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Información General |OCURRIÓ EN LA PLATA

El secuestro de un repartidor de bebidas y el insólito lugar donde fueron a esconderlo

Un episodio extraño con toda la pinta de una “cobranza” por deuda de juego que mantuvo en vilo a la policía local y terminó de manera impensada

El secuestro de un repartidor de bebidas y el insólito lugar donde fueron a esconderlo
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

7 de Agosto de 2022 | 04:40
Edición impresa

 

“A este no lo ves más”.

Violencias por deudas de juego o líos con "rompehuesos" al servicio de prestamistas han formado parte desde siempre del paisaje delictivo y la Ciudad no ha estado ajena a eso. Y en la lista de episodios de los que se tiene memoria hay algunos verdaderamente insólitos, como el caso del secuestrado en uno de los sitios más impensados a donde se puede llevar a un cautivo.

En los económicamente convulsionados principios de los años ‘90 la mayoría de las actividades comerciales se veían jaqueadas por el caprichoso sube y baja de los precios y la especulación. En el negocio de "la noche", los bolicheros se veían impedidos de formar stock de bebidas a causa de los altos costos y la merma de clientes, también golpeados por la situación económica. Florecían entonces los repartos nocturnos de bebidas alcohólicas a bares y otros mojones de la noche donde era posible hacer compras minoristas para zafar de la demanda del momento.

EN LA ESQUINA DE 2 Y 59

En esa actividad andaba Tomás Ghegin que contaba para esos repartos con la ayuda del joven Alberto Gutlein. En una fría madrugada de agosto de aquel 1991, Gutlein le pidió a su empleador si podía detenerse frente al kiosco que funcionaba en la esquina de 2 y 59 y comprarle cigarrillos mientras él se cruzaba a un local nocturno a entregar un pedido. Ghegin accedió y regresó al vehículo, un utilitario, a esperar a su empleado. Pasaban los minutos y el muchacho no aparecía. El hombre bajó de la camioneta decidido a entrar a la whiskería donde se suponía que Gutlein había hecho la entrega de las bebidas, pero al cruzar la calle casi lo atropella un Peugeot 505 que arrancó arando desde las sombras.

"A este no lo ves más", le gritó un sujeto desde una de las ventanillas, mientras señalaba al empleado al que llevaban secuestrado y mostraba un arma parecida a una navaja.

Con el Peugeot ya lejos, el repartidor de bebidas corrió a la comisaría Novena y contó lo ocurrido. Los nervios y la oscuridad le impidieron ver el número de patente pero le quedaron grabados unos grandes abollones que el auto tenía en el guardabarros trasero izquierdo y parte de la tapa del baúl.

"NO ME BUSQUEN, SOY BOLETA"

"Es un secuestro", le dijeron en la comisaría.

Mientras el denunciante daba otros datos para el papeleo de rigor, un llamado telefónico le pondría más dramatismo y misterio al asunto.

Una mujer, que se identificaría como pareja del secuestrado, avisaba a la policía que al llegar a su casa había encontrado sobre la mesa del comedor una nota, de puño y letra de Gutlein.

"No me busquen, soy boleta", decía el mensaje.

Nunca quedaron claras las razones por las que el repartido de bebidas dejó ese mensaje en su casa. Los investigadores nunca le encontraron sentido y cuando llegó el momento de aclararlo, la víctima dijo que escribió esa esquela porque "sabía que lo estaban buscando y no quería complicar a su familia". Todo muy raro. Pero lo cierto es que su hallazgo no hizo más que complicar el caso y aumentar su dramatismo.

En la esquina de 46 entre 1 y 2 apareció un auto como el que había descripto el principal testigo

 

Aunque entonces no se contaba con cámaras de seguridad en la calle que hubiesen permitido buscar el auto descripto como el utilizado por los secuestradores, el empeño policial ayudó. Y también la suerte y una corazonada que asaltó a uno de los encargados del caso.

Es que entre las hipótesis que se empezaron a manejar surgió la del secuestro como forma de ajuste de cuentas. Hubo una larga lista de declarantes en la búsqueda de datos sobre posibles enemigos del repartidor que podrían haber querido vengarse de "algo". Pero nada cerraba. El hombre llevaba una vida que podía considerarse normal y no era de buscar y encontrar pleitos.

