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Alejandro Castañeda
Luego de la reapertura de Disneyland, en California, periodistas del diario San Francisco Chronicle criticaron el paseo del parque en homenaje a Blancanieves. Aseguran que el beso con el que el príncipe devuelve la vida a la heroína, no fue “consensuado” porque ella estaba dormida y no pudo dar “consentimiento”. Otro ridículo debate sobre la polémica cultura de la cancelación.
Hay besos que salvan y besos que matan. El tango y la vida suelen recordarlos. Lo de un príncipe cariñoso y una Blancanieves desfalleciente, resulta al mismo tiempo rescate y castigo.
Para algunos bobos que nunca faltan, el besador debe ser condenado por no haber esperado en plena agonía el consentimiento de la moribunda. Ignoran que este cuento viene del siglo XVII y que en esa época, por suerte, no estaban estas patrullas controladoras que quieren ajustar cuentas hasta con la mitología y las historietas.
Los insufribles muchachos que andan patrullando el pasado para prohibir a gusto en el presente, han ido demasiado lejos con esta invasión al mundo infantil. Los besos bien dados siempre salvaron. En la escena no se ve al príncipe forzando nada, al contrario, es como un vacunador gentil y oportuno que no sólo calma a los acongojados enanitos, sino también a la mismísima Blancanieves, que ya sabrá agradecer los buenos servicios de este doctor tan comedido.
El beso sin permiso es un pecado extra en esta época de caricias contagiosas y distancias sanadoras. Pero ni el puritano más acérrimo imaginó semejante castigo para un viejo cuento con moraleja romántica: como ella desfallece, el príncipe interpreta un sentimiento rescatista que acaba siendo el símbolo sanador del buen amor.
Es cierto, hay cosas que ya fueron: nadie defiende a la farolera que tropieza y se enamora del coronel (¿por el golpe?); ni a la musa del Arroz con Leche que sabía coser, bordar y hasta abrir la puerta. Pero los censores van por más: el año pasado, el canal de transmisión de Disney+ actualizó las advertencias para filmes animados como Dumbo, Peter Pan y Los Aristogatos, “por el potencial contenido racista que pasó desapercibido en Estados Unidos durante 45 años”. Y cuestionaron en Los Muppets el vínculo entre Miss Piggy y la rana René, argumentando “que la cerdita ejerce sistemático acoso sexual y violencia física y emocional contra la rana, más débil que ella”. Ahora que andan con las tijeras bien filosas empezarán a revisar con lupa las andanzas de Blancanieves, Cenicienta, La Bella Durmiente y Caperucita. La idea es exponer el martirio de una tropa de chicas buenas que, al poder ser salvadas sobre la hora, han tenido más suerte que las muchas mujeres de estos días y de aquí cerca, que nunca encuentran príncipes salvadores.
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Es cierto que las madrastras encarnan injustamente un estereotipo que ayuda poco a las segundas nupcias y las adopciones; que el lobo es una representación feroz de abuso infantil; y que asusta esa Blancanieves correntina, diputada nacional y aprovechadora, que le cobraba a sus enanitos por concederles el honor de asesorarla. Pero más allá de estas salvedades, hay que desconfiar de estos controladores que andan por el mundo tijereteando todo y que no advierten que bajo estas fábulas se esconden mínimas alegorías sobre este mundo de historieta.
Lo del zapatito de Cenicienta sobre la hora, ¿es una opinión sobre los horarios restrictivos? Lo de Blancanieves trabajando para siete enanitos, ¿será explotación y abuso invertido del cupo? Eso sí, la figura de lo “no consensuado” se muestra cabalmente en las andanzas del secretario Basualdo, a quien el príncipe quiso dormirlo, pero gracias a Blancanieves seguirá despierto. Hay cosas, como se ve, más censurables que esos señoritos que prueban zapatitos y besos para encontrar su amada. Por estos pagos existe más de una dormida y más de un besador con ansias sanadoras. El amor siempre dio trabajo y hay que despertarlo a cada rato.
La alegoría de la semana dejó ver que el príncipe más votado anda penando por algún consentimiento, mientras Blancanieves se recuesta en sus enanitos obedientes y se hace la dormida para ver hasta dónde se sacrifica el que vino a rescatarla.
El beso sin permiso es un pecado extra en esta época de caricias contagiosas y distancias sanadoras
A Basualdo el príncipe quiso dormirlo. Gracias a Blancanieves seguirá despierto
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