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“Que se abran los armarios”

1 de Noviembre de 2012 | 00:00

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Mario F. Vivino

PEPITA JIMENEZ. Opera en 2 actos. Música Isaac Albéniz. Libreto de Francis Money-Coutts, basada en la novela homónima de Juan Valera. Estreno americano. Teatro Argentino de La Plata. Coproducción con Teatros del Canal, Madrid. Intérpretes: Nicola Beller Carbone (Pepita) Enrique Ferrer Don Luis de Vargas) Adriana Mastrángelo (Antoñona) Gustavo Gibert (Don Pedro de Vargas) Víctor Castells (El Vicario) Sebastián Angulegui (Conde Genazahar) Orquesta y coro estable Teatro Argentino. Coro de Niños: Dir. Mónica Dagorret Dir. Orquesta: Manuel Coves.- Dir. Esc: Calixto Bieito. Esc.: Rebecca Ringst 28 de octubre de 2012. Otras funciones: 4 y 11 de noviembre de 2012.

Isaac Albéniz ha sido conocido en el mundo musical como un gran intérprete del piano y celebrado autor de sonatas, conciertos e impresiones, que encuentran en la melodía de raigambre española un logrado matiz. Su incursión en la lírica ha sido limitada -solo tres óperas- y cada una de ellas ha soportado diversos contratiempos. “Pepita Jiménez” tuvo una trayectoria singular. Concebida en España, al conocer Albéniz la obra del mismo nombre de Valera, recién pudo concretarla cuando el autor se radica en Londres y logra el mecenazgo del Barón Money-Coutts, a cambio de permitirle escribir el libreto, obviamente en inglés. Luego de un fallido intento en la isla, la obra se presentó en Barcelona (en italiano) en versión reducida de un acto, y se estrenó formalmente en dos actos en Praga (en alemán) el 22 de junio de 1897. Algunas versiones en español, posteriores, no trascendieron, por lo que la puesta del Teatro Argentino puede considerarse un verdadero reestreno, en idioma original -inglés- y versión completa.

La version

Posiblemente el tema base: las pasiones amorosas entre un seminarista y la futura joven esposa de su padre, pudieron impactar en la sociedad de fines del siglo XIX, pero no llegan a motivar grandemente a principios del Siglo XXI, a no ser que se le agreguen hábiles condimentos mediáticos tales como: “erotismo versus religión” o “represiones en la vida sacerdotal de un religioso” o entregar al ingreso al teatro una nota que dice “esta obra contiene escenas que pueden herir y/o afectar la sensibilidad de los espectadores” y lo que intenta mostrar de manera implícita y explícita: “abramos las puertas de los armarios” -mobiliariamente hablando y del corazón como caja/cerrojo- para que se vea lo que realmente habita en ellos. Es con ese objeto, que esta versión muestra vírgenes desnudas como analogía de lo que piensa el seminarista de Pepita (¿?) o un hombre deambulante, casi desnudo, con una pesada cruz a cuestas, en la “proyección” de lo que sería su vida sacerdotal… (¿?). Por supuesto que todo ello surge de los esfuerzos realizados por la escenógrafa Rebecca Ringst y la dirección escénica que “muestran” tales propuestas, aunque no se condigan con la obra ni el libreto las contemple.

El resultado de la apuesta de presentar una obra desconocida, sin trayectoria, con algunas melodías agradables -especialmente los dos preludios- y texto inconexo, sería deficitario de no haberse contado con la imaginación y calidad del registra Calixto Bieito, que en su debut en la Argentina, mostró el porqué de sus lauros internacionales, especialmente en propuestas contestatarias, y su definido y casi obsesivo ataque a los valores en que se apoya una sociedad, por supuesto, con la intención de demostrar su disvalor. Lo manifestado no invalida la estupenda puesta -con reminiscencias de un estilo cada vez más frecuente en Europa: celdas superpuestas de las que surgen y se ocultan los personajes - que permite y alienta una brillante actuación de solistas y coro.

Fue impecable la Dirección orquestal del joven Manuel Coves y la única intervención del coro y coro de niños rayó a gran altura. Los solistas españoles integrantes de la compañía en los papeles centrales mostraron compenetración, conocimiento, capacidad escénica, adecuado manejo del inglés y canto sin fisuras. La estupenda Nicola Beller Carbone se distinguió plenamente como Pepita; el tenor Enrique Ferrer fue un sufrido, dubitativo y tensionado Luis, de canto pulido. Los dos mostraron un histrionismo centrado en la propuesta escénica. De la misma manera, Gustavo Gibert fue un Don Pedro de Vargas correcto y brilló Adriana Mastrángelo como Antoñona. Muy ajustados Víctor Castells como el Vicario y Sebastián Angulegui, el Conde.

Cabe finalmente una observación que se ha efectuado en otras ocasiones: en una temporada tan acotada (seis operas) en la que ya se canceló una, la decisión de presentar Pepita Jiménez puede ser interpretada como riesgosa y de resultado incierto en el sentir del público.

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