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El colapso de los bancos del viernes configuró la peor semana del Presidente. La oposición tampoco la pasó bien por la interna entre halcones y moderados
Mariano Spezzapria
@mnspezzapria
El Gobierno parecía haber encontrado una fórmula efectiva para lidiar con la pandemia. El plan contenía lineamientos sanitarios y políticos: una cuarentena rigurosa, como pocos países aplicaron hasta el momento; el liderazgo de Alberto Fernández, sereno pero firme; y la colaboración de la oposición, en especial la que tiene responsabilidad de gobierno. Los puntos débiles eran el impacto negativo en la economía y las dudas sobre el comportamiento de la población.
Con algunos sobresaltos, ese plan se cumplió en buenos términos hasta la semana que pasó. Tanto, que la imagen del Presidente pegó un salto en las encuestas y el Gobierno tuvo un exceso de confianza al afirmar que el “modelo argentino” de combate contra el coronavirus ya estaba siendo estudiado en el mundo. Pero en pocos días, la administración de Alberto F. cometió errores que pusieron en peligro el esfuerzo colectivo que está realizando la sociedad.
El más grave de ellos ocurrió el último viernes. La apertura de los bancos tras dos semanas sin operaciones al público no estuvo bien coordinada por el Banco Central y la Anses, el organismo responsable de los pagos a jubilados y a beneficiarios de planes sociales. Las autoridades no previeron que el 45% de las personas mayores de 60 años que perciben jubilación o pensión no utilizan el cajero electrónico y cobran por ventanilla, según precisó un estudio de la UCA.
Tampoco anticiparon que aquellas personas que se anotaron para recibir los 10.000 pesos para monotributistas, desocupados y trabajadores informales acudirían en masa a los bancos para intentar cobrarlos. El titular del BCRA, Miguel Pesce, y el director de ANSES, Alejandro Vanoli, tomaron decisiones de escritorio. Tampoco colaboró el secretario general de la Bancaria, Sergio Palazzo, quien presionó políticamente para que su actividad no fuera declarada “esencial”.
Pero los tropiezos gubernamentales empezaron antes del viernes fatídico. El ministro de Salud, Ginés González García, había anunciado en una videoconferencia con diputados que el Presidente se aprestaba a firmar un decreto para declarar de “interés público” al sector privado de la salud, compuesto por las empresas de medicina prepaga y las obras sociales sindicales. La rebelión de ambos sectores llevó al propio Alberto F. a dar por tierra con la iniciativa “autónoma” del ministro.
El Presidente ya había agitado las aguas con una visita al sanatorio Antártida, del poderoso gremio de Camioneros, donde calificó a Hugo Moyano como un “dirigente ejemplar” para enviar un doble mensaje: a los sindicalistas que no terminan de alinearse con el Gobierno y a los empresarios, que temen al empoderamiento de Moyano, como ocurrió en épocas de Néstor Kirchner. Aunque la figura del camionero no es bien recibidapor algún sector de la clase media, Alberto F. piensa en la gobernabilidad.
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La oposición también quedó descolocada por la irrupción de la pandemia. La imagen inicial que dio el alcalde porteño Horacio Rodríguez Larreta, de apoyo irrestricto a las medidas del Gobierno nacional, fue sucedida por otras expresiones más críticas como la de Patricia Bullrich, la titular del PRO ungida a instancias de Mauricio Macri. El ex presidente pivotea entre estos dos grupos de su propia fuerza: los que piensan que es tiempo de colaborar y los que fogonean los cacerolazos.
La ex gobernadora María Eugenia Vidal se encuentra entre los primeros. A tal punto, que es frecuentemente consultada por Larreta en el área social, su especialidad, e intenta contener a los intendentes que no comulgan con el sector más duro de Juntos por el Cambio, en el que se cuenta a Miguel Pichetto. Sorpresivamente, Elisa Carrió adoptó una postura moderada y advirtió que si el camino es la confrontación, los diputados de la Coalición Cívica podrían armar un bloque propio.
