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La Ciudad |Ciudadanos del mundo

Historias platenses de la nueva ola migratoria que sacude al país

Argentina está quinta entre las naciones con más personas dispuestas a radicarse en el extranjero. Los que se atreven, cuestionan la inseguridad, la crisis económica y la “imposibilidad de planificar”. Crónicas de quienes se van proyectando un futuro y quienes se quedan extrañándolos, en un lugar que antes alojaba y, ahora, expulsa

Historias platenses de la nueva ola migratoria que sacude al país

MATEO (DERECHA), JUNTO A SU TÍO ANDRÉS, SURFEANDO EN LA CORUÑA. TRABAJAN EN UN EMPRENDIMIENTO REPARANDO TRAJES DE NEOPRÉN / EL DIA

Alejandra Castillo

Alejandra Castillo
acastillo@eldia.com

9 de Abril de 2023 | 02:46
Edición impresa

Podría pensarse a la historia de un país como una interminable manta granny square, en la que cada cuadradito tejido a crochet fuera la historia de una de las familias que lo hicieron a lo largo de los años. Si fuera Argentina, tendría cuadraditos de todos los tamaños y colores, como las crónicas de vida de quienes nacieron aquí, las de los más de seis millones de europeos que entre 1860 y 1930 la eligieron como destino, y también, las de sus nietos, bisnietos y tataranietos que hoy vuelven a aquellas tierras, del otro lado del mar. Tejido de historias de un país, ése que alguna vez alojó a quienes no lo conocían y ahora expulsa a quienes dicen conocerlo demasiado bien.

La Argentina tuvo una fuerte ola emigratoria a fines de los ‘80, por la hiperinflación, y, una década después, por la crisis desatada en 2001. Archivos relevados por la organización internacional Voices! y la Universidad Argentina de la Empresa (UADE) muestran que, en aquel momento, entre el 24% y el 27% de la población deseaba abandonar el país. En la encuesta de 2022, el 54% respondió que lo haría, si tuviese la oportunidad.

Un estudio global de opinión pública que Voices! realizó en 57 países -abarcando alrededor de dos tercios de la población mundial- determinó que el 36% de los ciudadanos del mundo respondió afirmativamente a la pregunta “si le dieran todos los papeles necesarios, ¿le gustaría vivir en otro país o preferiría quedarse donde está?”; el 59% respondió que le gustaría quedarse donde está y el 5% no contestó a la pregunta. Argentina se ubicó quinta entre los países con más personas dispuestas a emigrar, detrás de Sierra Leona (84%), Ghana (81%), Nigeria (71%), Siria 61%; Filipinas - Argentina (54%).

“Nunca me he sentido extranjero muy fuertemente. Entiendo que el mundo es un lugar enorme y lo más natural es recorrerlo y crear lazos con ciudadanos de todas partes”, dice Juan Fragueiro Aramburú (32), un platense que dejó el país por primera vez en 2010, por el programa Work and Travel (ver aparte), y hoy reside en Málaga; “en lo personal creo que tengo una capacidad de adaptación al cambio muy desarrollada y me he hecho muy hábil a la hora de mimetizarme. Desde mi primer viaje tuve que curtirme a la fuerza en ese aspecto. Sin duda considero todo esto un capital agregado, pero, en el fondo, si lo pienso, no dejo de resentir el hecho concreto de que uno es forzado a irse de la patria”.

Una inflación superior al 90% anual, más del 50% de pobreza infantil, un PBI per cápita estancado desde hace más de una década, sumados a la inseguridad, convencieron a miles de personas a probar suerte en el extranjero. Según el flujo migratorio que contabilizó el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) de España, hasta el 1 de julio pasado desembarcaron allí 47 mil argentinos en el último año. La ola alcanza a otros países de Europa y también a algunos de Latinoamérica, como Uruguay, Paraguay y Chile. Entre los que se van, claro, hay platenses.

“CONSIGUIÓ DULCE DE LECHE EN UNA FERRETERÍA”

Matías, por ejemplo, tiene 24 años y en diciembre de 2021 se recibió de licenciado en Administración de Empresas en la UNLP. En octubre pasado se fue a vivir a Berlín (Alemania), tentado por un amigo que reside allí desde hace 15 meses.

