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Séptimo Día |EL VELORIO DEL OJO DEL FINADO MENDIETA

Los sumarios humorísticos de Conrado Nalé Roxlo

La existencia del género “policial campero” en nuestro país. Los primeros detectives fueron el rastreador y el baqueano. De las comisarías rurales nació una literatura nacional imaginativa y detectivesca

Los sumarios humorísticos de Conrado Nalé Roxlo

El tránsito por las llanuras a caballo. Los Baqueanos, sabios de los terrenos y las pasturas / Web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

12 de Diciembre de 2021 | 06:25
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¿Qué tiene que ver el campo argentino con Sherlock Holmes, con los relatos de Edgard Allan Poe, con el meticuloso ajedrez literario de los cuentos policiales? A primera vista, muy poco y nada. Sin embargo, como se verá, los estudiosos lograron identificar en muchas de las narraciones del siglo XIX y, sobre todo, de la zona rural, situaciones y estilos propios de una literatura a la que califican como de “policial campera”.

El crítico Gerardo Pignatiello, menciona decenas de escritores nacionales que se ocuparon de este género tan difícil, cuya identidad intrínseca Borges refutó alguna vez, pues sostenía que todo relato policial pertenece a la literatura fantástica.

“Mendieta iba por el campo, anochecía, el overo dio un tropezón y se le cayó el ojo de vidrio”

 

En un artículo titulado “Facundo y los orígenes del policial campero argentino”, Pignatiello destaca que muchos se opusieron al florecimiento de un género policial con ambiente y tipos netamente argentinos. Uno de esos autores sostuvo que “el detective sólo puede moverse a gusto en las proximidades de Scotland Yard, de la Sureté o del FBI. Teniendo como campo de acción principal a Londres, Paris, Nueva York o Chicago”.

Sin embargo, Pignatiello analiza como ejemplos típicos de posibilidad de un estilo policial argentino a dos personajes que introdujo Sarmiento en el Facundo: el rastreador y el baqueano. Al primero Sarmiento lo presenta como un agudo y perspicaz detective de huellas, de ruidos y vientos, que le otorgan un saber enigmático y por cierto que eficaz. En el campo se lo utilizaba para rastrear maleantes o asesinos de toda clase, en un fenómeno que se dio a mediados del siglo XIX.

El otro personaje es el baqueano, una suerte de topógrafo genial, lector improvisado y sabio de las distintas formas del suelo, del gusto variado que tienen los pastos, de las humaredas o polvaredas lejanas que predicen acaso una tormenta o, quizás, un ataque del malón, de modo que los baqueanos cabalgan al fin de cuentas junto al estado mayor de los ejércitos, envueltos en la majestad de su poder casi omnisciente.

“Sarmiento es, junto con otros de sus contemporáneos (Esteban Echeverría e Hilario Ascasubi, por ejemplo), de los primeros en tratar lo criminal de modo literario. Lo hace además con la particularidad de reunir toda una serie de elementos constitutivos de las historias policiales norteamericanas y europeas contemporáneas a él, pero trasladados a la campaña”, dice Pignatiello.

COMISARIOS RURALES

Después del Facundo cita la serie de relatos policiales cuyas historias de desarrollan en el interior argentino, centradas la mayoría de ellas en las comisarías rurales que eran los lugares donde se levantaban los sumarios y se daban los primeros pasos del juicio. Ellos justifican la existencia de un genero policial vernáculo, dice.

Domingo F. Sarmiento

Menciona a los comisarios Laborde, personaje de Manuel Peyrou; Laurenzi, de Rodolfo Walsh; Frutos Gómez, de Velmiro Ayala Gauna; Leoni, de Adolfo Pérez Zelaschi–Lafforgue-Rivera (1996); Ponce (2000); Braceras-Leytour-Pittella(2000).

La centralidad literaria toma cuerpo en los sumarios que instruyen pretéritos comisarios, convertidos en solitarios y casi obligados detectives de crímenes lejanos, ambientados en parajes ocultos detrás de distancias interminables. Allí, seguramente, los comisarios echarían mano de rastreadores y baqueanos, iniciándose en cada investigación una excursión a veces desganada hacia situaciones inverosímiles, con incorporación de testimonios entre rudimentarios e imaginativos.

Esteban Echeverría

Pese a todo, la literatura más profunda brilla detrás de estos sumarios, escritos generalmente con una impecable caligrafía y con no pocos errores ortográficos. La idiosincrasia profunda se ve representada. Por La Plata anduvo dando vueltas hace años el fascinante sumario de la detención de Juan Moreira, el que murió en desigual pelea. Ese documento, después, como casi todo lo valioso, desapareció.