EL "VIEJITO" DE LA MESA DEL FONDO

Cuando las sombras ya habían rodeado el caso surgió la pista clave. Un testigo mencionó la afición del repartidor por los caballos de carrera y su gusto por el juego. Mientras se tiraba del hilo sobre la hipótesis de una "cobranza" por deuda de apuestas, uno de los detectives encargados de la búsqueda tuvo un golpe de suerte. En la esquina de 46 entre 1 y 2, donde funcionaba un cabaret, alguien había estacionado un Peugeot 505 color azul, con abollones compatibles a los descriptos por el principal testigo.

Camuflados como clientes, dos policías ingresaron al local que a esa hora de la madrugada no contaba con demasiada concurrencia. En la penumbra de una de las mesas del fondo del local, acompañado por una de las trabajadoras del lugar, bebía y reía un hombre de unos 50 años. Hasta ahí, nada raro. Incluso hasta la escena podía describirse como una postal de ese ambiente: un hombre intimando con una de las llamadas alternadoras. Tras un paneo por el salón los investigadores trazaron un perfil del resto de la concurrencia que, como se dijo, no era mucha. Y entre el azar y el oficio concluyeron en que el dueño del Peugeot estacionado afuera tenía que ser "el viejo" que conversaba y reía en una de las mesas del fondo.

Los policías esperaron pacientemente que el sujeto se retirara y la corazonada tuvo acierto. El tipo se subió al 505 abollado. Lo curioso fue que no alcanzó a recorrer muchas cuadras, apenas cuatro ó cinco por la calle 46. La sorpresa fue verlo estacionar e ingresar a una vivienda en cuyo frente decía: "Geriátrico".

"El viejito -como ya a esa altura lo habían apodado- se rajó del geriátrico y se fue al cabaret y ahora se va a dormir", bromearon los detectives. Pero intuían que el asunto era más serio de lo que pintaba.

Con la anuencia del juez Pablo Peralta Calvo se produjo al día siguiente la detención del "viejito" en el marco de un allanamiento al geriátrico, que generó sorpresa e inquietud entre las personas alojadas y los empleados encargados del lugar.

El detenido resultó ser un tal Dino Refi, que andaba por los 60 años y que se presentó como dueño del geriátrico. El hombre también admitió que entre otras actividades solía hacer préstamos a personas interesadas en las carreras de caballos, cuestión que se comprobó al averiguar en el ambiente del hipódromo, donde era bastante conocido.

EL LUGAR MENOS PENSADO

Refi negó cualquier relación con la desaparición de Gutlein, pero durante un segundo interrogatorio pisó el palito de las contradicciones y una cosa llevó a la otra hasta que admitió que sí, que había sido él quien había secuestrado al repartidor. Dijo que solo era para darle un susto y que planeaba liberarlo al día siguiente. También mencionó a un tal Tello, un panadero de 32 años, como uno de los hombres que lo ayudaron en la captura. El principal testigo había asegurado que en el Peugeot iban por lo menos otras tres ó cuatro personas, pero la pesquisa se cerró ahí, en Refi y el panadero.

La policía no cabía en su asombro cuando durante el allanamiento al geriátrico, ante la curiosidad y las miradas entre temerosas y divertidas de las personas alojadas, encontraron una puerta que iba a los fondos. Y desde ahí a una construcción donde estaba el secuestrado dormitando sobre una cama de una plaza.

La policía no cabía en su asombro por el lugar donde habían escondido al cautivo

 

Por más que intentaron reconstruir el hecho nunca pudieron redondear una idea sobre lo que realmente había pasado. Nadie había visto entrar al secuestrado y a sus secuestradores. En las casi 48 horas que duró su cautiverio nadie lo oyó gritar, ni pedir auxilio ni ver movimientos raros.

En el informe se anotó que la víctima "no presentaba lesiones" pero ese dato no sirvió de mucho a la hora de caratular el hecho. Y fue nomás “privación Ilegal de la libertad”, uno de los delitos más graves de la legislación criolla.

Llevar a un secuestrado a un geriátrico. Una vez más la realidad le ganaba a la ficción.

 

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