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Por sus similitudes con el envejecimiento humano, cada vez más investigaciones indagan en la vida canina en busca de claves para extender la longevidad
Cualquiera que haya compartido su vida con un perro habrá notado que la forma en que se manifiesta en ellos el paso de los años es muy similar a la que ocurre entre los humanos: de cachorros juguetones y revoltosos, se vuelven menos activos y ansiosos a medida que crecen y algunos achaques van moldeando su comportamiento al envejecer. La similitud, sin embargo, no es sólo superficial. Existe una gran cantidad de paralelismos en otros aspectos que han llevado a que en las últimas décadas los perros sean vistos por la ciencia como un modelo cada vez más valioso para aprender más sobre cómo envejecemos y quizás cómo envejecer mejor.
El tema constituye el principal objeto de interés del Consorcio de Longevidad Canina, una red de prestigiosos centros de investigación alrededor del mundo que vienen destinando enormes recursos para obtener información de utilidad. En ese marco una de las iniciativas más ambiciosas es el “Dog Aging Proyect” (Proyecto de Envejecimiento Canino), una iniciativa financiada con 15 millones de dólares por el gobierno de Estados Unidos para tratar de identificar los factores biológicos y ambientales que contribuyen al envejecimiento saludable de los perros.
Este proyecto -que tiene su base en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de Texas y el Centro de Ciencias Biomédicas de la Universidad de Washington- se propone realizar el seguimiento de 10 mil perros domésticos a lo largo de sus vidas involucrando para ello a decenas de veterinarios, médicos gerontólogos, epidemiólogos, genetistas, patólogos y sociólogos en lo que constituye el mayor estudio de su tipo que se haya emprendido jamás.
Más allá de que los perros suelen ir cambiando en forma muy similar a los hombres al envejecer, existen numerosas razones que han llevado a los científicos a concluir que constituyen un modelo de enorme valor para obtener información sobre el envejecimiento humano.
En principio, hoy los perros se enferman y fallecen por causas cada vez más parecidas a nosotros. Con el paso de los años desarrollan enfermedades cardíacas, artritis, cataratas y muchos de los mismos cánceres; y hasta se vuelven delicados y olvidadizos. Pero además, con frecuencia sus vidas son prolongadas por medio de costosas intervenciones médicas.
Los perros domésticos son, de muchas maneras, un reflejo de nuestra propia especie. A diferencia de la mayoría de los otros modelos animales usados para estudiar el envejecimiento, no están en un laboratorio sino que comparten nuestro mismo ambiente: duermen en nuestros hogares, consumen también alimentos procesados y gozan de acceso a una atención médica parecida a la que reciben las personas. Pero además presentan una variabilidad genética tan diversa como la humanidad.
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Otra ventaja del “modelo canino” que encuentran los científicos es cierta convergencia genética entre ambas especies dada por el hecho de que humanos y perros, influidos por el ambiente que compartimos, hemos venido evolucionando juntos a lo largo de miles de años.
La teoría dominante señala que los humanos y los cánidos se juntaron hace decenas de miles de años, comenzando un proceso de domesticación mutua que brindó ventajas de supervivencia a ambas partes. Mientras que los lobos más sociables se beneficiaban quedándose con las sobras; los antiguos humanos que toleraban a estas criaturas descubrieron que eran buenos compañeros de caza y sistemas de alarma, y así prosperaron a la par.
De hecho, como señalan algunos estudios, la de perros y humanos constituye una relación que sigue evolucionando al día de hoy. Además de mantener seguros nuestros hogares y consumir las sobras de nuestras comidas, se ha visto que los perros que viven con hombres viven más años y la convivencia con ellos mejora a la vez la calidad de vida, especialmente de los niños y los adultos mayores: las personas con perros tienden a pesar menos, hacer más ejercicio y dormir mejor.
Y no menos importante a los fines de la investigación es que los perros envejecen mucho más rápido que las personas, por lo cual en menos tiempo se pueden obtener de ellos más información y a un costo mucho menor: no hay que esperar quizás unos 80 años para llegar a una conclusión.
Una de las principales objetivos de los estudios como el Proyecto de Envejecimiento Canino es determinar en qué medida el deterioro físico observado en el envejecimiento tanto de perros como humanos, obedece al ambiente o condiciones de vida, y en qué medida a condiciones biológicas.
Una de las cosas que interesan averiguar, en primer lugar, es si hay algo en el ADN de los perros que explique por qué algunos de ellos viven un tiempo notablemente largo, un dato que podría ser muy útil para extender el envejecimiento saludable en las personas.
