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Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
El miércoles había posteado una foto del kilómetro 0 de la ruta 40, que atraviesa de punta a punta la Argentina pegada al lado cordillerano. “Es hora de animarnos a transformar el país para siempre”, había escrito. Ayer subió a las redes el video complementario, frente al faro de Cabo Vírgenes en la provincia de Santa Cruz, a 133 kilómetro de Río Gallegos, la cuna del kirchnerismo. ¿Una provocación? Tal vez. Es la forma moderna que eligió Horacio Rodríguez Larreta para blanquear que será pre-candidato presidencial de Juntos.
Es una pieza cuidada, con un discurso anti grieta, ecuménico si se quiere. Larreta parece ratificar su condición de “paloma” en el mundillo PRO, contraposición de los “halcones” que vendrían a ser Patricia Bullrich -que se lo recuerda todo el tiempo- y el “gran elector”, Mauricio Macri. Pero, ¿hablar desde Santa Cruz, casi mojando la oreja de Cristina Kirchner, es de moderado? Discutible.
Si hay algo que sabe el alcalde porteño es que no tiene carisma, un drama para cualquier jefe de campaña. No enamora por magnetismo. Su valor como producto electoral pasa por otro lado: por su fama, extra CABA, de buen hacedor. “La Presidencia tiene que ser el principio de la gran transformación. Que no la va a hacer un grupo de iluminados o un líder carismático. Llevamos años y años de carisma y miren como estamos”, dice Larreta mientras da pequeños pasos a cámara.
Habla de sus antecesores, en especial, claro, del ciclo kirchnerista donde el carisma se enlazó a vetas populistas. “Lo mio es laburar, laburar y laburar y armar equipos de trabajo. No se trata de ser presidente. Yo quiero ser un buen Presidente”, explica el ahora candidato. ¿Eso lleva implícito que los anteriores no lo fueron, que la lucha por llegar terminó siendo el sentido de todo y no el inicio de lo importante? Suena así. Es, en cierto punto, un concepto refinado heredado de Mauricio: se trabaja con buenos planteles. Macri quedó atrapado en sus palabras cuando, al inicio de su gestión, alardeó con el ”mejor gabinete de los últimos cincuenta años” y terminó con lo que pudo.
Hilando fino, está claro que en el spot de 2 minutos y 28 segundos conocido el miércoles Rodríguez Larreta no le habla al núcleo duro de PRO, a ese universo híper amarillo que hoy parece ser el destino exclusivo del mensaje electoral de su rival interna Bullrich con su prédica de no pactar con nadie del sistema, tal vez pensando sólo en la Primaria Abierta.
“Siempre peleándonos entre nosotros. Los únicos que se benefician con la grieta son los que la abrieron, los que se aprovechan de ella”, explica Larreta. Será negado por el larretismo pero el meta mensaje destila obviedad: cualquier argentino más o menos informado tiene la impresión de que la famosa grieta fue abierta y usufructuada por Cristina y Mauricio, se verá con qué grado de injerencia autoral cada uno.
Macri se pasó cuatro años gobernando con ese fantasma recurrente como modelo de “no ser” y este tercer kirchnerismo, con Alberto Fernández en la Casa Rosada y la vicepresidenta como ideóloga, viene achacando sus males de gestión a los que estaban antes y fija como objetivo a futuro que no “vuelva la derecha”. Pura grieta. “Los que la usan son unos estafadores”, se despacha Larreta en su presentación como postulante. Fuerte. Queda en el receptor adjudicar nombres.
Se sabe, porque él lo ha dicho, que el porteño imagina un país que se viene que sólo podrá ser gobernado por una gestión con un consenso más amplio del porcentaje que saque el ganador de la elección. “¿Estamos dispuestos a hacer las transformaciones que se necesitan? Yo si”, avisa sin especificar cuáles serían. Tampoco era necesario tanta sinceridad en el primer pasito.
En su concepción, habrá un costo social, político, al hacer esos cambios imprescindibles. Se sabe que imagina un diálogo con el peronismo no kirchnerista para lograrlo. Por eso lo del fin de la grieta y la lectura, la advertencia, de que si ésta no se salta la recurrencia en ella puede “terminar con la Argentina”.
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