“Está probando”, cuenta Marisa, su mamá, quien vivió la partida “como un baldazo de agua fría” que le cayó recién en el aeropuerto, porque, hasta entonces, no estaba dispuesta a asumir que finalmente se iría. Matías trabajaba en Argentina para una empresa multinacional, “pero no estaba conforme. Dos personas hacían el trabajo de seis, le exigían muchísimo; no tenía feriados ni horario”; cuenta. Y todavía no había podido independizarse: “Vivía con nosotros en City Bell”.

Mientras buscaba algún sitio para alquilar en La Plata, su amigo del secundario le ofreció a Matías alojarlo en su casa, por lo cual compró el pasaje a Alemania (solo de ida), mantuvo su trabajo hasta los primeros días de octubre y el 20 de ese mes, se fue: “Con una mano atrás y otra adelante, a probar suerte y a remarla”, explica la madre; aclarando que el joven “tiene el pasaporte de la Comunidad Europea”. Es que el papá de Marisa llegó a la Argentina cuando tenía 4 años, con sus padres y un hermano, y nunca se nacionalizó porque proyectaba volver a su país de origen. Por eso, ella y sus hijos son ciudadanos italianos.

Las dos cuestiones que más complicaron a Matías en esta experiencia fueron el idioma (habla muy bien el inglés, pero de alemán sólo lo que pudo aprender de manera virtual un par de meses antes de viajar) y los trámites para obtener el registro residencial, la cuenta bancaria y un seguro médico, condiciones necesarias para conseguir un empleo. En todo ese proceso resultó clave la ayuda de su amigo, quien es informático y tiene un contrato vinculado con su carrera.

“En diciembre Matías empezó a trabajar en un hostel para estudiantes extranjeros; no tiene nada que ver con su título, pero se sabe que todos los inmigrantes empiezan así. Cuando arrancó había 9 argentinos trabajando ahí y conoció a muchísima gente de distintos países; holandeses, estadounidenses, italianos, daneses. Hay días que termina agotado, porque no tiene un cargo específico y hace lo que le requieren, pero está contento”, cuenta Marisa. El joven tiene previsto comenzar a estudiar alemán en mayo, para poder conseguir un trabajo mejor, “aunque esos cursos son intensivos” y chocan con los horarios del empleo, por lo cual planea sostenerse con lo que pudo ahorrar en los últimos meses.

“Nosotros lo extrañamos y le decimos que cualquier cosa se vuelva, porque al principio no se ajustaba con el horario y extraña cosas de acá, como a sus amigos y las juntadas”, apunta Marisa. Es que, dice, “los alemanes son más fríos y distantes, pero él conoció muchos latinos. También extraña la comida, la pizza y el asado, aunque ahora consiguió una ferretería que vende yerba y dulce de leche”.

“Lo importante- suma- es que se forje un futuro mejor; igual, yo lo extraño muchísimo”.

“ALLÁ NO SE PUEDE PLANIFICAR”

Martín Alderete es informático y en 2021 se radicó en Amsterdam (Países Bajos), con su pareja Lucía y un contrato de trabajo. “Nos produjo sorpresa”, reconoce Sandra, su hermana, aunque “no tanto, porque en él siempre estuvo el deseo de vivir en el extranjero”. Quizás tenga que ver con que la madre, portuguesa, llegó a Argentina siendo una niña. Por estos días, ella -Liseta-, junto con Sandra; su otra hija, Mariela; y el hijo de esta última, Joaquín, viajaron a Europa para visitar a Martín, recorrer otros países y volver, por fin, al pueblito portugués donde comenzó todo.

“El de ahora es un viaje a las raíces”, reflexiona Sandra, “por un lado encontrarnos con Lucía y con Martín para ver cómo viven ellos allá, pero también es fuerte y emotivo volver al pueblo de mi mamá; retornar en otro tiempo, con una cronología de muchas décadas”. Sandra, que es psicóloga, se confiesa por eso “conmovida y muy feliz”.

Convidada a hablar de esta ola migratoria que sacude a Argentina, considera que “es una experiencia para la que los jóvenes se preparan, en muchos casos desde pequeños; lo tomo como una vuelta de la inmigración posguerra que recibió este país cuando buscaba un nuevo lugar y hoy, por cuestiones económicas, retorna, pero de manera diferente”.

