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Rebeldía en la corona: Harry renunció y la reina ni se inmutó

Isabel II aceptó que su nieto preferido abandone el palacio, pero le quitó todos los privilegios que la monarquía le otorgaba

Rebeldía en la corona: Harry renunció y la reina ni se inmutó

El príncipe Harry y su hijo, Archie en Canadá

VIRGINIA BLONDEAU
Por VIRGINIA BLONDEAU

26 de Enero de 2020 | 07:50
Edición impresa

“La corona solo se hará pedazos si nosotros lo decimos. En eso consiste la monarquía: nosotros tapamos las grietas. Y si lo que hacemos es potente, grandioso y decisivo, nadie se dará cuenta de que todo se desmorona a nuestro alrededor. Esa es tu misión y no puede flaquear porque si muestras una mínima grieta sabrán que no es sólo una grieta sino un abismo y todos caeremos en él. Así que debes mantenerte firme.”

No sólo con la prensa había fricciones. Había un cisma entre “los fabulosos cuatro”

 

Es esta la respuesta que la princesa Margarita da a su hermana, la reina Isabel II de Inglaterra, cuando ésta plantea que todo parece desmoronarse. Es un diálogo apócrifo, fruto de la imaginación de los guionistas de la serie The Crown, pero el consejo es bueno y la reina lo ha puesto en práctica cada vez que algún miembro de su familia ha intentado, con pico y pala, hacer una grieta en pisos y paredes construidos sobre siglos de historia.

Harry, el nieto preferido de la reina, y su esposa Meghan fueron los últimos pero no los primeros en descubrir que tener privilegios conlleva tener obligaciones. En 1936 Eduardo VIII, tío de la actual reina, abdicó a la corona por amor y, aunque pensaba que que el pueblo inglés le iba a pedir que vuelva, falleció en París sin corona y ninguneado; Diana, la madre de Harry, se creyó todopoderosa, capaz de manejar a la corona y a la prensa y se embarcó en una guerra que le costó la vida; la princesa Margarita, a quien comenzamos nombrando es esta nota, no pudo soportar el peso de ser “la segunda” y los excesos la confinaron a una silla de ruedas hasta su temprana muerte. Y ahora el que abandona el nido queriendo crear sus propias reglas, es Harry… el díscolo nieto de la reina, el hijo menor de Carlos y Diana, el sexto en la línea de sucesión al trono de Gran Bretaña. Aquel niño de 12 años que no pudo contener las lágrimas mientras caminaba detrás del féretro de su madre, el pequeño pelirrojo que hacía reír a carcajadas a Diana, el adolescente rebelde que coqueteó con todos los excesos, el joven militar que en la guerra de Irak quería “ser uno más” sin medir consecuencias. Todo eso es Harry y todo eso fue, a su pesar, registrado en la prensa. La misma que, cuando él quiso, lo ayudó a mostrar su cara más amable cortando cintas, besando niños de todas las etnias, apoyando a deportistas con capacidades diferentes, siempre con una sonrisa y como un calco de su madre. Y aunque su hermano mayor, Guillermo, es quien está destinado a ser rey, Harry se convirtió en protagonista. Y cuando se enamoró no podría haberlo hecho mejor. Meghan Markle, la novia que presentó el 27 de noviembre de 2017, era muy diferente a las rubias hippie chic a que nos tenía acostumbrados. Además de actriz era estadounidense, divorciada, independiente, divertida… y mestiza. Y aunque pudiera parecer que no era la adecuada, los contribuyentes estaban encantados. Por fin la corona abría los brazos a un nuevo integrante de la Familia Real muy diferente a los estereotipos. Harry y Meghan formaban una pareja encantadora y eran el contrapunto ideal de Guillermo y su esposa, Kate, duques de Cambridge, mucho más formales. Los llamaban “los fabulosos cuatro”. Dos parejas y un soplo de juventud frente a las vetustas imágenes de la reina, Carlos y Camila.

La relación con la prensa era idílica y con la familia también. Como regalo de bodas la reina les obsequió con el ducado de Sussex, el príncipe Carlos llevó a la novia al altar y la madre de Meghan, una mujer de color, obtuvo un lugar y espacio preponderante en la capilla de San Jorge. Todo fue según el gusto de los novios, descontracturado, con un toque de Hollywood, pero con la solemnidad digna de una boda real.

Los novios regresaron de la luna de miel para instalarse justo al lado de Guillermo y Kate en el Palacio de Kensington aunque ya se decía que las cuñadas no congeniaban. Pero, se sabe, esta gente viaja mucho y poco se tenían que ver las caras.

EL INICIO DEL FIN

Al tiempo comenzaron a trascender algunas dificultades con la prensa. Los medios sensacionalistas publicaban titulares acerca de la mala relación que Meghan tenía con su padre y hermanas, los programas satíricos frisaban el buen gusto haciendo chistes racistas, las redes estallaban con memes y comentarios soeces. Y la pareja comenzó a quejarse. Y los medios se quejaban más aún, porque decían que los utilizaban: los querían censurar cuando no les convenía y posaban como actores cuando les convenía. “Once an actress, always an actress” decían de Meghan. Lo que no se entendió en ese momento y tampoco se entiende ahora, salvo que Harry haya heredado esa personalidad un poco narcisista de su madre, es esa necesidad compulsiva de leer cada cosa que se publica sobre sí mismo. Lo que se dice, habla más de quien lo dice que de quien lo recibe, así que no vale la pena enredarse. Con todas las virtudes de Diana, en eso Harry debería haber aprendido de su padre y de su madrastra, Camila, de quienes peores cosas se han publicado por décadas y, sin embargo, jamás entraron en el juego y supieron remontar su imagen hasta convertirse hoy en dos septuagenarios simpáticos.

