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Ocurrencias: sobran inocentes

Ocurrencias: sobran inocentes

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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

10 de Julio de 2022 | 03:12
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A Nora Dalmasso y María Marta García Belsunce las une algo más que el crimen. Ya lo hemos dicho. Los dos asesinatos echaron sombras sobre sus esposos. Pero nunca apareció el asesino. Cinco balazos para María Marta y un lazo fatal para Nora. Alrededor, un marido que culpó a la víctima por torpeza a la hora del aseo y otro que salió a buscar algún violador furtivo mientras trataba de embocarla en Punta del Este.

Sorprende la ausencia de móviles. El intruso en casa de María Marta ¿necesitaba tantos balazos para aniquilarla en la ducha y no robar nada? ¿Qué llevó al amante de Nora a rematar su noche de placer ahogándola con un lazo? ¿Qué reacciones extremas despertaron estas señoras para inspirar semejantes desenlaces? No hay llaves forzadas, ni pisadas ni faltantes. Nadie vio nada. Si los dos maridos son inocentes, tal como lo ha dicho la justicia, aún seguirán siendo dos viudos sospechosos a quienes no se les dio tiempo de poder llorar a sus compañeras. Vivieron un duelo macabro que los tuvo entre el dolor y las rejas. La absolución los alivió pero no los consoló. Los pitutos y el semen, que encontraron refugio en esos dos cuerpos, siguen pidiendo explicaciones.

A un marido se le pasó por alto los balazos y al otro, se le pasó por alto un amigo de la casa

Una señora predispuesta que murió con escenografía y vestuario de amante satisfecha

Lo de María Marta ya quedó atrás. Pero lo de Norita retumbó otra vez con toda fuerza. En el juicio se vio que sus hijos lanzaron un contraataque abierto contra un confianzudo amigo de la casa. Ellos prefirieron dejarla mal parada con tal de poner a salvo al padre, un asunto que obliga a repensar los límites sinuosos que adquiere el amor filial en el reparto de culpas. Los dos crímenes mancharon a sus seres cercanos. Los hijos de Nora no dudaron en ubicar a su mamá en la amorosa cercanía de un empresario cordobés que siempre la miraba con ganas. La conclusión del fiscal, aclarando que esa noche allí hubo sexo consentido, nos habla de un sicario seductor o de un amante violento. Por su parte, los familiares de María Marta prefirieron insistir hasta donde pudieron con las malas costumbres de esa mujer descuidada que en plena ducha fue herida de muerte por sus canillas. Esas hipótesis muestran a un marido al que se le pasó por alto los balazos y a otro, al que se le pasó por alto un amigo de la casa.

El juicio de Nora reflejó contornos turbulentos. Hubo declaraciones que le sumaron suspicacia al proceder de esa señora predispuesta que murió con escenografía y vestuario de amante satisfecha. El consentimiento -esa palabra tan resbaladiza y decisiva- entró en escena traída por una dueña de casa que, mientras el marido trataba de embocarla allá, ella jugaba aquí un apasionado mini torneo. Parece que lo del matrimonio abierto era una modalidad de los Macarrón (hasta la madre de Nora lo insinuó) y que los preparativos de ella en su noche final, anticipaban un programa que después, entre truenos y reproches, acabó convirtiendo a las caricias en nudos mortales. El hallazgo de dinero en la mesa de luz, descartó lo del robo. Algún cruce de llamadas con el hijo permitió deducir que Nora esa noche había programado una visita romántica que estaba más cerca del lazo deseado que del nudo mortal.

Al final –suele suceder- los más cercanos son los sospechosos. Según los estudiosos, la mayor parte de los acosos y las traiciones se originan en el círculo íntimo. Lo dicen los políticos y las estadísticas. La perversión se alimenta de cercanías. La proximidad exacerba los rencores y a la hora de ajustar cuentas nadie es tan implacable como el más cercano. Lo de María Marta y Norita confirma que el diablo vive en las vecindades y que, frente al menor descuido, enseña que el golf y el fútbol pueden distraer a los marido y exponer a las buenas señoras a los asesinos anónimos.

Y esta semana, nuestra actualidad política, tan llena de pitutos y ahorcados, nos mostró otra vez un país castigado al que le faltan responsables y le sobran inocentes. Alberto no sollozó como Macarrón, pero anduvo desatando nudos en Olivos. La historia los recordará como una pareja presidencial que desconfía mucho y emboca poco. El crimen de Norita debería enseñarle al presidente Fernández que los más peligrosos son los que primero te abrazan y después te asfixian.

 

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