fiesta para el Trooping the Colour, un desfile militar que conmemora el cumpleaños oficial del monarca del Reino Unido. ¿Por qué en junio si cumple en abril? Practicidad británica: para asegurarse un tiempo más cálido y menos lluvioso.

¿Recibirá como regalo la reina el nacimiento de su octavo bisnieto? Al cierre de esta edición aún no había nacido el bebé de Harry, hijo de Carlos, y su esposa Meghan, pero sin duda sería un hermoso presente. Dicen que los nietos alargan la vida. Y los bisnietos aún más. Carlos tendrá que seguir esperando…

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