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Dueño de un estilo único e innovador, que cambió la música para cine, el creador de los sonidos emblemáticos del spaghetti western murió a los 91 años, producto de complicaciones tras una cirugía de cadera
Minutos antes de entregarle el Oscar a la trayectoria a Ennio Morricone, en 2007, Clint Eastwood recordó que cuando escuchó por primera vez la banda sonora de “Por un puñado de dólares” pensó: “¿Qué actor no querría llegar cabalgando al pueblo con ese tipo de música sonando al fondo?”. Esas sensaciones suscitaba la música de “El Maestro”, ¿y a qué otra cosa puede aspirar un compositor? Hacedor de músicas estremecedoras, extasiantes, emocionantes y, sobre todo, inolvidables, que acompañan momentos icónicos del cine en buena medida porque sus melodías los volvieron icónicos, Morricone murió ayer en un hospital de Roma, tras sufrir complicaciones de la cirugía a la que se sometió tras sufrir una caída reciente en la que se fracturó una pierna.
Tenía 91 años, y había iniciado el año pasado una gira despedida: para entonces, el prolífico músico ya había compuesto unas 500 bandas sonoras, entre ellas melodías únicas, como el silbido de “El bueno, el malo y el feo” (1966) o el magnífico solo de oboe de “La misión” (1986), melodías que millones de personas, cinéfilas o no, conocen o saben tararear, incluso si no saben quién es el autor.
Es que, de formación clásica, Ennio Morricone representó el casamiento de la música académica con la fuerza popular del cine. Nació en Roma el 10 de noviembre de 1928, hijo de un trompetista, y ya con seis años comenzó a componer. Estudió trompeta, composición, orquesta y órgano en el conservatorio de la Accademia Nazionale di Santa Cecilia en la capital italiana, y comenzó su carrera profesional trabajando como trompetista y luego como arreglista para compañías discográficas.
“Empecé trabajando en piezas de música muy fáciles para la radio, la televisión y luego el teatro, y entonces poco a poco empecé a componer música para cine”, contaba el Maestro hace algunos años: su primera partitura para una película llegó en 1961, el fondo de una comedia agridulce ubicada en los últimos momentos del fascismo llamada “Il Federale”. Esa década también colaboró con Pontecorvo, primero en “La batalla de Argelia”, el clásico en blanco y negro que retrata el levantamiento argelino contra los franceses; y luego en “Queimada”, una historia de colonialismo protagonizada por Marlon Brando.
Pero Morricone saltó a la fama durante esa década por las bandas sonoras de los exitosos spaghetti westerns con el fallecido director italiano Sergio Leone, un antiguo compañero suyo de estudios: El Maestro prácticamente reinventó la música para el género western a través de su sociedad con Leone, que incluyó la trilogía de “Dólares” protagonizada por Clint Eastwood como un rápido pistolero solitario, “Por un puñado de dólares” en 1964, “Por unos dólares más” en 1965 y “El bueno, el malo y el feo” un año después.
Así inició una carrera que lo llevó a trabajar con directores como Bernardo Bertolucci, Pedro Almodóvar, Pier Paolo Pasolini, Roman Polanski, Dario Argento y, claro, Quentin Tarantino, el cineasta que volvió a su música icónica para la generación más joven. Pero a pesar de ser dueño de un estilo revolucionario, original, único e indeleble, fue nominado al Oscar seis veces, pero la Academia esperó hasta último momento para premiarlo: no ganó por “Días de gloria” (1978), ni por “La misión” (1986), “Los intocables” (1987), “Bugsy” (1991) y “Malena” (2000). Le dieron en 2007 un Oscar honorífico y, finalmente, la recuperación de su música de Tarantino surtió efecto: en 2016 ganó el Oscar a mejor banda sonora por “Los 8 más odiosos”.
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Su estilo estaba lleno de tonadas memorables e instrumentos y arreglos inusuales
En el camino, firmó la música de decenas de cintas muy diferentes entre sí, como “Starman” (1995) y “Novecento” (1976); y compuso también la melodía oficial del Mundial de fútbol de Argentina ’78, “El Mundial”. Sumamente versátil, Morricone, que también fue un ajedrecista consumado, tuvo tiempo para orquestar temas pop italianos que incluyeron clásicos perdurables, como una versión del eterno éxito de verano “Sapore di Sale”, escrito por el famoso trovador italiano Gino Paoli, y compuso también para artistas como Paul Anka, Mina, Milva, Zucchero y Andrea Bocelli.
Su relación con su amigo de escuela y director de cine Sergio Leone marcó su brillante carrera, que se consagró ulteriormente con directores como Bernardo Bertolucci, Pedro Almodóvar, Pier Paolo Pasolini, Roman Polanski, Dario Argento y, claro, Quentin Tarantino, el cineasta que volvió a su música icónica para la generación más joven. Todo, a pesar de ser una figura que rompió con las normas hegemónicas de las bandas sonoras: celebrado por crear con apenas unas pocas notas que inmediatamente se volvían el sello de una película, Morricone mixturó de manera sutil las influencias tomadas de la música clásica, algunas características de autores contemporáneos y sonoridades ligadas a la tradición popular italiana.
Su estilo era amplio, lleno de tonadas memorables e instrumentos y arreglos inusuales, y a menudo producía grandes emociones. Su música enfatizaba los típicos silencios de los spaghetti westerns, con los personajes enmarcados en primeros planos, mirándose unos a otros a la espera del próximo movimiento. El aullido de coyote, las armónicas y el inquietante silbido en “El bueno, el malo y el feo” se volvieron característicos de Morricone, y la banda sonora una de las más reconocibles del cine.
Es que, con esta robusta obra, el genial compositor italiano convirtió a las bandas sonoras en un género por sí mismo, caracterizado por amalgamar de manera natural con la imagen pero, a la vez, poder disfrutarse de manera independiente y narrar la historia sin necesidad del soporte visual.
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