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La situación de la ciencia en Argentina es también culpa de los científicos

16 de Diciembre de 1999 | 01:00
Por

ROLANDO RIVERA POMAR (*)


Dos caras de la ciencia, pocos días atrás. Una, un hito: investigadores de Europa, EE UU y Japón descifran la información genética de un cromosoma humano. Otra, fin de un mito: un informe sobre la investigación científica en la Argentina indica que sólo pocas áreas son competitivas. La supuesta excelencia de la ciencia argentina se reduce al éxito de muy pocos, basado en esfuerzos individuales. La brecha entre el mundo y nosotros se agranda. ¿Cuáles son las causas? ¿Malas políticas? Sin duda, pero también es culpa de nosotros mismos, los científicos. Mucho se ha opinado sobre los problemas de la ciencia en Argentina: falta de recursos, malgasto, políticas erráticas o, simplemente, ausencia de políticas. Resolverlos en épocas de escaso financiamiento requerirá imaginación y decisión en los gobernantes. El cambio de gobierno abre, como siempre, nuevas expectativas. Sin embargo, aún no se han planteado otros problemas propios de los científicos que fundaron e integran los organismos de gestión. Resolverlos requerirá, además de un análisis de conciencia, decisión política antes que científica y valor para reestructurar un sistema obsoleto. Mencionaré algunos pocos.
Los cargos de investigador en Argentina son seis jerarquías casi militares. Los criterios de calificación se basan hoy en la edad antes que los antecedentes. Con menos categorías el sistema sería menos artificial, más fácil de evaluar y escalar y más democrático. En este mismo sentido, la ciencia tiene su propio sistema de justicia: la evaluación de pares. Un investigador depende, en teoría, de la evaluación positiva de sus actividades por otros científicos. Sin embargo, las evaluaciones derivan en sorpresivas promociones o largas esperas. Así investigadores excelentes o mediocres caen en categorías que no necesariamente se corresponden con su calidad por culpa de los mismos científicos que suelen usar la evaluación para mantener cuotas de poder, negociar becas y subsidios o tan sólo ajustar cuentas en cotos de caza, llamados "área del conocimiento". Evaluaciones honestas, profesionales y con revisores externos disminuirán (si bien no eliminarán) estos vicios. Algo así ha comenzado, si bien aún con fallas, en la Agencia de Promoción de Ciencia y Tecnología. También ayudaría la integración más estrecha del sistema científico nacional al universitario, del que fue alejado con la creación de institutos en los que los concursos periódicos o aún la democracia son desconocidos.
Hay más. Los científicos viven esperando que el Estado les resuelva los problemas. Los reclamos se centran en la falta de presupuesto, factor necesario pero no suficiente: muchos de los que claman por ayuda estatal hacen horas extras en universidades privadas sin exigirles aportes a la investigación. Tampoco compiten por dinero externo ya que el dinero interno es poco, pero seguro. Esta falta de iniciativa fomenta la ciencia "local", que copia lo que se ha hecho en otros países con la excusa de estudiar temas que importan al país o bien aprovecha las migajas que dejan los laboratorios extranjeros, atrasando el desarrollo tecnológico nacional ¿Cuántos de nuestros científicos compiten a nivel internacional? Pocos. Y no necesariamente los de mayores recursos. La promoción de investigadores competitivos en temas científicos o tecnológicos originales es la única solución. Eso requiere políticas de gobierno con objetivos claros, pero también honestidad en los investigadores, que suelen ser corporativos. Hay agrupaciones variopintas de dudosa representatividad cuya (casi) única misión es negociar con el poder de turno su participación en el reparto del dinero público, un bien hoy escaso. En esa tarea abundan menemistas hoy desengañados que fueron radicales y antes apoyaron la dictadura después de encabezar la revolución peronista o bien investigadores jóvenes, ayer becarios, haciendo lo que antes criticaban a sus directores. Son los mismos que reclaman mejoras mientras obligan a sus estudiantes a trabajar gratis a cambio de una promesa de beca, que ofrecen sin contar con financiamiento para llevar adelante la investigación. Para ellos el becario es descartable, una línea más en el currículum vitae. Pero lavan su conciencia reclamando mantener a todos dentro del sistema. Si disminuyeran los concursos de becas personales y aumentaran las becas a proyectos financiados nadie dejaría de pagar un salario por un trabajo que incluya los medios para desarrollarlo usando con eficiencia el dinero de los contribuyentes.
Todo esto ha sucedido porque muchos científicos creen ser imprescindibles. Que con su ciencia se educa, se come y se cura, cuando saben que no es cierto. Nadie duda que sin científicos, así como sin maestros o comerciantes o artistas, gente común al fin y al cabo, el mundo tampoco funcionaría. Pero con más trabajo honesto y menos comunicados de prensa sobre descubrimientos presuntamente milagrosos, que se usan sólo para ganar algo de fama o un poco de dinero, estaríamos mejor.
(*) Investigador del Instituto Max Planck de Gottingen y director de la cátedra libre "Nuevas Tendencias en Biología", UNLP

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