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Fernando del Castillo aborda en su ópera prima al santo popular no desde su leyenda sino retratando al hombre. Se estrena hoy en Cine.Ar
Un impulso imposible de definir empujó a Fernando del Castillo a, en su ópera prima, abordar el desafío de hacer cine con la figura mística, poética y rebelde del Gauchito Gil, un personaje complejo, que representa mucho y diverso para diferentes personas: Antonio Mamerto Gil Núñez, el Gauchito Gil, santo popular con miles de devotos en nuestro país, vivió una vida marcada por la resistencia a la autoridad en una Argentina convulsa, y “Gauchito Gil”, la cinta de Del Castillo que se estrena hoy en la plataforma Cine.Ar Play, busca concentrarse en la lucha y la rebelión, la soledad y el dolor de Gil, antes que en sus aspectos místicos.
La cinta retrata los años posteriores a la Guerra de la Triple Alianza (1865-1870): Antonio Gil volvió de la guerra dispuesto a vivir una vida de paz, pero los gauchos eran entonces casi esclavos de las de las disputas armadas entre autonomistas y liberales. Convocado otra vez a la lucha armada, Gil se rebeló y terminaría siendo un ícono de la resistencia contra las injusticias sociales.
Rodada en Corrientes, en lugares “que yo tenía en mi retina desde la infancia”, relata Del Castillo, el proyecto lleva casi cuatro años desde que el realizador comenzó la planificación: siguió un arduo trabajo de preproducción, en el cual debido al presupuesto acotado todo tuvo que ser planificado a la perfección, y durante el cual aparecieron en pantalla dos filmes dedicados a la misma figura, “Un Gauchito gil”, de Joaquín Pedretti, y “Gracias Gauchito”, de Cristina Jure.
“Uno captura cosas que están en el aire. El Gauchito viene trascendiendo las fronteras de Corrientes en el último tiempo, está en toda Argentina”, dice al respecto Del Castillo, aunque su apuesta tiene un carácter distintivo: “Gauchito Gil” es un western gaucho que vuelve terrenal, sucia y terrible, desprovista de misticismo, la historia del santo popular, para retratar una historia de injusticia y opresión en la Argentina del siglo XIX.
Del Castillo es oriundo de Corrientes y “la figura del Gauchito siempre formó parte de mi universo, pero cuando empecé a investigar sobre su figura, descubrí a Antonio Gil, la persona que dio origen al mito: una persona con un montón de aristas interesantes para contar, por el momento histórico en el que vivió y por cómo llega a nuestros días su historia”.
Así, explica, “el proyecto empezó a volverse más terrenal, a apuntar hacia el hombre más que al mito”. Aunque, claro, el Gauchito siempre da sorpresas: “En la última jornada del rodaje, encontré una estampita del Gauchito que tenía un Gauchito de bronce adentro. Como me dijo un amigo: ‘Somos veinte personas que estamos caminando por todos lados, vos estás ocupado con todo ¿y justo te encontrás esta estatuita? Esto te lo puso el Gaucho, hermano’”, relata el cineasta.
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Ese costado espiritual de la figura del Gauchito es una corriente subterránea en la cinta de Del Castillo: en su película, el Gauchito “está al borde de lo real, que tiene algo interno, un ‘distinto’”, pero ese “algo indefinible” no termina de aflorar.
“Procuré construir a Antonio como una persona real. Todo lo que pasa alrededor de él, lo que hoy significa, escapa a ese momento, escapa a su vida: él fue una persona que llevó sus ideales hasta el final, y el resto lo construyó el pueblo. Quería que eso fuera claro en la película”, analiza el director, y explica que “al principio, quería abarcar todo: pero el embudo me fue llevando hacia Antonio Gil, la persona: y cuando fui a investigar, me enteré de que había muy pocas certezas en torno a su existencia, a su historia”.
Estas zonas brumosas de la biografía de Gil “tienen que ver con que en la zona que vivía el Gauchito se hablaba guaraní, un idioma que hasta antes de las colonias no se escribía, era ágrafo. El conocimiento se pasaba de generación en generación de forma oral, con los abuelos contándole a los niños fábulas y cuentos: sólo eso era suficiente para que una historia fuera real”.
De esa forma llegaron a nuestro tiempo y se diseminaron más allá de Corrientes las hazañas de Antonio Gil, y también otras historias de gauchos “que por haberse rebelado contra la autoridad del momento, los persiguieron hasta la muerte: el Gauchito representa de esa forma la suerte de muchas personas de esa época”.
Partiendo de las leyendas, pero tras una investigación que le permitió diseminar algunas certezas de la biografía de Gil en su guión, Del Castillo relata cómo Gil “vuelve de la Guerra de la Triple Alianza con el deseo de asentarse, de vivir en paz, y lo van a buscar para ser parte de las luchas partidarias dentro de la provincia: al negarse, lo empiezan a perseguir por desertor. Queriendo escapar de la violencia, la violencia lo termina acorralando”.
Y por eso, afirma, Gil “trasciende: era el deseo de muchos, liberarse de ese yugo, de estar obligados a pelear, a hacer lo que se te dicen que hay que hacer. Desde ahí vi algo interesante en el Gauchito Gil para construir una historia”.
La película se enfoca en la historia de Antonio Mamerto Gil Núñez, el hombre detrás del mito
Una historia que hace hincapié en cómo atraviesa un contexto social de desigualdad, violencia y sangre, a Antonio Gil, y que, dice Del Castillo, resuena en el hoy: “Quizás la historia de la humanidad tiende a volverse menos bárbara en cuanto a lo visual, ya no colgamos boca abajo a un tipo que degollamos, pero decir que no sigue teniendo consecuencias dentro de una sociedad que no termina siendo del todo justa”, afirma el realizador correntino. “Hay un paralelismo con el mundo actual, pero va a seguir teniendo relevancia, porque es algo inherente al ser humano: los que tienen la sartén por el mango pretenden que todos actúen como ellos quieren, hasta que aparece alguien que dice que no. Antonio Gil tuvo la suerte que tuvo por decir que no”.
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