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La feroz ofensiva dialéctica presidencial va acompañada por un verdadero amotinamiento antipolítico de sectores importantes del empresariado y la política
Milei promueve una feroz ofensiva dialéctica / web
Enrique Zuleta Puceiro
Profesor en la Universidad de Buenos Aires
Con Daniel Kahneman (1934-2024) abandona el escenario una de las grandes figuras de las ciencias sociales contemporáneas. Titular de la cátedra Higgins de Psicología en Princeton, el psicólogo experimental israelí-americano recibió el Premio Nobel de Economía por su trabajo sobre los sesgos cognitivos en el proceso de toma de decisiones económicas, basado en evidencias empíricas que han fundado una nueva perspectiva para el análisis de los procesos de toma de decisiones bajo condiciones de incertidumbre.
Sus ideas han influido desde hace años en el trabajo de economistas, juristas, médicos, sociólogos y expertos en estrategia. Un impacto profundo y seguramente duradero, que continuara desafiando la mayoría de los dogmas que aún hoy mantienen en el atraso y a la defensiva a la mayor parte del análisis económico actual.
En nuestro país es difícil sustraerse, sobre todo en estos días, a una relectura de los aportes de Kahneman. Sobre todo, ante la formidable dosis de autoconfianza y seguridad argumentativa desplegada por el presidente Javier Milei y algunos de sus asesores y colaboradores más próximos. Cerrando el seminario empresario de IEFA-LATAM, Milei describió esta semana a su política como “el ajuste más grande de la historia de la humanidad”, consecuencia de una estrategia de choque que no duda en calificar como “el programa de gobierno más ambicioso del cual se tenga memoria”, según sus palabras en el reciente discurso sobre el Estado de la República.
La feroz ofensiva dialéctica presidencial va acompañada por un verdadero amotinamiento antipolítico de sectores importantes del empresariado y la política, que alcanza perfiles extremos en el ecosistema digital. La dinámica de movilización cognitiva exhibe logros con muy pocos precedentes en el mundo y ha trasladado la competencia política al terreno de la realidad virtual. La ofensiva exacerba hasta límites antes inimaginables los rasgos de individualismo y darwinismo social. Facetas todas propias del economicismo integral profesado por los profetas del anarcocapitalismo criollo.
La por momentos desaforada autoconfianza de los protagonistas, parece haber tomado a contramano a la mayoría de los profesionales de la economía y, en especial, a los representantes de la clase política. Casi paralizados, solo atinan a mimetizarse en un nuevo paisaje, al que adivinan hostil y poco interesado en la controversia.
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¿Cómo explicar esa confianza ciega en el éxito de un experimento de características casi únicas en la larga historia de las políticas de ajuste estructural, sin antecedentes de éxito en docenas de experiencias similares y que llama a una reacción de los propios ejecutivos del FMI?
En este punto cobran especial relevancia los resortes de un pensamiento iconoclasta y audaz en su respeto a las evidencias como el de Kahneman.
Veamos una de sus piezas maestras, el artículo publicado en 2021 en la Harvard Business Review, conjuntamente escrito juntamente con Dan Lovello y Olivier Sibony, dos expertos en estrategia de McKinsey & Co (Cfr La falsa ilusión del éxito. Buenos Aires: HBR Press-Conecta, 2021).
Kahneman cuestiona a través de varios casos paradigmáticos la idea de los malos resultados de los proyectos tengan que ver con el hecho de que quienes los asumen corren riesgos racionales en situaciones inciertas. Esa idea obedece en realidad al propósito de justificar sus fracasos ulteriores alegando que “hicieron lo que dicen los libros”. Es decir, que decidieron e hicieron cosas razonables, que tropezaron con resistencias y dificultades que no pudieron vencer -por caso, la “herencia recibida”-, o las resistencias de los intereses y factores de poder poderes reacios al cambio.
La perspectiva de Kahneman es diferente. Los fracasos no suelen ser el resultado de decisiones razonables que han salido mal. Mas bien son la consecuencia, lisa y llana de decisiones erróneas, fruto de complejas suposiciones y elaboraciones de datos parciales que terminan estrellando los experimentos frente a la realidad objetiva.
