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Opinión |MIRADA ECONOMICA

“Pobre es el que precisa mucho”

28 de Octubre de 2012 | 00:00

Por Martin Tetaz* Twitter @martintetaz

“Pobre es el que precisa mucho”. Esta fue la frase que el Presidente uruguayo José Mujica utilizó la semana pasada, cuando recibió el Título de Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de La Plata, al referirse a su humilde modo de vida.

El “Pepe”, como se lo conoce popularmente, explicó que “...no estoy defendiendo la pobreza, estoy defendiendo la sobriedad”.

El discurso fue una bocanada de aire fresco, en tiempos en que pareciera que la valía de una persona se mide por la marca de la camisa, el modelo del celular, o el valor de la cuota del colegio privado al que manda a sus hijos.

“¿Cómo construimos una sociedad mejor si adentro llevamos la tiranía de una sociedad de consumo que nos tiene esclavizados?”, se preguntó el mandatario de la hermana República... Y nos dejó a todos pensando.

“La vida es hermosa, estar vivo es casi un milagro. La vida de cada uno de nosotros es casi inexplicable. Ningún valor es más importante que la vida”... Y continuó: “se precisa tiempo para contemplar lo que admiramos; esas cosas elementales que no se compran y que a cada uno le gustan, como por ejemplo pescar, jugar al `fulbo`, estar panza arriba debajo de un árbol: eso es la libertad humana. Somos libres cuando hacemos de nuestra vida lo que nos gusta”.

Más de uno no pudo evitar el nudo en la garganta y florecieron los pañuelos que buscaban disimular la traicionera lágrima responsable de que todos notaran que las palabras habían llegado a lo más profundo.

DE MUJICA A LA RUTINA

Duró poco, es verdad. Terminó el discurso y la gente salió corriendo para volcarse nuevamente al ritmo infernal de la vida a mil por hora, a la “carrera de la rata”, como denomina el genial Robert Kiyosaki, autor de “Padre rico, Padre pobre”, al círculo vicioso de trabajar para pagar las cuotas, y festejar los viernes, demostrando que no se disfruta de la tarea que demanda más del 50% de las horas que estamos despiertos.

Buena parte de la culpa de esta miopía colectiva la tiene el dinero, que funciona como un intermediario que disfraza el verdadero valor de las cosas.

Lo entienden muy bien los casinos, que nos hacen cambiar los billetes por fichas de plástico para que perdamos la noción de lo que nos estamos jugando. Y también las tarjetas de crédito, que al separar temporalmente el goce de la compra, del momento traumático en que hay que sacar dinero de la billetera para pagarla, logran que terminemos adquiriendo muchos más bienes que lo que “racionalmente” haríamos si fuéramos plenamente conscientes del gasto efectuado.

UN EXPERIMENTO

Pero no sólo la gente gasta más, cuanto más se separa simbólicamente al dinero del real esfuerzo que significa juntarlo, sino que como demostró el especialista en Economía del Comportamiento Dan Ariely en un novedoso experimento, las personas se tornan mucho más deshonestas.

Ariely separó un cursada de alumnos de su facultad en dos grupos aleatorios. A todos les tomó un test con 20 ejercicios matemáticos muy simples, pero a la mitad de ellos los remuneró por participar del experimento con 50 centavos de dólar por cada pregunta correcta, mientras que a la otra mitad les dio una ficha plástica (como las del casino) por cada acierto, pidiéndoles que cruzaran el salón y cambiaran las fichas por el dinero, con su ayudante.

El “secreto” del experimento es que el profesor no corrigió cada una de las evaluaciones, sino que indicó las respuestas correctas cuando terminó el ejercicio y les pidió a los alumnos que cada uno se autocorrigiera y le informara cuántas preguntas correctas habían obtenido.

Resultado: el grupo que cobró con fichas hizo trampa e indicó que, en promedio, habían resuelto 9,4 ejercicios bien, mientras que los que cobraron cash sólo adujeron haber hecho bien 6,2 problemas, confirmando varias investigaciones previas de Ariely que demuestran que la gente no considera deshonesto llevarse cosas (útiles de oficina por ejemplo) aunque jamás se llevaría dinero ajeno.

El dinero, sin embargo, también es un representante simbólico, una “ficha de casino”, pero de papel.

COSTO Y TIEMPO

Rara vez pensamos que el LCD de 42 pulgadas cuesta, en realidad, un mes y medio de trabajo, mientras que el de 32 pulgadas nos demanda sólo 18 días de actividad laboral. No somos conscientes de que pagamos el cocodrilo de la camisa o la banderita del pantalón con una semana de trabajo, que significan 40 horas menos con nuestros hijos, ni que puesto en palabras de Terry Eagleton, “somos esclavos entre 8 y 12 horas por día, para poder sentirnos los reyes del mercado en el escaso tiempo restante”.

En este contexto es que el discurso de Mujica adquiere una relevancia notable, porque la exaltación del valor del tiempo permite correr dos velos a la vez, por un lado el del plástico bancario que no nos deja ver que estamos en realidad gastando dinero; y por otro, el del vil papel pintado que nos esconde la última verdad: que ese dinero en realidad no vale nada, sino que representa horas de trabajo y estudio que no dedicamos a cuidar a nuestros hijos, proteger a nuestros viejos, o acompañar a nuestras parejas.

Si comprendemos el valor del tiempo, la sociedad del consumo tendrá los días contados y las personas se descubrirán siendo mucho más honestas con el otro, y consigo mismos.

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