El deseo de instalarse en otro país no sólo está impulsado por la crisis o la falta de expectativas. Mateo, de 23 años, decidió radicarse en La Coruña (España), porque “acá la gente vive tranquila y la de mi edad tiene muchos planes a futuro. Allá (por Argentina) no se puede planear nada, siempre pasa algo, o hay algún palo en la rueda”. Jugaron a favor de Mateo que su madre tenía la ciudadanía italiana desde 2014 y su tío, Andrés, estaba radicado en La Coruña desde 2003, donde conoció a su actual mujer (también argentina) y tuvo tres hijas.

“Hace 20 años le tocó a mi mamá y ahora me toca a mí”, compara María Fernanda (48), la madre de Mateo, y aunque las circunstancias y el contacto son bien distintos- “nosotros hacemos video llamadas todo el tiempo”, dice-, admite que no deja de pensar en que no verá la cara de su hijo “cuando se sorprenda de distintas cosas, ni voy a estar cuando afronte lo nuevo”.

Mateo estudió hasta tercer año del profesorado de Educación Física en la UNLP, carrera que dejó por la pandemia y para trabajar en distintos comercios de La Plata. “Hace 6 o 7 meses me puse en plan de irme”, cuenta, y como su tío montó en La Coruña un emprendimiento para reparar trajes de neoprén, proyecto que, por suerte, marcha muy bien, él encaró un instructorado de surf en Monte Hermoso que le permitió trabajar en la temporada y en marzo tomar el avión hacia su nuevo destino.

“Por suerte tengo pasaporte, ciudadanía, las cosas se dieron y me vine; allá pesan mucho las amistades, la familia, pero acá tenés mucha tranquilidad económica”, explica Mateo, quien proyecta para los próximos meses aprender un idioma, viajar y “moverse”. ¿Y volver a la Argentina? “Podría ser, pero de visita”, estima.

Por el momento reside en una pensión, con cuarto y baño privado, y está abocado a conseguir el NIE, que es el número de identidad extranjera, para el cual se requiere estar empadronado en una dirección y tener un trabajo. El joven platense cumple con ambos requisitos; el problema es que “es difícil conseguir turnos porque hay muchos extranjeros”, aclara, “venezolanos, colombianos, argentinos. Pasa como con cualquier servicio público de Argentina, sobre todo cuando hay sobredemanda”.

“ARGENTORRA”

La presencia creciente de argentinos en Galicia, igual que en el resto de España, se advierte por la oferta de “facturas, tapas de empanada, yerba, equipos de mate”. En las carnicerías, además, “hacen los cortes que nos gustan”, cuentan, cada uno a su turno, Mateo y Fernanda. Una suerte de colonización, pero al revés y a fuerza de costumbres.

“En mi paso por Andorra prácticamente solo éramos argentinos”, recuerda Juan Fragueiro, “tanto, que el coprincipado se ganó en los últimos años el nombre extraoficial de ‘Argentorra’. En España somos una comunidad enorme y creciente. Los grupos de Facebook y otras redes de expatriados son miles. En Málaga, en casi todos lados venden yerba y muchos supermercados tienen góndolas exclusivas con ‘Productos Argentinos’. Aquí tengo grupos de amigos españoles, argentinos y nos mezclamos unos con otros en todo tipo de situaciones, pero entre argentinos compartimos ciertos ‘códigos’ muy intrínsecos a la esencia nuestra que es casi irreemplazable en ciertas circunstancias”.

A la hora de hablar de nostalgia, reconoce Juan que lo que más extraña “es tener a todos juntos en la misma ciudad, familia y amigos. ‘El miércoles te telefoneo y arreglamos’ se convirtió ahora en ‘¡nos vemos en agosto!’. Las visitas llegan cargadas de ilusión y alegría y se van cargadas de cariño y nostalgia. Extraño, además, la familiaridad del argentino de a pie, su perspicacia, su forma general de ser, simple, honesta, desafectada. Hay gente muy creativa en Argentina; admiro esa cualidad. Uno crece en un país y desarraigarse es un trabajo mental de tiempo completo”.

