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Ocurrencias: besos victoriosos

Ocurrencias: besos victoriosos

El beso de 7 y 50 y el beso de Times Square / Twitter / web

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

18 de Diciembre de 2022 | 04:41
Edición impresa

El 14 de agosto de 1945, el fotoperiodista Alfred Eisenstaedt se hallaba en la archiconocida Times Square festejando el final de la Segunda Guerra Mundial. Y al girar, se topó con una escena inolvidable: un marinero dando un beso apasionado a una enfermera que pasaba por allí. ¿Qué mejor forma de ilustrar el jolgorio que había entonces entre los aliados por el cese de las hostilidades? Rápido, el germano inmortalizó aquel momento en una instantánea que, a la postre, dio la vuelta al mundo.

Algo de aquel embrujo se repitió la nochecita del martes en 7 y 50 entre dos jóvenes de aquí que no se conocían y a quienes el destino los puso enfrente. El beso que se dieron en un semáforo de esa esquina, tiene la espontaneidad virtuosa de aquella foto y de paso la devuelve a los besos primerizos su condición de contacto casi sagrado. Ese céntrico punto, cada tanto, entre refriegas varias, vendedores ambulantes, movilizaciones y tumultos, recupera la estampa de un lugar de celebraciones. Un beso bien dado en una calle que respiraba victoria, le puso merecido clima romántico a un cruce harto de bocinazos y broncas.

El primer beso siempre tiene algo de magia. Y más, si ni siquiera fue imaginado. Es el que se ve venir y no se puede evitar, el que ronda sin atreverse del todo y cuando llega trae sabores favoritos. ¿Quiénes son ellos? La imagen la subió a la red @florlafotografa. Parece que ellos no se conocían, que el desatado festejo, la casualidad y los goles de allá lejos les permitieron animarse a lo que empezó, como describió Scott Fitzgerald: “Hay un momento… ¡Oh, justo antes del primer beso! una palabra susurrada… algo que hace que valga la pena”. Lo de treparse fue parte del entusiasmo. Y el semáforo con sus luces de advertencia le advirtió a la pareja que los amores siempre entrañan algún riesgo. La explosión de un beso con aroma a triunfo entre tantas banderas felices, le pusieron marco inigualable a una celebración íntima y a la vez tan concurrida que le regaló una lloviznita de cariño a una realidad tan tormentosa.

No hay besos inocentes. El del semáforo de 7 y 50 repite el júbilo de quienes se entregan al éxtasis momentáneo de una dicha enorme y apelan al beso para santificar ese instante en que dos almas se unen por algo que las supera, las representa y las incita. Este beso fue un oasis en esa esquina que fue perdiendo amenidad y exagerando el dramatismo.

Aquella escena de agosto del 45 que acabó consagrando al marinero, la enfermera y al fotógrafo, venía a sellar la paz con una alegría que no expresaba el amor sino la reconciliación en su manera más sublime. La guerra había terminado y todo era felicidad. Aquí, en 7 y 50, la guerra no fue cruenta pero las batallas futboleras de los últimos días fueron igualmente sufridas y reñidas. El fútbol depara emociones para todas las edades y todos los gustos. Es algo que está más allá de los goles y que acabó contagiando como un virus empalagoso a un pueblo con sed de festejo.

Un beso bien dado en una esquina que respiraba victoria, le puso clima romántico a un cruce harto de bocinazos y broncas

Hay muchos besos extraviados en la Ciudad que andan buscando sus legítimos dueños. Besos que no se dieron, amores truncos, despedidas a destiempo, besos que han quedado sin darse y que han dejado para siempre sabor amargo en la boca. Por suerte, más allá de los trastornos de cada día, hay momentos de tregua que hacen a un lado las desdichas para entregarse a la ilusión. Este beso es algo así. Nació por sorpresa y se sostuvo gracias a la eterna atracción de lo desconocido, un impulso que a veces existe sólo un instante y otras veces se encarga de fundar referencias nuevas del querer. Elegir semáforo y compañera no es fácil. La calle de la vida está llena de pozos sin señales. Las tres luces enseñan que en el amor conviene avanzar, detenerse o aguardar. En plano jolgorio ciudadano, la Ciudad como nunca se mezcló de punta a punta, las diferencias se igualaron en los colores de la camiseta, la esquina fue puro canto y abrazo y, como dice la Fiesta de Serrat “por un momento se olvidó que cada uno es cada cual”.

7 y 50, tan manoseada por la realidad, recuperó por un instante y por un beso algo de aquel designio que le habían marcado sus fundadores. De allí salían primero los trenes y después las cartas. Dos maneras de acercar enamorados. Ahora, la trepada a un semáforo entre el griterío, al menos le devolvió festejos y caricias a esa esquina que fue perdiendo trenes, cartas y calma. Hoy, dicen estos trepadores famosos, tienen ganas de empezar a conocerse y hacerle honor a este beso logrado a puro gol en una cancha tan difícil como es la de 7 y 50.

¿Quiénes son? ¿Habrán preparado algo nuevo por si se nos da hoy contra Francia? No hay que saber demasiado, hay que dejar que un poco de misterio sobreviva en este mundo tan explícito y tan comentado. Ellos fueron un rato los embajadores desde lo alto de una pasión futbolera que quizá se vivió a pleno. Un beso tan espontáneo y tan aplaudido suele querer expandirse. Quedan muchas oportunidades para poder seguir festejando. Quizá ella, apoyada en la luz roja, descubra que al final en esta vida vibrante no queda otra que jugarse al amor aunque el semáforo diga no avanzar. Tal vez el destino, como al viejo olmo de Machado, les regaló uno de esos milagros de la primavera.

 

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