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Los oficios humanos en la literatura

Los pregoneros, autores de un arte literario y popular. Las coplas de los aguateros, lavanderas y vendedoras de empanadas. Los trabajos manuales y los escritores. La predilección de los autores por los carpinteros

Los oficios humanos en la literatura

El aguador de Sevilla, de Diego Velázquez, hacia 1620 / web

MARCELO ORTALE
Por MARCELO ORTALE

6 de Junio de 2021 | 04:46
Edición impresa

De los oficios nacieron los pregoneros, autores populares de una literatura mínima expresada en coplas callejeras que, con el tiempo, sería el origen de grandes emprendimientos. De esa propaganda autorreferencial, canturreada durante siglos en las calles por aguateros, vendedoras de empanadas y lavanderas nacieron la publicidad moderna, el cine, la televisión, internet. Respeto, entonces, para los antiguos e intemporales oficios de la humanidad.

Pregoneros en nuestra época colonial y luego las de Mayo y la Independencia, hasta bien entrado el siglo pasado, fueron, por ejemplo, las pasteleras que con su canasta colgando del brazo o balanceándose en su cabezas anunciaban: Pasteles calentitos / hoy no podían faltar / pa’ los mozos y mocitas / que han venido a festejar!”. Claro que el pregón voceado se mantiene como formula en las playas, con vendedores de choclos y cánticos penetrantes como el del heladero: “Lloren chicos, llegó el heladero...!”

Mucho de esa literatura oral y espontánea fue colectada por Martín Gardella, en su trabajo “Los pregones de los oficios”. Así, la morena de las empanadas anunciaba en su copla: ·Yo soy la negra, / tengo empanadas / que a ustedes / han de agradar. / A esta morena / nadie la iguala / en el oficio / de cocinar” o “Empanadas bien sabrosas/ para las buenas mozas”.

En la gran aldea porteña venían los aguateros del lado del Río de la Plata: “Soy el aguatero; / reparto el agua / que al gran río / voy a buscar. / Es agua dulce / para lavarse, / preparar mate / y amasar”. Y las lavanderas también iban hacia el entonces límpido Mar Dulce que acariciaba a la Plaza de Mayo: “Voy caminando al río / para lavar su ropita, / verá linda señora / cómo queda blanquita”. Hoy la ropa volvería contaminada y para la tintorería.

Y en las estrelladas noches porteños caminaban los serenos que daban la hora: “Soy el sereno, / siempre vigilo / todas las calles / de la ciudad. / Todo lo veo, / anuncio el tiempo / y doy la hora, /siempre actual.” “¡Las 12 han dado y sereno! / y la noche está tranquila. / Camino con mi farol /por la ciudad dormida”.

Dicen que acaso en homenaje a esos poetas pragmáticos muchos de los diarios de nuestro país se llamaron “Pregón”. La pequeña literatura de los oficios ascendió de nivel y demostró así su interés por relacionarse con los oficios del hombre. Quien haya vivido muchos años en el interior de las redacciones de un diario, tal vez pueda dar testimonio del respeto que siempre tuvieron los periodistas por quienes desempeñan estos oficios simples y tan humanos. No hay nadie más amigo de la prensa que un bombero.

Y tan necesarios, para usarlos como modelos intemporales cuando llegan las épocas de crisis. Ahora, con la pandemia, se vive en una eclosión de oficios y artesanías. Está claro que ningún ser humano apostaría a viajar hacia el pasado, pero cuando las papas queman los oficios renacen. El zapatero o la costurera del barrio están llenos de trabajo y algunos ya dan turno para que uno pueda dejarle los zapatos rotos o la ropa descosida, que ya nadie tira fácilmente.

También es cierto que con la pandemia, con el crecimiento que ha dado el desempleo, en medio de la retirada general, algunos trabajadores modernos, nacidos en este tiempo, son la excepción. A ese trabajo se lo suele catalogar como “el oficio electrónico” –más allá de que muchos de ellos surgen de las universidades- que viven tironeados por una demanda laboral ascendente. La multiplicidad de trabajos remotos, concretados por la vía digital, los ha convertido en estrellas del aún joven siglo XXI.

OFICIOS

Se podría analizar el caso de los escritores -los que empezaron grabando en la piedra o arañando pergaminos y siguieron con la pluma hasta terminar con los actuales que se sumergen en sus PC-, de cuyos trabajos se derivan...21 oficios. El autor de semejante descentralización laboral es Julián Marquina (“21 profesiones alrededor del libro y la lectura”).

Marquina comienza señalando, entre obvia y razonablemente. “Un escritor es un profesional que se ocupa de crear un documento u obra escrita. Traslada ideas, pensamientos y sentimientos a un papel u otro soporte, transmitiendo estos pensamientos mediante palabras y recursos del idioma. El uso más frecuente del término hace referencia a la creación de libros y novelas, que luego son editadas y publicadas por una editorial”.