Claro que las nuevas tecnologías juegan a favor de los migrantes de estos tiempos, que pueden mantener un contacto fluido, permanente y estrecho con sus afectos. “En mi caso es por WhatsApp”, detalla Juan, quien en sus primeros años de viajero “usaba Skype” para conectarse “con familia y amigos. Ahora la mensajería instantánea ha hecho todo mucho más rápido y simple. Evidentemente, un mate con amigos, un asado en familia o un abrazo en primera persona no son posibles vía zoom, por mucho que intenten convencerme de lo contrario”.

Sandra Alderete pone el foco en que la distancia atenta contra “lo cotidiano. Las redes acercan mucho con la video llamada, pero falta la presencia real del cuerpo, el abrazo. En nuestra familia todos vivíamos muy cerca, pero no perdimos la cercanía afectiva; estamos muy presentes, seguimos contándonos las cosas. Mi mamá se emociona cada vez que habla con Martín, pero también está muy contenta porque a mi hermano siempre le gustó eso de recorrer, ver otras culturas. Ya desde pequeño era curioso en eso”.

Marisa asegura que la primera semana después de la partida de Matías, la pasó “juntando cosas suyas y llorando; lo extrañaba horrores. Con el tiempo y las video llamadas fui viendo que estaba contento y lo fui asimilando, pero ese vacío todavía se siente. Una cosa es que se vaya a Capital (CABA) o a otra provincia, porque sabés que podés verlo una vez al mes, y otra que se vaya a otro país. No sabemos cuándo podremos viajar. El año pasado estuvimos separados por primera vez en las Fiestas y fue muy triste; aunque estoy contenta de que tenga proyectos y los vaya logrando”.

DILEMAS Y CHANCES

María Fernanda no descarta radicarse en España en los próximos años. De hecho, apunta, “yo conseguí la ciudadanía para eso, pero después me casé y no pude. Por eso era obvio que Mateo se iba a ir si no se sentía cómodo acá”. Es consciente también de que su hija menor, que estudia licenciatura en gastronomía, seguramente seguirá el camino: “Ya tiene decidido irse”, confirma. Mateo tiene amigos viviendo en Alicante, Barcelona y Andorra. Y “no es sólo por lo económico”, resalta Fernanda, “es por la calidad de vida; porque las políticas que se implementan acá expulsan a los jóvenes que quieren desarrollarse en algo. Pasan los años, suben unos, suben otros y nada evoluciona”.

Marisa y su esposo también planificaron mudarse al extranjero años atrás, igual que lo proyectó su abuelo antes de casarse: “Cuando terminó el secundario mi marido quería que fuera a estudiar afuera, pero no se dio. Nosotros hemos pasado épocas bravas, mi marido se ha quedado sin trabajo y tuvo entrevistas para irse, pero tampoco se dio. Y sí, nos hubiéramos ido. En este país no se puede progresar”, sentencia.

Es por eso que a Juan le preguntan con frecuencia cuáles son los procesos legales para mudarse, entre muchas otras consultas. Los trámites, confirma, “siempre son tediosos. Juntar papeles, permisos, apostillas y todo lo demás. Los procesos burocráticos tanto en Argentina como en España son agotadores. Los tiempos de demora, casi bíblicos. Me han preguntado también por cuestiones relativas a lo laboral, salarios, precios y gastos generales de la vida diaria, etc. Siempre me gusta saber que puedo servir de ‘palanca’ para traer gente para acá”.

“Tengo claro que en la vida hay que tener una perspectiva económica y práctica de los asuntos y creo que, como en todo, la ley de costo y beneficio rige cada una de nuestras decisiones. La pregunta, a esta altura de las circunstancias es evidente, apremiante y muy clara para todos; la respuesta es muy personal”, cierra Juan.

 

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MATEO (DERECHA), JUNTO A SU TÍO ANDRÉS, SURFEANDO EN LA CORUÑA. TRABAJAN EN UN EMPRENDIMIENTO REPARANDO TRAJES DE NEOPRÉN / EL DIA

Joaquín, Mariela, Liseta, Sandra, Martín y Lucía, ayer, en Volendam, un pueblito de pescadores a 20 Kilómetros de Amsterdam. La familia fue a visitar a la pareja

Juan Fragueiro Aramburú. Es platense y en poco más de una década vivió en distintas ciudades de Estados Unidos y Europa. Actualmente reside en Málaga

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