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¿Festejo desmedido? Una generación argentina lo esperó por 28 años

Martín Cabrera

Martín Cabrera
mcabrera@eldia.com

12 de Julio de 2021 | 02:57
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Argentina volvió a ser un país futbolero. Y feliz. Por unas horas quedaron atrás todos los problemas, que son variados y muchísimos. Pero el “pueblo” salió a la calle para festejar la obtención de la Copa América en Brasil, ante el mismísimo Brasil y para decirle adiós a la racha adversa más larga de nuestra historia: 28 años.

Para los más grandes, que vivieron las gambetas de Diego en el mundial de México ‘86 y se encolumnaron detrás de su rebeldía en el ‘90, a los que les cortaron las piernas en Estados Unidos pudo haber parecido mucho. Un exceso tal vez. Pero andá a explicárselo a millones de argentinos que hoy tienen entre 30 y 35 años y nunca habían salido a festejar un campeonato de la Selección.

Seguramente la Copa América es menos que un Mundial. Ponele, dirían los más jóvenes. Pero a la hora de la pasión poco importa. Había una necesidad acumulada y tantos capítulos con finales tristes que invitaban a ese desahogo que empezó el sábado a las 23 y terminó ayer. ¿Se terminó?

Si Argentina le hubiese ganado a Chile la final de la Copa América 2015 seguramente el festejo hubiese sido más apagado. Puede ser. Pero en el medio perdimos dos finales de la misma copa, la Copa de las Confederaciones, una del mundo, se murieron Diego Maradona y Alejandro Sabella, castigó un virus, aumentó la pobreza... Dejate de joder, mirá si había motivos para salir a gritar “dale campeón”.

Lionel Messi fue el centro de todos los festejos. El pueblo se sintió reconfortado con su conquista. Aunque no haya jugado un buen partido los argentinos lloraron al verlo levantar la copa. Fue como un sello que validó su montaña de títulos en el extranjero y soberbias actuaciones con la Selección. Pero le faltaba el título con la Mayor, era el último ladrillo de un castillo inmenso. Ahora sí, nadie podrá discutirle su rol de ídolo y puede sentarse en la misma mesa que Diego Maradona.

Con esa imagen quedaron disueltos los muchos que todavía hasta el sábado lo discutían. Los que lo miraban de reojo. Ahora serán los menos, tal vez los más radicales. Pero con menos cartas para gritar “truco”.

En Brasil dieron la vuelta de página de inmediato. Ya en la previa se veía y sentía un país distante de la selección, un pueblo que hasta se dividía entre los que querían -lógicamente- que triunfara Neymar y otros que, vaya uno a saber por qué, preferían ver a Messi levantar la copa.

Ayer no hubo lágrimas, como en los mundiales de 1950 y 2014. La vida siguió al mismo ritmo de siempre y se habló mucho de la llegada de Renato Gaúcho a Flamento, la campaña de vacunación y las sospechas de corrupción en el gobierno.

A Brasil no le importaba esta copa. No es desmerecernos decirlo, sino hablar objetivamente. En la previa estaba en el ambiente y quedó en claro. Unas lágrimas y a dar vuelta la hoja. Si hasta el propio Neymar se permitió celebrar la alegría de su ex compañero y compartir una imagen que debe servirnos de ejemplo para el futuro.

las dos argentinas, un festejo y mil contradicciones

El festejo también desnudó las contradicciones de nuestra sociedad, que están a la luz todo el tiempo en todas las secciones. Muchas de esas personas que no querían que la Copa se disputase en nuestro país, por el riesgo de que colapse el sistema de salud en plena pandemia, el sábado a la noche salió a la calle, se abrazó con el vecino, con los amigos y con quien llevara la camiseta celeste y blanca.

En 7 y 50 se dio la mayor concentración de vecinos en un año y medio. Lo mismo sucedió en el obelisco porteño, en el monumento de la bandera en Rosario y en cada sitio histórico de cada ciudad argentina. Por unas horas, no hubo distanciamiento ni protocolos, hubo pasión. Y mucha emoción.

Estarán los paladines de la salud que lo rechazarán y los justificadores populares que harán lo contrario. Argentina, un país de blancos y negros, de antagónicos hasta a la hora de elegir calor o frío. Pero un país que el sábado a la noche recuperó su amor por el fútbol y un sentido de pertenencia que desde el mundial de 1990 no se expresaba públicamente.

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