A partir de allí –como ocurre con el viaje de una sandía desde Santiago del Estero hasta nuestra ciudad-Marquina expone los eslabones de una cadena casi interminable. Los oficios derivados de la literatura por este autor serán mencionados a continuación, sin entrar en detalles, salvo una o dos excepciones que exigen aclaración:

Escritor; escritor fantasma (o negro); scout literario (encargado por las editoriales de detectar tendencias de lectura); agente literario; editor; lector profesional (lee “originales” que aprueba o rechaza); corrector de textos; maquetador editorial (define formato del libro); ilustrador; diseñador de la cubierta de los libros; traductor; impresor; representante de editorial; distruibuidor; representante del marketing; crítico literario; periodista cultural; librero; bibliotecario; promotor de lectura (talleres, etc.) y, por último, cuentacuentos.

CARPINTEROS

La literatura tuvo siempre una ostensible debilidad por los carpinteros. Por el oficio emblemático, el de San José, el padre de Jesús. Hay poemas, cuentos infantiles y ensayos maravillosos sobre quienes trabajaron con madera. Entre los cuentos, cómo no mencionar “Las aventuras de Pinocho”, del periodista florentino Carlo Collodi (1826.1890).

Collodi creó el personaje de un viejo carpintero, Geppetto, un anciano sin hijos que construyó una marioneta a la que un hada le dio vida. Y esa marioneta que pasó a ser como el hijo de Geppetto tenía, sin embargo un defecto: mentía. ¿Por qué mentía Pinocho? Dicen que para llamar la atención. O para crear un mundo de ficción, porque no entendía bien la realidad. O como un recurso para conseguir algo. La condición humana late en ese muñeco al que le crecía la nariz cada vez que pronunciaba una mentira.

Sobre carpinteros –o mencionándolos con inocultable afecto- escribieron poemas muy bellos Leopoldo Lugones, José Hernández, César Vallejo, Almafuerte, León Felipe, García Lorca o Antonio Machado, entre tantos otros.

García Lorca compuso esta “Nana de Sevilla”, para hacer dormir a un andaluz pequeñito: “Este galapaguito/ no tiene mare;/ lo parió una gitana,/ lo echó a la calle./No tiene mare, sí;/ no tiene mare, no:/ no tiene mare,/ lo echó a la calle./ Este niño chiquito/ no tiene cuna;/ su padre es carpintero/ y le hará una”.

Veinte años antes, también un español, Antonio Machado había inmortalizado en su poema “A un olmo seco”, el primer valor de la madera rodeada de brotes primaverales, y, también, la última donación de la madera vieja que, a través de las manos de un carpintero, se convierte en instrumento de arte o de uso para el hombre:

“Al olmo viejo, hendido por el rayo/ y en su mitad podrido,/ con las lluvias de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido./ ¡El olmo centenario en la colina/ que lame el Duero! Un musgo amarillento/ le mancha la corteza blanquecina/ al tronco carcomido y polvoriento./ No será, cual los álamos cantores/ que guardan el camino y la ribera,/ habitado de pardos ruiseñores./ Ejército de hormigas en hilera/ va trepando por él, y en sus entrañas/ urden sus telas grises las arañas./ Antes que te derribe, olmo del Duero,/ con su hacha el leñador, y el carpintero/ te convierta en melena de campana,/ lanza de carro o yugo de carreta;/ antes que rojo en el hogar, mañana/, ardas, de alguna mísera caseta,/ al borde de un camino;/ antes que te descuaje un torbellino/ y tronche el soplo de las sierras blancas;/ antes que el río hasta la mar te empuje/ por valles y barrancas,/ olmo, quiero anotar en mi cartera/ la gracia de tu rama verdecida./Mi corazón espera/ también, hacia la luz y hacia la vida,/otro milagro de la primavera”.

“El trabajo manual nos acerca a las personas” dijo Franz Kafka. Los oficios tienen una virtud máxima: el error siempre es propio. Antes de ser escritores (o a veces al mismo tiempo) hubo quienes fueron marineros, paseadores de perros, plomeros. Detrás de las grandes obras literarias, los escritores debieron invertir muchas horas dedicadas a diversos oficios y trabajos. Boris Vian, trompetista; Jack London, policía de patrullas pesqueras; Jacques Prevert, auxiliar de almacén; Raymond Chandler, encordador de raquetas de tenis; Charles Bukovski, cartero; Máximo Gorki, asistente de cocinero.

El escritor y la literatura necesitan la suciedad, la limpieza, la carga de realidad que contienen y transmiten los nobles oficios.

 

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