El malestar interno fue dirigido al jefe del bloque de diputados del PRO, Cristian Ritondo, y a otros integrantes de la bancada como Eduardo Amadeo, Waldo Wolf y Fernando Iglesias, por considerar que siguen la línea de Bullrich, algo que no es aceptado por la CC ni tampoco por la UCR que tiene en el cordobés Mario Negri a su líder parlamentario. En lo que todos acuerdan, no obstante, es en reclamar un ajuste del 30% para los sueldos de personal jerárquico en los tres poderes del Estado.
La demanda fue tomada por el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, quien redobló la apuesta y propuso una rebaja en las dietas del 40%, pero enfrenta la reticencia del kirchnerismo. A su vez, los jueces de la Corte acordaron una reducción salarial del 25% para donarla a instituciones sanitarias, mientras que Alberto F. dio ayer muestras de fastidio por el reclamo opositor, al afirmar en tono irónico: “Después nos dicen populistas a nosotros”.
En el Conurbano, donde la profundidad de la crisis se observó con nitidez en la desesperación de miles de personas por agolparse en los bancos para tratar de cobrar los 10.000 pesos que otorga el Gobierno a cuentapropistas desocupados, los intendentes se preguntan cómo van a afrontar el pago de salarios de abril con una recaudación que se desplomó un 50% desde el inicio de la cuarentena. El regreso de los patacones de 2002 forma parte de todas las conversaciones.
“Ahora no es el momento, pero mañana no sabemos”, dijo el intendente de Lomas de Zamora, Martín Insaurralde, pese a que el gobernador Axel Kicillof había rechazado esa posibilidad en la videoconferencia de la que participó junto a Alberto F. en Olivos. Justamente un asiduo visitante a la quinta presidencial, Eduardo Duhalde, se lo había sugerido al mandatario provincial antes de la pandemia. Al parecer, también conversa seguido con intendentes del Gran Buenos Aires.
Uno de ellos comentó por lo bajo que, en la última semana, en su distrito sólo se recaudaron “mil pesos” de la tasa municipal. En su contacto con los intendentes, Alberto F. prometió que la Provincia recibirá los recursos que hacen falta para su funcionamiento. Y en el mano a mano con los jefes comunales, ministros como Wado de Pedro (Interior) especifican que la asistencia tendrá forma de Aportes del Tesoro Nacional, que se dispondrían sin escala previa en la Gobernación.
En el Ministerio de Salud siguieron el viernes con angustia las aglomeraciones frente a los bancos. La cartera sanitaria, en la que se desdibuja la figura de Ginés al tiempo que gana protagonismo la secretaria Carla Vizotti, se convirtió en una suerte de gendarme de la cuarentena. Tanto, que otras reparticiones del Gobierno hacen llegar a Olivos sus quejas por la intransigencia de la funcionaria. “Si fuera por ella, le pondría un candidato a Ezeiza”, deslizaron fuentes de la Cancillería.
Cada vuelo que llega al aeropuerto internacional con argentinos que estaban varados en distintos lugares del mundo, implica una ardua negociación interna para el canciller Felipe Solá. El cerrojo tiene una explicación sanitaria: el virus Covid-19 fue importado a la Argentina. Ese fue el error inicial de Ginés, que lo circunscribió a un brote en China sin tener en cuenta que la interconexión aérea global tiene un costado negativo, que es justamente el traslado de las enfermedades.
Ahora las expectativas de los varados en el exterior se trasladan al lunes posterior a las Pascuas, para cuando el Gobierno dispondrá la apertura de la cuarentena, en su versión más estricta, que incluyó el cierre de fronteras aéreas y terrestres. El martes habrá una reunión clave en Olivos para acordar las condiciones de la vuelta al trabajo con empresarios y sindicalistas.
La parálisis económica tiene un costo elevadísimo: el Banco Central emitió 490.000 millones de pesos en marzo para afrontar las consecuencias del coronavirus. El “plan cuarentena” ya empieza a ser reformulado.
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