“No firmo Agapito porque, como soy policía, después vienen los chistes de mal gusto”

 

El correntino Saturnino Muniagurria (1875.1972), autor de maravillosas narraciones policiales de su provincia, había sido también juez y esto dijo de los sumarios que habitualmente recibía: “Mi deber desde luego era fallar de acuerdo con las pruebas producidas. Pero las pruebas, cuando el encargado de producirlas es un comisario de campaña de cuya capacidad era índice el misérrimo sueldo de sesenta pesos de que gozaba, y de cuya imparcialidad daba una medida la circunstancia de ser nombrado directamente por el poder administrador, con absoluta prescindencia de las autoridades legislativas, eran algo tan fantásticamente deleznable, como un castillo de naipes”.

Esa cantera de sumarios policiales, que abasteció a numerosos autores del género policial campero, en la provincia de Buenos Aires se agotó en gran medida cuando se sancionó la reforma procesal penal de la pasada década del 90, que le quitó la instrucción de los sumarios a las comisarías para pasársela a las fiscalías.

Hilario Ascasubi

AGAPO SUÁREZ

Conrado Nalé Roxlo (1898 - 1971) fue un escritor argentino que dominó en forma magistral todos los géneros: fue poeta, novelista, periodista, guionista, libretista, dramaturgo y uno de los más agudos humorista argentinos. Fue director de dos revistas de humor: Don Goyo y Esculapión.

En su condición de humorista fue autor de “Sumarios policiales”, que firmó bajó uno de sus seudónimos: Chamico. Su libro de 35 capítulos contiene en cada uno de ellos el texto del sumario elevado al juez criminal de la zona rural en la que trabajó al frente de una dependencia rural el comisario “Agapo Suárez”, que en el primer parte le aclara al magistrado: “No firmo Agapito que es mi verdadero nombre porque, como soy policía, después vienen los chistes de mal gusto”.

Los Baqueanos, grandes conocedores del terreno / web

De ese libro puede elegirse “La resurrección de Mendieta”, donde Don Agapo el comisario le cuenta al juez de turno sobre los problemas que le planteó al pueblo la muerte del Tuerto Mendieta, del que “no quedó más que el ojo de vidrio mirando que daba miedo desde un charco”. Así fue y empezaron las discusiones “por si el ojo era o no los restos mortales del finado”. Mientras tanto el enterrador ya reclamaba usar un carro de cuatro caballos de tiro, dada la importancia de Mendieta y entonces la familia protestó porque esas honras le iban a costar un ojo de la cara...hasta que la viuda de Mendieta pidió quedarse con el ojo para velarlo en una compotera.

El comisario cuenta entonces que el velorio se hizo con el ojo en la compotera y que los asistentes al llegar murmuraban respetuosos “está igualito” y otros “a qué hora lo llevan”. Ocurrió que, de pronto, apareció Mendieta en persona, “que se abría cancha entre la gente. Pero no el ojo, sino Mendieta entero de antes de morir o lo que fuera. Yo no creo en brujas o fantasmas, Señor Juez, pero le juro que me costó interrogarlo de acuerdo a la ley. En definitiva, se aclaró que no estaba difunto...”. Mendieta iba por el campo, anochecía, el overo dio un tropezón y se le cayó el ojo de vidrio y que no lo encontró...” y yo cumplo en dar cuenta a Usía como más respetuosamente le cuadre de este velorio sin difunto, por si las malas lenguas dijeran otra cosa, como suele suceder, y le acompaño la compotera, como prueba de convicción, cedida gentilmente por la ex viuda de Mendieta” (Agapo Suárez).

Conrado Nalé Roxlo / Web

La comprensible desmesura humorística de Nalé Roxlo no invalida la presencia de la literatura policial campera. Al retratarla de ese modo le da, en cambio, certificado de validez. Don Agapo, el Comisario, aún cuando lo haga a tientas corrobora lo que Borges destaca, esto es la importancia del detective que busca resolver una muerte o un robo, “...el hecho de un misterio descubierto por obra de la inteligencia, por una operación intelectual”.

Este hecho, agregó Borges, “está ejecutado por un hombre muy inteligente que se llama Dupin, que se llamará después Sherlock Holmes, que se llamará más tarde el padre Brown, que tendrá otros nombres, otros nombres famosos sin duda”.

Un hombre que gana sesenta pesos por mes, que cuenta sólo con uno o dos colaboradores en la comisaría, montará en su caballo e iniciará la búsqueda del delincuente. Con más o menos luces tratará de resolver el crimen. El relato existe, hay que pensar que es igual que en todas partes. Sin recursos, el comisario desolado en el escenario de una llanura sin término intenta parecerse a Sherlock Holmes, a Dupin, al padre Brown.

 

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