Los tomadores de decisiones -ya sean empresarios, funcionarios, ministros, presidentes- caen con frecuencia en lo que los psicólogos denominan “la falacia de la planificación”. Toman decisiones basadas en un optimismo ilusorio. En un voluntarismo racionalista a toda prueba. En lugar de partir de análisis y valoraciones racionales de ganancias, perdidas y probabilidades. Sobreestiman los beneficios y subestiman los costos. Imaginan, a veces bajo emoción violenta, escenarios de éxito que pasan por alto el potencial de errores. Y se apoyan en cálculos fallidos que incorporan falacias y suposiciones no basadas en evidencia.
Preocupados por persuadir a los demás, exageran, amplifican e incurren en todo tipo de sofismas de énfasis. Paul Krugman ganó también su premio Nobel dos años después en 1994 explicando los usos y abusos del optimismo gratuito e infundado en las burbujas financieras de los 90 -Cfr. Su extraordinario Peddling Prosperity (N. York: WW Norton & Co, 1994).
Este exceso de optimismo puede atribuirse tanto a sesgos cognitivos -errores en el procesamiento mental de la información- como a presiones organizativas. Es el caso de las decisiones políticas, particularmente cuando el tomador de decisiones es un outsider, sin los recursos de la experiencia ni acceso a las ventajas del dialogo, la negociación y las lecciones aprendidas en procesos análogos. La falta de una “visión externa” que opere como factor atenuador de la manía combinatoria y los riesgos ideológicos de la academia es uno de los mayores peligros que acechan a la decisión. El sueño de la razón -sabemos desde Goya- produce monstruos.
Esta perdida en el equilibrio valorativo suele agudizarse en el caso particular de las reformas que nacen desde la Academia. Kahneman indica que el exceso de optimismo reconoce numerosos motivos. Uno de los más importantes es la tendencia de los individuos a exagerar su propio talento. A creer que se está por encima de la media en la asignación de características, destrezas y habilidades positivas. A pensar que quienes disienten son simplemente ignorantes o corruptos.
En el choque de estas personalidades contra la contingencia y la complejidad, suelen ser muy comunes los “errores de atribución” que llevan a arrogarse el mérito de los resultados positivos y achacar los negativos a factores externos, con independencia de las causas objetivas de los fracasos.
Quienes sucumben a estos sesgos tienden también a sobreestimar y a exagerar el grado de control que ejercen sobre los acontecimientos. Ignoran la importancia del azar y suelen atribuir los golpes de suerte al mérito personal o la incidencia milagrosa de fuerzas sobrenaturales. Por lo general, suelen obviar la importancia de la competencia y, paralizados por los “sesgos de anclaje”, subestiman el talento y el acierto de quienes se les oponen. En el caso de los equipos académicos cobran también una importancia exagerada las querellas, filias y fobias ideológicas y de escuela.
¿Cómo superar entonces esta falsa ilusión de éxito que terminan derrotando los esfuerzos mejor inspirados?
La clave, propuesta por Kahneman, es atenuar los efectos de este optimismo exagerado y blindado a la experiencia con dosis potentes de “visión externa”. En este sentido, la política democrática puede operar como un antídoto excelente. Obliga a construir legitimidades -de origen, de resultados, de procedimientos, de reflexividad-. Fuerza a cuestionar suposiciones, a plantear perspectivas alternativas, a contrastar y ensayar soluciones graduales, atentas a los matices de la realidad, que trasciende siempre nuestros instrumentos de análisis.
El optimismo es siempre fundamental. Debe ser cultivado y promovido. Estimula y entusiasma a las sociedades más que el realismo. Sin embargo, su contrapartida es la incapacidad para construir soluciones viables y sostenibles, participadas y asumidas como propias por la sociedad. Las teorías que se proclaman nacieron -al igual que las propias constituciones republicanas, en tiempos predemocráticos. En los que eran imposibles siquiera de imaginar la compleja red de frenos y contrapesos de las democracias actuales.
El papel de la política democrática, depurada de excrecencias corporatistas es, hoy más que nunca, el de promover una reconciliación profunda entre las ideas de la libertad y los imperativos insoslayables de una ética de la responsabilidad.
“Los fracasos suelen ser el resultado lisa y llanamente de la toma de decisiones erróneas”
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