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Por ALEJANDRO CASTAÑEDA
Mail: afcastab@gmail.com
Diego de Zama espera. Es un corregidor del imperio español demorado en las orillas de un riacho sudamericano, en 1790. Quiere volver a Buenos Aires y no puede. Está como predestinado a seguir ahí, en una espera perpetua y con las ganas intactas. Ese viaje lo apremia y lo angustia. Tres siglos después, el Papa Francisco también sigue allí, en el Vaticano, añorando lo imposible, sin poder regresar a Buenos Aires y repitiendo una postergación que ya es parte de su destino papal.
El fantasma del eterno aplazamiento vincula de alguna forma estos hombres. Un personaje de cine y un líder real. El film, basado en el relato de Antonio Di Benedetto, consagra a la paciencia como forma de vida. A don Diego lo sostiene y lo anima la espera, que está más allá de la esperanza, el aguardar porque sí, como si la vida se contentara en demorarse en pura expectativa. Pero en el Vaticano, un territorio que siempre negoció eternidades, las postergaciones no inquietan ni turban. Más que ir y volver, lo de la Iglesia es poder quedarse. Y Bergoglio lo sabe.
El film de Lucrecia Martel quiere competir por el Oscar. No es una obra fácil de disfrutar. Sutil y alegórico, pero también fría y contemplativa, a don Diego le costará seducir a un cine y a un mundo que ya no valora las esperas sin sucesos. El film ha crecido en la entretela de un gobierno que nos ha ido acostumbrando a imaginar que la paciencia y el futuro compensan por los tironeos del presente. Que todo está adelante, aunque el alrededor a veces descorazone. La espera que ensombrece a don Diego es un ejercicio extenuante, pero nos recuerda que en la vida siempre estamos aguardando algo. Su fuerza alegórica invita a otras conclusiones. Es como si la ilusión se hubiera fugado en un acontecer que no transcurre, que queda detenido en un presente que no avanza y en un futuro que nunca llega.
El gobierno, tan observador del Vaticano, se ha tragado más de un amague papal. Hoy, en la duermevela de Macri, siempre aparecen, como sueños y pesadillas, el escrutinio, Sampaoli y el Papa
¿Vendrá alguna vez el Papa? Lo que le pedimos hoy es otra cosa: si aún mantiene su buena conexión con el más allá y es capaz de gestionar milagros, entonces por favor que el martes no se distraiga, que se encierre en Santa Marta y dedique todos sus ruegos y oraciones para que Messi acierte y Ecuador falle
El Papa ha quitado otra vez a la Argentina de su plan de vuelos. Alguna vez dijimos que, si para poder venir, necesita que el país se ordene y se calme, más vale entonces que vaya postergando como Zama sus sueños de reencuentro. El Pontífice nunca temió llevar su mensaje de paz a territorios peliagudos. Pero lo de Argentina lo supera. Todavía no se le anima. Su excursión sigue en repechaje. En el año 18, calcula, la grieta seguramente seguirá allí, inmensa y oronda. Encima, si no nos clasificamos, su presencia no servirá demasiado para poder aliviar el duelo patrio. Saca cuentas y el 18 no lo entusiasma. El no lo había prometido. Los pontífices no dan garantías, sólo indicios. Fueron sus voceros los que habían hecho rodar la posibilidad de esa visita tan esperada y tan escamoteada. El fantasma de Zama está en esa agenda, coloreando ese juego de postergaciones y desmentidas. La espera es deseo decía Lucrecia Martel queriendo descifrar el alma de los diegos de Zama que viven suspendidos en un tiempo sin advenimientos, donde nada ocurre y todo es anhelo. El gobierno, tan observador del Vaticano, se ha tragado más de un amague papal. Cuando fueron a timbrear a San Pedro, se toparon con un inquilino de pocas sonrisas. Una decepción para un partido que ha hecho de la alegría parte de su dogma. Hoy, en la duermevela de Macri, siempre aparecen, como sueños y pesadillas, el escrutinio, Sampaoli y el Papa.
Porque la espera, además de agotar, transforma. Diego de Zama se cansa de no poder volver a Buenos Aires. Un día deja el encierro interminable y cambia por fuera y por dentro. Barbudo y triste, sale a luchar para darle algún propósito a su demora. El aplazamiento lo transforma. Se fuga hacia el peligro en un intento casi suicida. Quiere encontrar un malvado que, por contraste, le otorgue identidad a su bondad sin premio, donde nada sucede y todo se avizora.
¿Vendrá alguna vez el Papa? Lo que le pedimos hoy es otra cosa: si aún mantiene su buena conexión con el más allá y es capaz de gestionar milagros, entonces que siga sin venir, pero por favor que el martes no se distraiga, que se encierre en Santa Marta y dedique todos sus ruegos y oraciones para que Messi acierte y Ecuador falle.
(*) Periodista y crítico de cine
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