Impecable lección de juego eficaz e inteligente para ir por toda la gloria

Argentina fue una maravilla. Parece mucho, casi una afirmación arrogante y desmedida, pero la imagen que irradió el primer finalista de Qatar 2022 fue la de un equipo compacto, maduro y naturalmente preparado para la última y más difícil prueba que afrontará.

Julián Álvarez fue una cosa de locos. La brillante actuación del ex-delantero de River, a esta altura ya es un acto de estricta justicia considerarlo una de las más gratas revelaciones de la copa del mundo, fue para aplaudir de pie.

Julián Álvarez, a lo Kempes, anotó el golazo que merecía su primera y lujosa labor en un Mundial

El mismo chico humilde nacido y criado con los mejores modales en Calchín, Córdoba, transita por las instancias decisivas de la gran cita del fútbol con la naturalidad propia de lo que es, un crack con techo de crecimiento difícil de precisar.

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Dos goles, uno haciendo recordar la guapeada del Matador Mario Alberto Kempes en la final del Mundial 1978 ante Holanda, y la infracción que le cometió el arquero para que Lío facturara de penal, lo situaron en el podio más alto del lujoso boletín de calificaciones.

Siempre serio. Jamás altivo. Desnudo del egoísmo que se les suele perdonar a los grandes goleadores. Solidario. Lúcido. Técnico. Respetado y respetuoso. Sencillo sin verso.

Si no estuviera Messi (¡menos mal que está!) Julián Älvarez merecería ser el embajador de esta Selección. Su educación y cordialidad lo completan como un modelo que los jóvenes debieran mirar con detenimiento.

Lionel Messi fue el auténtico dueño de la pelota. Así de simple. Pateó el penal con alma, corazón y vida. Cuidó a la pelota como lo hubiera hecho cualquier argentino que gritaba bien fuerte en el living de su casa.

El capitán lució una cinta invisible. La de propietario de los tiempos. Sólo él tuvo el GPS de cuándo acelerar y cuándo frenar; cuándo gambetear hacia adelante y cuándo tocarla suave hacia atrás. Hizo todas bien y se pasó de la raya en la concepción del tercer gol. De la nada, cuando parecía estar reteniendo el balón para juntar marcas, se metió en el área croata y sacó, de su galera mágica, un centro atrás descomunal.

Fue mucho Messi. Fue bastante más que el diez que lleva en la espalda. La serenidad que mostró después del pitazo final ratificó que sus excesos ante Países Bajos llegaron porque la temperatura del partido fue otra. Lío ayer jugó un partido soberbio, para que lo aplauda el mundo entero.

TAGLIAFICO, OTAMENDI, MOLINA, ENZO Y MAC ALLISTER FELICITADOS

El tres a cero no le quedó grande al partido. La diferencia entre vencedor y vencido fue abrumadora. Y también se explica desde la llamativa cantidad de rendimientos individuales muy destacados.

Tres de los cuatro defensores titulares sobresalieron, y el restante se mantuvo en la sobriedad. Tagliafico, Otamendi y Molina, en ese orden, se hicieron notar a partir de intervenciones precisas. Abortaron ataques de modo contundente. Molina, por su parte, pasó al ataque con la decisión de quien se siente cada vez más seguro en la función. Algo parecido a la soltura que sigue regalando Enzo Fernández.

La elevada estatura colectiva se apoyó en rendimientos sólidos. Después de la media hora inicial, donde Croacia manejó la pelota con clase, pero sin tener la chispa indispensable para generar peligro, Argentina le mostró de qué manera se juega simple y efectivo.

El pase en profundidad de Enzo Fernández para Julián que termina en el penal fue una pincelada de practicidad y talento. No siempre hay que tener mucho la pelota para ser peligroso.

La frase de Scaloni “que la gente festeje, estamos en el pedestal del fútbol” define una realidad. La bandera celeste y blanca flameará el domingo, cuando el planeta estará pendiente de cada detalle.

Después de tantos cuestionamientos sobre la manera en que actuó como ganador del choque de cuartos de final, es justo remarcar que el plantel argentino fue sobrio en el festejo por haber accedido a la final. Supo comportarse en el rol de triunfador. El abrazo sentido entre Di María y Modric fue apenas una muestra del ambiente que reinó con el resultado puesto.

LA HISTORIA DE SCALONI TÉCNICO AMERITA UN RELATO FÍLMICO

El ejercicio de la memoria requiere honestidad. Cuando Claudio Tapia anunció que Lionel Scaloni iba a ser el director técnico de la selección pareció una locura. Hoy, ya campeón de América y finalista del Mundial, hay que reconocer que supo ejercer tan exigente función de modo convincente.

Lío Messi, maduro y cada vez más líder, cuidó a la pelota con el mismo cariño que cualquier argentino

Su perfil público ha sido impecable. Ganó mucho más de lo que perdió. Manejó un grupo de vanidades y egos sin que trascendieran inconvenientes. Se la jugó y acertó con citaciones sorpresivas (Dibu Martínez, Molina, Cuti Romero, Nicolás González, son los más claros ejemplos). No reside en el país y, sin embargo, nunca pareció estar alejado o distante de las expectativas populares. Y, como si lo descripto fuera poco, le brindó al equipo una línea de juego ofensiva, ambiciosa e inteligente. Atacar y defender son verbos igualmente valorados por el conductor. En síntesis, nadie cree que Argentina gana a pesar del técnico que tiene. Todo lo contrario.

Llega a la final después de haber sido una maravilla. Eso no garantiza nada, aunque brinda la tranquilidad de saberse idóneo para intentarlo.