El sueño de Dieguito: pese a su estatura logró debutar en la cancha grande

El domingo pasado, al entrar el equipo de Everton a la cancha del Círculo Cultural Tolosano, la hinchada estalló en un fervoroso clamor: “olé, olé, olé... Die- gó, Die- gó”. El cántico que durante años acompañó a Maradona en los estadios del mundo tenía esta vez otro destinatario, otro Diego no menos merecedor de esa ovación. Tras años de esfuerzo, Diego Serpentini cumplía finalmente su sueño de jugar en cancha de 11 como los demás chicos de su edad.

Diego, que tiene 14 años y vive con su familia en el barrio de Gambier, nació con acondroplasia, un trastorno genético que se da en uno de cada 25 mil chicos y que constituye una de la causas más frecuentes de enanismo. Pero el hecho de medir apenas poco más de un metro y jugar dos cabezas por debajo de sus rivales nunca lo amedrentó. Por el contrario -según cuentan en el Club- siempre ha sido un motor de superación para él.

El hecho de medir apenas poco más de un metro y jugar dos cabezas por debajo de sus rivales nunca lo amedrentó. Por el contrario -cuentan en el Club- siempre ha sido un motor de superación para él

Pese a pertenecer a la categoría 2002, “Dieguito”, como le dicen sus amigos y compañeros de equipo, debutó el domingo con el equipo de la pre-novena, que corresponde a jugadores nacidos en 2004. Su debut fue el resultado de un permiso especial gestionado por el Club Everton ante la Liga Amateur Platense para que lo autorizaran a jugar en cancha de 11 con chicos dos años menores que él, dada la diferencia física que le impide competir con los de su edad.

“En realidad, yo juego habitualmente en la categoría 2005 y recién el año que viene pasaría a jugar en cancha grande, pero como salió la autorización me ofrecieron debutar con la pre-novena y acepté”, explica Diego, que juega de 5 y debutó con un triunfo de 2 a 1 contra el equipo local.

“Fue doblemente emocionante porque estaban todos ahí para alentarme: mis compañeros del Club, mis amigos del barrio, mi familia...”, cuenta Diego, que es el segundo de tres hermanos, todos fanáticos del fútbol como él.

“Los tres arrancaron juntos hace 8 años en Everton porque un amigo mío era técnico ahí. Lo llevé con Lautaro y Luciano; y cuando lo vieron pensé que no lo iban a dejar jugar. En ese momento era más bajito y ya había bastante diferencia física con los chicos de su categoría. Pero le ofrecieron que probara y desde ese momento no paró más”, cuenta Tito Serpentini, su papá, que trabaja en una repartición del ministerio de Trabajo y en todos estos años siempre lo acompañó.

“Bostero” como toda su familia, aunque su hermano Luciano juega en las inferiores de Gimnasia, Dieguito tiene a Gago como el mayor referente en su puesto, pero es a Carlitos Tevez a quién más admira como jugador. Entre sus ídolos también figura Martín Palermo, al que conoció personalmente hace unos años a través de un amigo en común, cuando éste lo invito a jugar un partido en su quinta de Tigre.

Diego conserva los fotos de aquel día en su teléfono junto a un video familiar que también lo llena de orgullo: lo hizo él mismo cuando tenía 11 años para demostrar su habilidad. En él se lo ve haciendo “jueguitos” durante cinco minutos con una pelota que parece estar atada a sus pies. “En ese momento llegué a hacer 324 jueguitos -dice-: ahora hago muchos más”.

Tras cumplir su sueño de pisar la cancha grande, Diego va ahora por un sueño mayor: jugar en la Selección Argentina de baja talla. “No sabíamos ni siquiera que existía una cosa así hasta que lo vio este año en el programa de Tinelli y se volvió loco de contento: para él es la posibilidad de llevar su pasión por el fútbol más allá de lo que imaginó jamás”, explica su papá.

Fue tal el entusiasmo que le generó a Diego enterarse que existía un seleccionado nacional para personas como él, que comenzó a buscar información en internet y terminó contactándose con su entrenador. “Le escribí una carta y me contestó diciéndome que le diera un poco de tiempo y que ojalá nos podamos encontrar”, cuenta y los ojos se le encienden al imaginar la situación.

Por lo pronto su vida pasa por la Escuela 10, donde cursa el segundo año del secundario, y por su club, del que se puso la camiseta para sacarse las fotos junto a sus hermanos y su papás y una pila de trofeos acumulados con los años, prueba de su entusiasmo y dedicación.