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Alejandro Castañeda
Por: Alejandro Castañeda
Los próximos egresados del secundario festejarán mañana “el último primer día de clases”. Para no quedar al margen de todo, los pedagogos de la Dirección General de Cultura y Educación se han ocupado en darle cierto aire ilustrado a lo que es nada más y nada menos que un homenaje de los chicos a sí mismos, un festejo nuevito y medio forzado que le agrega un poco de aire festivo a la mala fama de los lunes. En su nuevo manual, los educadores oficiales explican que, como “estos festejos, en algunos casos, han suscitado situaciones de conflicto, por eso es importante hacer de ellos una oportunidad más para seguir enseñando y aprendiendo, un hecho pedagógico que garantice un marco de promoción de buenas prácticas de convivencia, acompañando las trayectorias educativas de los estudiantes”. El pomposo palabrerío ministerial sugiere tres etapas de participación que acompañen a los estudiantes “antes, durante y después” de los festejos, algo que no les hará mucha gracia los chicos, más predispuestos al desenfreno espontáneo que a una despedida con instrucciones.
Esto de empezar festejando un final aún distante, debería ser una lección para otros sucesos de la vida. Es el colmo de los preparativos. Hoy, cuando el cine acude cada vez más a las precuelas, es decir a subrayar las antelaciones, los estudiantes han decidido salir a la calle para darle alegría y barullo a una celebración que suena anticipada y redundante: festejan el próximo festejo. La idea es paladear el último primer día y empezar a preparar el ánimo para el futuro adiós.
Está bien celebrar no sólo el final de algo sino también el anuncio de ese desenlace. El amor y la vida siempre se han dedicado a homenajear sólo los nacimientos. Esto es distinto. Los estudiantes disfrutan con exagerada alegría lo que está por llegar y lo que empieza a concluir. Es como un ensayo general de lo que será la fiesta de la partida. Es cierto, falta mucho para el último acto, pero a los jóvenes les gusta apurar los tiempos. Como gozan a cuenta de lo que será el egreso, quieren que su último año desde el vamos sea todo despedida. Por eso exageran hasta la extenuación los preparatorios. Como se han acostumbrado a rendirse al encanto de los preliminares, al final acaban agasajando la previa casi tanto como la culminación. Se juntan en la casa de uno, dejan lugar al brindis antes de calzarse la última mochila y se encomiendan durante esa vigilia alborotada al dios de los celebrantes, con mucho ruido y brindis, como corresponde a un año escolar que los tendrá embriagados con la promesa de una despedida y un diploma. Después, tras recibir la sobreactuada bienvenida de los mayores, irán a las aulas, con más ganas de seguir de recreo que de empezar las clases.
El secundario siempre nos llevó de la mano hacia un cambio decisivo. Cuando empezamos, teníamos más incertidumbres que sueños. Y al marcharnos sabíamos que nos esperaba una nueva etapa, sujeta a otras exigencias, pero también llena de expectativas, porque la vida empieza allí a ponerse seria y a decirnos que de a poco aflojarán los juegos y aumentarán los deberes.
Las precuelas le ofrendaron al cine una marcha atrás prometedora que alarga los relatos, juega con las delicias del antes y proclama, en el fondo, la fuerza de todo nacimiento. ¿Quiénes habrán sido los primeros estudiantes que inventaron esto de juntar el primero con el último? Y festejarlo. Los que apuestan a estos ruidosos preliminares, quieren que ese final de ciclo que asoma allá lejos tenga alegría desde el primer día y que la nostalgia sólo irrumpa en esa esperada jornada final de noviembre, cuando el adiós a los pupitres también marque el adiós a la adolescencia.
Seguramente la iniciativa irá ganando, año tras año, popularidad, variantes y adherentes. Los festejantes saben que por estas pampas, donde todo está empezando y nunca nada culmina, hay que conmemorar, por las dudas, lo que puede llegar a ser pero aún no es. Los chicos con su alegría terminarán mañana honrando la tradición de un país que tiene mucho empezado y casi todo sin terminar.
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