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La Ciudad |DOCENTE Y SEGUNDA MADRE

Maestra de toda una vida: de los primeros pasos al último adiós

Los vínculos en el aula: la emotiva historia de Mabel y su señorita Ema

Maestra de toda una vida: de los primeros pasos al último adiós

Mabel Solari creció de la mano de su maestra Ema y fue quien la despidió de este mundo. Una historia conmovedora

21 de Agosto de 2016 | 02:26

Hace 81 años, cuando Mabel Solari apenas tenía tres, perdió todo el temor a ingresar por primera vez a la sala del jardín de infantes cuando Ema Paternosto, su maestra, la tomó con un enorme cariño de su pequeña mano. Mucho tiempo después, una tarde de mayo, Mabel acompañaba a una Ema muy mayor -como lo hacía todos los días- sentada junto a la cama de un sanatorio. También había un familiar. Anochecía. “Ella levantó su mano derecha y nos dijo ‘hasta mañana chicas’, y yo me pude despedir como lo hacía en el viejo jardín, con un ‘hasta mañana señorita’. No volvió a despertar”, relata hoy la mujer que compartió con su “maestra inolvidable” toda la vida.

Mabel fue la primera que se acercó con su particular y emotiva historia a la dirección general de Escuelas, que hace una semana lanzó la campaña “Mi maestro inolvidable”, cuyo objetivo es “dar a conocer historias de aquellos docentes que dejaron huellas, valores, que escucharon y comprendieron, demostrando que la vocación forma parte del compromiso con que ellos llevan adelante su tarea”.

Mabel (84) cuenta cómo la vida la puso en el camino de esa persona a la que hasta hoy llama, con un amor que se le nota en los ojos, “mi otra madre”.

“Mi papá trabajaba en la destilería de Avellaneda. Un día, un primo lejano, mayor del Ejército, le dijo que se inauguraba una destilería en Ensenada. ¿No te gustaría ir?”, le preguntó. “Eso fue en 1925, de modo que mi padre ingresó cuando se inauguró el lugar. Y su nombramiento lo firmó el General Mosconi (gestor y primer director de YPF)”, resalta.

La empresa creció, desarrolló barrios para los trabajadores, un club imponente, un centro deportivo, piscinas, un jardín de infantes. “Yo nací en 1932 en la casa del barrio, no llegamos al hospital y me trajo al mundo la partera, que se llamaba María”, relata Mabel -la menor de tres hermanas-, dueña de una memoria y lucidez envidiables.

En ese jardín de “sala única” conoció a Ema, la maestra que la marcó para siempre y su futura amiga, a la que despidió de este mundo.

“Era tan buena, tan cariñosa, tan dulce, que yo no extrañaba para nada; quería estar en el jardín. Tenía un carácter maravilloso y los ojos del color del tiempo”, describe.

GRACIAS, POR FAVOR, PERDON

“Jamás levantaba la voz. No nos retaba, nos enseñaba”, subraya Mabel Solari.

“Ella tocaba el piano, nos hacía cantar, actuar, nos llevaba a pasear. Preparábamos cada fiesta patria y hasta las fiestas de fin de año, con disfraces, representaciones. Ema era fuera de serie. Una segunda madre con todas las letras”, añade.

Y enfatiza: “Ella me enseñó a decir gracias, por favor y perdón”.

Luego Mabel hizo el primario en el Normal 1 y el secundario en el Comercial San Martín. En ese tiempo iba a las inolvidables matinées del Club YPF, que terminaban “religiosamente” a las 12.

“Al colegio viajaba en el tren que pasaba a metros de los barrios de la destilería. Ema era de La Plata, y con el tiempo nos seguimos viendo y trabamos una gran amistad”, relata.

Al terminar el secundario comenzó a estudiar Visitadora en Higiene Social y se graduó en 1955. “Era la que iba a los sanatorios cuando un operario de YPF estaba internado y controlaba su medicación, me ocupaba de lo que necesitara él o su familia”, puntualiza.

“Ema siguió trabajando en el jardín hasta jubilarse”, cuenta y agrega que “lo hizo durante unos 30 años. Fue soltera, igual que yo”.

Siendo muy mayor, enfermó. “La internaron en un sanatorio, no sé bien qué tenía. Yo iba todos los días a acompañarla. Una tarde de mayo estábamos con una sobrina política suya, y Ema se fue. Pero me pude despedir con un ‘hasta mañana señorita’”. Mabel se emociona, sus ojos lo dicen todo.

Cada 11 de septiembre, Día del Maestro, le lleva una flor al cementerio y le envía un saludo por radio. “Nunca la vi enojada. Siempre con una sonrisa. Nos enseñaba bien. Nos cuidaba”, remata Mabel.

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