Pero no sólo con la prensa había fricciones. Estaba claro que había un cisma entre “los fabulosos cuatro”: los Sussex se abrieron de la Royal Foundation (la ONG que Guillermo y Harry habían creado en 2009) y crearon su propio departamento de gestión y comunicación. Y, lo más significativo, refaccionaron en tiempo record un cotagge en las afueras de Londres y se mudaron lejos de Guillermo y Kate.

Cuando los Sussex anunciaron embarazo, en octubre de 2018, todo fue alegría. Los ingleses, tal su arraigada costumbre, comenzaron a apostar acerca de lugar, fecha y hora de nacimiento, nombre del bebé y de los padrinos y hasta el tiempo que iba a durar el parto. Pero los duques decidieron que nacimiento y bautismo sería en la más estricta intimidad. Un golpe a la prensa, a las casas de apuestas y a los contribuyentes que, al sostener con sus impuestos a la Familia Real, sienten que tiene derecho de participar en sus grandes acontecimientos.

Harry recibe una cuantiosa suma de dinero parte de su padre por renta de tierras

 

Ni el nacimiento de Archie, el 6 de mayo de 2019, significó una tregua: lo anunciaron ellos directamente a través de Instagram. Y en la presentación del bebé sólo se le permitió el ingreso a dos medios: la BBC, cadena oficial, y a un conglomerado de medios estadounidense al que pertenece una íntima amiga de Meghan. Si hasta ese entonces habían librado algunas batallas, esta era una declaración de guerra.

Los medios se ensañaron con ellos. Meghan respondió con una demanda a la Asociated Newspaper por la manipulación y publicación de una carta privada y Harry echó la culpa a la prensa de todos sus males. No sólo por lo que le hacían a su esposa sino por lo que 22 años atrás le habían hecho a su madre. También anunciaron que no pensaban atenerse a las normas de rotación de medios que tiene la corona para garantizar equidad en el trato. Los duques de Sussex cada vez se independizaban más y, mientras que algunos los criticaban, sus más fervientes defensores decían, y con razón, que tenían todo el derecho del mundo a comenzar su vida en común y con un niño pequeño un poco alejados de los focos, para afianzarse como pareja y definir su futuro. Nada de malo hay en eso. De hecho los duques de Cambridge pasaron los primeros años de casados en el campo. Lo que sonó contradictorio fue el ansia de figurar que ambos tuvieron durante todo este período: viajaron representando a la corona, aparecieron en eventos deportivos, visitaron a amigos famosos, dieron fiestas…

EL BOMBAZO

Hasta que el 8 de enero pasado estalló la bomba. Anunciaron en su página de Instagram su deseo de no ser más “miembros senior” de la Familia Real, de renunciar a la paga que les correspondía como tales, de trabajar para ser independientes a nivel financiero, y de mudarse tiempo parcial a Norteamérica. El comunicado trasmitía urgencia, tristeza y confusión. Los fieles aliados de la pareja defendían su derecho a la libertad. Los detractores hicieron hincapié en que esa paga solo significaba el 5% de su ingreso y que, al no renunciar ni al ducado de Sussex, ni a ser heredero al trono ni a su condición de Alteza Real, la huida grandilocuente no les movería demasiado la aguja. O sea, renunciaban a las obligaciones pero no a sus privilegios.

Una grieta se estaba abriendo y la reina, en pocas horas, emitió un comunicado dulce y comprensivo en el que decía, entre líneas, que ya todos sabían que algo así iba a pasar y que le parecía muy bien pero, como se habían adelantado a comunicarlo, aún no habían definido bien el futuro. E inmediatamente convocó a una reunión urgente con su hijo y sus nietos.

Las conclusiones se supieron el pasado 18 de enero en que un comunicado de la reina alababa hasta lo meloso a los duques de Sussex, contaba lo contenta que estaba con que quisieran ser independientes, que siempre serían bienvenidos y que estaba orgullosa de Meghan. En el siguiente párrafo aclaraba que no podían usar más el tratamiento de Alteza Real, que debían devolver todo el dinero que se había gastado para la reforma de Frogmore Cottage, que se fueran a vivir a Canadá y que, si querían conservar su residencia en Inglaterra, debían pagar una renta. Nunca tan malas noticias se dijeron de manera tan bonita.

No sabemos cuales eran las fantasías de Harry y Meghan. Sabemos que están profundamente tristes pero no tenían otra opción, según el mismo Harry dijo en un sentido y largo discurso del fin de semana pasado, pocas horas antes de irse en forma definitiva a Canadá, donde lo esperaban su esposa y su hijo para comenzar una nueva etapa.

De que van a vivir no es tan misterioso. Por empezar, Harry fue el destinatario de casi toda la fortuna de Diana ya que ésta, sabiendo que Guillermo iba a heredar el trono, favoreció a su hijo menor; además, recibe una cuantiosa suma de parte de su padre por renta de tierras, y, por otro lado, han registrado la marca Sussex Royal con la que piensan hacer tanto obras de caridad como negocios. Por lo que parece, no piensan esconder la cabeza como el avestruz así que es difícil que la prensa los deje en paz. De ser así ¿fue necesario todo este embrollo? Al cierre de esta edición todo estaba en calma. Los duques en Vancouver y el resto siguiendo con su agenda. Más allá de que la familia real inglesa campea como nadie las angustias y, aunque el mundo se venga abajo, saca su mejor sonrisa, en las últimas apariciones ni Harry, ni la reina, ni Carlos y Camila y mucho menos Guillermo y Kate pudieron disimular una enorme tristeza. Ojalá los próximos capítulos de esta historia traigan páginas de reconciliación y la grieta no llegue a abismo.

 

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