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Nicolás Nardini
nnardini@eldia.com
Como alguna vez explicó el inefable Ernesto Cherquis Bialo, abordar el personaje Maradona resulta una empresa casi imposible. Es que son muchos “Maradonas” lo que habitaron y habitan la vida de Diego Armando desde aquél pequeño mago de la pelota que se crió en un humilde barrio popular de Lanús Oeste hasta el actual entrenador de Gimnasia que engalana la Ciudad con su presencia, al margen de que su actualidad no es tan activa como él desearía desde que la pandemia lo aisló en una casa del vecino partido de Brandsen.
¿Por qué Maradona es objeto de todo tipo de tributos en el mundo entero? No es sólo porque fue uno de los mejores jugadores (o el mejor) de fútbol de todos los tiempos, en una discusión en la que sólo se asoman Pelé y Messi para poner en tela de juicio semejante aseveración. El cumpleaños 60 del Diez revolucionó el mundillo mediático-futbolero de todo el planeta porque se trata de un personaje cuyo alcance está por encima de cualquier figura del plano deportivo. La devoción que genera en sus seguidores, que hasta una iglesia han creado, no tiene parangón. Los “maradonianos” no sólo veneran al hábil número 10, sino que glorifican su figura a niveles que aquellos que permanecen ajenos a la liturgia futbolera jamás comprenderán, ni mucho menos aprobarán.
Maradona, a los 16 años, se puso al hombro a su familia para sacarlos de la miseria. Era apenas un adolescente cuando empezó a pelear cada peso de su contrato para darle un mejor pasar a sus padres y hermanos.
Maradona se sobrepuso a una lesión grave de fractura de tobillo y a una hepatitis en Barcelona, en su primera incursión en tierras europeas. Fue la primera muestra de un carácter que iba por encima de lo normal.
Maradona rompió con la hegemonía del norte rico de Italia en el mejor Calcio de todos los tiempos, el de los años ‘80 que juntó en la misma competición a Diego, Platini, Van Basten, Gullit, Zico, Falcao, Junior, Matthaus, Klinsmann, Rumenigge, Laudrup, Baresi y tantos otros astros. Fue el rebelde que enarboló la bandera del Sur para hacer feliz como nunca antes a los napolitanos.
Maradona en pleno Mundial de México, el del mejor gol de la historia y del título memorable, se plantó contra los horarios que puso la FIFA para favorecer el prime time de las grandes cadenas europeas de TV, sin tener en cuenta las adversas condiciones de temperatura que debían soportar los jugadores. Su lucha contra el poder del fútbol siguió en Italia, cuando llegó con Argentina otra vez a una final con todo en contra. Hasta el árbitro del partido decisivo.
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Maradona fue el que se equivocó y pagó. El que estuvo dos veces suspendido pero logró resurgir como el ave Fenix de sus propias cenizas para volver a correr detrás de una pelota. “Todos hablan de Diego como un súper dotado técnico, pero pocos resaltan que también es un súper dotado físico”, le dijo a quien escribe el Profe Valdecantos en una fría mañana de Abasto, rememorando cuando lo tuvo como pupilo en la previa de su vuelta al fútbol en el Sevilla.
Maradona estuvo dos veces al borde la muerte con sólo cuatro años de distancia (2000 y 2004) entre un episodio y otro. Ganó las dos batallas
Maradona es blanco o negro, nunca gris. Jamás le sacó el bulto a su peleas, ya sean individuales o colectivas. Es un actor deportivo, pero también político. Dice lo que piensa, por grande o poderoso que sea el eventual contrincante. Siempre “se moja” y evita la plácida postura de quedarse en la orilla sin tomar partido.
Maradona es coherente, pero también contradictorio. Difícilmente resista un archivo, pero jamás nadie podrá decirle que se mostró tibio ante cualquier requerimiento de opinión.
Maradona jugó al fútbol como los dioses, pero también cantó tango, actuó con Minguito, fue conductor de un show de TV, comentarista de fútbol, panelista y entrenador.
Maradona es ídolo, es tatuaje, es canción, es libro y es documental. Es amado u odiado, despierta pasiones como ningún otro jugador de fútbol en la historia.
Maradona es acierto y es error. Es el Dios del Fútbol y el humano falible. Es todo eso y muchísimo más. Felices 60 Diez.
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