En este aspecto, el gran interrogante que sigue sin respuesta es por qué , si en general entre los mamíferos las especies más grandes suelen vivir más tiempo que las pequeñas, entre los perros sucede lo contrario: las razas pequeñas suelen ser las de mayor longevidad.
Esta notable diferencia de longevidad que se observa entre las razas de perros es una de las razones que hacen difícil establecer con precisión cuántos años humanos corresponde a uno canino. Algunas investigaciones recientes sugieren, de hecho, que el cálculo habitual de 1 por 7 no sería el mejor para calcularles la edad.
En base a comparar patrones de cambios químicos del ADN entre humanos y perros (concretamente un proceso denominado metilación que no altera el contenido de los genes, pero sí cambia su actividad) una investigación concluyó que el mejor cálculo para equiparar la edad perruna a la humana es un poco más complejo del que solemos utilizar.
Este consiste en multiplicar el logaritmo natural de la edad de un perro por 16 y luego sumar 31. De este modo, si un perro tiene 6 años, hay que multiplicar su logaritmo natural, que es aproximadamente 1.8, por 16, lo que da casi 29, y sumarle 31. En conclusión, ese animal tendría una edad comparable a un hombre de 60.
La importancia de establecer un cálculo más o menos preciso para comparar la edad de perros y hombres reside en que permite a los investigadores que estudian el envejecimiento canino traducir los hallazgos a los humanos. Se trata de un recurso especialmente valioso para evaluar los cambios que el paso del tiempo produce sobre el comportamiento.
Uno de los estudios más importantes sobre los cambios en la personalidad de los perros a lo largo del tiempo es el Clever Dog Project de la Universidad de Viena, que trabajó con Border collies domésticos. Sus autores comprobaron científicamente que la conducta de los perros cambia a medida que envejecen al igual que en las personas: se vuelven menos activos y menos ansiosos.
¿Cómo lo comprobaron? Los Border collies fueron sometidos a diversas pruebas como evaluar su reacción al ser acariciados por extraños que irrumpen en una habitación o al hallarse frente a una salchicha fuera de su alcance. Con experimentos como éstos se vio que, “lo mismo que algunas personas, todos los perros cambian de conducta a medida que envejecen pero algunos lo hacen mucho menos que otros”, señala Borbalu Turcsan, uno de los autores de la investigación. El término científico para esa condición que consiste en mantener cualidades juveniles es “neotenia” y constituye una característica frecuente entre algunos perros viejos sobre la cual la ciencia está buscando aprender.
“Todo lo que uno hace para ayudar a su perro a envejecer bien debe hacerlo junto con él”
Otro interesante hallazgo en este sentido surgió de un estudio hecho por la neurocientífica Elizabeth Head, que estudia perros viejos de raza Beagle en la University of Kentucky.
Tras observar que una vez alcanzada la mediana edad, los perros se resisten al cambio, necesitan más tiempo para aprender cosas nuevas y comienzan a decaer en las pruebas de memoria, esta investigadora descubrió que a los 7 años de edad, hasta los animales saludables mostraban señales de tener placas de beta amiloide, que son el sello de la enfermedad de Alzheimer. Pero también comprobó que un tercio de ellos terminaba desarrollando la llamada “demencia canina”. Se trata de un porcentaje similar al de la población mayor de 85 años que desarrolla la enfermedad de Alzheimer en su país.
Más interesante aun, “las placas de los perros se parecen muchísimo a las de las personas, más que las que se encuentran en nuestros primates prójimos”, señala Head, quien reconoce no estar segura de la razón. “Podría ser que vivir en nuestro ambiente —compartir nuestros alimentos, agua, hogares— hace a los perros más vulnerables a esta enfermedad”, que vendría a ser, según entiende ella, “una suerte de efecto secundario accidental de la domesticación”.
En otros estudios, esta misma investigadora comprobó que una dieta rica en antioxidantes y el enriquecimiento conductual -una serie de ejercicios para la memoria y la enseñanza de nuevas destrezas- puede aplazar o disminuir significativamente el desarrollo de las placas y el deterioro de la memoria.
Mientras busca perfeccionar ese régimen e intentar detener completamente el empeoramiento cerebral en los animales de mediana edad, la neurocientífica sostiene que “todo lo que uno hace para ayudar a su perro a envejecer bien debe hacerlo junto con él: consumir alimentos de calidad, salir a caminar a diario aunque esté lloviendo, dormir la siesta y volverse loco de alegría cuando una persona querida entra por la puerta, aunque suceda cinco veces al día”.
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La manera en que envejecen los perros es reveladora para científicos a la hora de estudiar cómo envejecen los humanos. Y podría ayudar a extender la longevidad / AFP - lookstudio, freepik
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