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Vivir Bien |CUANDO LOS REYES Y REINAS SE JUBILAN

El retiro dorado (sólo a veces deseado)

Algunos con mejor salud y menos escándalos que otros, dejan los tronos en manos de sus herederos para poder llevar una vida tranquila, lejos de la exposición y obligaciones oficiales, a las que respondieron durante varias décadas

El retiro dorado (sólo a veces deseado)

El momento de la histórica caída del rey Juan Carlos de España

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

30 de Junio de 2019 | 05:51
Edición impresa

“El rey ha muerto ¡Viva el rey!”, una de las frases que mejor sintetiza el carácter hereditario de las monarquías, está perdiendo vigencia. A juzgar por los acontecimientos ocurridos en los últimos tiempos, bien podría reemplazarse por otra… algo así como “El rey se siente cansado, enfermo y ha perdido credibilidad ¿podrá un nuevo rey reconstruir la imagen de la monarquía?”. Sí, una frase mucho menos simbólica pero que se ajusta a la realidad.

Cuando el 2 de junio de 2014 el rey Juan Carlos anunció que abdicaba en su hijo Felipe, el mundo se sorprendió. Después de 38 años de reinado este hombre de Estado, daba un paso al costado. No era el final que había soñado. Tal vez, como la mayoría de los grandes líderes que se perpetúan en el poder, hasta se creía eterno. Pero su frágil salud, desaciertos institucionales, indiscreciones personales y, sobre todo, la presión de un país que había cambiado y al que él ya no podía comprender, lo obligaron a cambiar el rumbo.

Justo un año antes y por motivos muy similares había abdicado en su hijo, otro Felipe, el rey Alberto de Bélgica. Como en un espejo siniestro, ambos podían verse reflejados. Alberto tampoco sentía fuerzas para pilotear el timón de un país asolado por movimientos independentistas ni para solucionar crisis familiares. Debía, además, ocuparse de su frágil salud y, lo peor, afrontar el oprobio de una demanda por paternidad que parecía tener cada vez más sustento legal. La diferencia entre ambos es que Juan Carlos siguió representando a la corona y el belga se retiró casi completamente de las actividades oficiales. Eso sí, no dejó de darle a su hijo dolores de cabeza: cual activista de un sindicato unipersonal hizo campaña para que se le aumentara el sueldo.

Pero.. ¿es la abdicación un fenómeno de estos tiempos? No. Hay muchísimos antecedentes de abdicaciones por guerras y revoluciones. Y si no fueron más frecuentes en tiempos de paz es porque la naturaleza ponía su impronta: los reyes no llegaban a viejos. Enfermedades tan sencillas como la gripe o, como le pasó al rey Alejandro de Grecia, la septicemia por la mordida de un mono, truncaban vidas en la mediana edad.

Hoy la ciencia ha avanzado, pero sabemos que el progreso tiene dos caras. Lo que han ganado nuestros reyes en expectativa de vida lo han perdido en tranquilidad: la globalización e inmediatez de la información. Pongamos como ejemplo a Felipe V, el rey español que más duró en el trono. Si aquel Felipe, en pleno siglo XVIII y con sus “avanzados” 62 años, se hubiera desmayado en una sesión de las Cortes, solo se hubieran enterado él, su familia, algunos cortesanos, unos pocos súbditos y un par de cronistas que lo mencionarían en sus pasquines, de difícil lectura para la mayoría de la población.

Nada más diferente que cuando, en agosto de 2012, el rey Juan Carlos tropezó en pleno acto militar. La foto de la “aparatosa caída”, como consignó este mismo diario, tardó una hora en dar la vuelta al mundo. Como consecuencia, el rey quedó con la cara y el orgullo heridos. La presión de los medios y las redes es casi más peligrosa que la mordida de un mono. Puede ser que la prensa sensacionalista se cebe con los achaques de la edad, ponga en portada amantes ocultas o, incluso, invente hijos extramaritales pero la sociedad merece transparencia en lo que atañe a la institución que sostiene con sus impuestos. Celebremos este avance de la información, aunque les cueste el trono.

Este mes el rey Juan Carlos se ha retirado oficial y definitivamente de la vida pública. Hasta ahora había seguido representando a la corona en algunos actos. Y, además, se convirtió en el “bon vivant” del reino: recorrió España para conocer su gastronomía. El mejor trabajo del mundo, sin duda. Pero ahora dijo basta. No dio razones, pero sus piernas, al igual que la opinión pública, ya no le responden como quisiera.

Pero no todas las abdicaciones son tristes… En 2013, además de Alberto de Bélgica, también abdicó la reina Beatriz de Holanda. Una decisión que sus ciudadanos esperaban de un momento a otro, una práctica común y sin sobresaltos en la corona de los tulipanes. Sabían que cuando le llegara la edad de la jubilación, tal como lo habían hecho su abuela y su madre, la querida reina dejaría paso a una nueva generación. El hecho no hubiera merecido más que una columna en los medios argentinos si no hubiera sido porque Guillermo Alejandro se convertiría en rey y, por lo tanto, “nuestra” Máxima se convertiría en reina. La abdicación y la instauración del nuevo monarca fue una fiesta y Beatriz se fue por la puerta grande, agradecida por el cariño de los holandeses, satisfecha por su gestión y orgullosa de su familia. Tras la muerte de su hijo Friso, pocos meses después de la abdicación, la ahora princesa, fue reanudando sus actividades, se mudó a una residencia privada, disfruta de sus nietos y representa a la corona en algunos actos benéficos.

¿La acompañarán en este retiro sus grandes amigos Margarita, reina de Dinamarca, y Harald, rey de Noruega? Edad ya tienen y herederos preparados también.

Y a sus 93 años ¿será hora de que la reina Isabel de Inglaterra se retire? Su marido, el príncipe de Edimburgo, ya lo ha hecho. Pero la palabra “abdicación” en Inglaterra es sinónimo de “catástrofe”. Isabel es reina porque su tío, el rey Eduardo VIII, abdicó para casarse con una mujer divorciada y provocó una de las mayores crisis institucionales del reino. El trono pasó a su hermano Jorge, que ni había sido preparado ni quería ser rey, y, cuando murió, agobiado por unas responsabilidades que lo superaron, Isabel le sucedió.

El destino de nadie está escrito pero el guión de la vida de un rey y sus herederos es bastante previsible… O lo era. En este tiempo, de cambios vertiginosos y cuestionamientos constantes, las monarquías deben, si quieren sobrevivir, dar respuestas rápidas a las demandas sociales. No eternizarse en el poder y saber retirarse a tiempo, parece ser una de esas respuestas.

 

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